Opinión

El saludo que hizo convertir la Historia de la Humanidad en global

Recientemente, se ha cumplido medio milenio de uno de los momentos más significativos de la Historia Universal, un encuentro entre dos mundos que hizo cambiar las memorias de Mesoamérica, marcando un antes y un después en el desarrollo del período conocido como la Conquista de México.
Aquellos hombres denodados, diligentes y valerosos con sus desdichas y grandezas, pretensiones y afanes, junto a don Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano (1485-1547), portaban sobre sus espaldas numerosas acciones, como abatimiento, hambre e infinitud de temeridades.
Por delante, aún les quedaba la concatenación de diversos episodios que cambiarían el rumbo en el devenir de los acontecimientos.
Y es que, la Tierra se hacía global, porque Viejo y Nuevo Imperio, o lo que es lo mismo, Hernán Cortés y el emperador azteca Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520) se encontraban cara a cara a la entrada de Tenochtitlán, capital del imponente territorio mexica en el segundo día del mes de Quecholli, octavo del Ehecatl del año 1 Cañas de la octava gavilla; en el calendario anual quedó señalado como aquel martes 8 de noviembre de 1519.
Si bien, antes de esta cita ambos protagonistas habían tenido noticias, este capítulo ha estado empeñado de mitos y verdades a medias tintas, en un hecho que rubricó el acercamiento inicial entre dos culturas con disparidad tecnológica, aunque a posteriori, determinaría desplantes diplomáticos y duelos encarnizados.
Indudablemente, aquella andanza que en un pestañear de ojos estaba sucediendo, produjo onda impresión en el místico espíritu de Moctezuma, cuando surgieron en su corte los primeros indicios de las extrañas gentes desembarcadas a cientos de kilómetros, respondiendo inmediatamente con el envío de espías, quiénes como los rudimentarios paparazzi, describieron e ilustraron como buenamente pudieron lo que con total perplejidad habían comprobado.
De hecho, los sabios aztecas no alcanzaron a pronunciarse al respecto ante lo que realmente se enfrentaban, porque la convicción sospechada era que se trataba de una expedición consignada por Quetzalcóalt, principal divinidad del panteón méxica, Dios de la vida, la luz, la fertilidad y el conocimiento.
En ocasiones, también era distinguido como el Señor de los vientos y Regidor del Oeste que era ‘La Serpiente Emplumada’, simbolizando la dualidad inseparable a la condición humana, donde la serpiente es el cuerpo físico con sus limitaciones y las plumas los principios espirituales.
Ahora, aquello estaba llamado a ser el destino entre ambas civilizaciones, aunque evidentemente la posesión española con armas de fuego le otorgaba una clara ventaja estratégica; tampoco iba a ser menos, que los recién arribados constituían una fuerza militar insuficiente que maniobró con inteligencia los resentimientos de los aztecas, a diferencia del resto de indígenas.
Precisamente es en ese lapso, en el que parece ser que Moctezuma y Hernán Cortés toman conciencia de su humanidad: para el extranjero, el tlatoani se transfiguró en un humano al que podía dominar y para el méxica, el forastero era un igual, alguien a quien tocaba y miraba a los ojos sin obtener suplicio divino. Por ello, no resulta indescifrable hacer una interpretación en la significación de este primer saludo, como de un posible abrazo perdido entre aquel hispano de treinta y cuatro años que padeció toda clase de vicisitudes, incluidas las carcelarias y el monarca tenochca.
Quedaría retratar el instante exacto en el que ambos se recibieron mutuamente en el corazón de México, actualmente, la esquina entre las calles del Centro Histórico de la República del Salvador y Pino Suárez, gracias a las crónicas de don Bernal Díaz del Castillo (1492-1584), que concurrió en la ocupación de esta Ciudad y más adelante, como regidor llevó las riendas de Santiago de Guatemala.
Tal como lo refrenda al pie de la letra decía literalmente: “Y el gran Moctezuma venía muy ricamente ataviado […] Otros muchos señores que venían delante del gran Moctezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas por que no pisase la tierra. Todo esos señores ni por pensamiento le miraban en la cara […]
E como Cortés vio e entendió y le dijeron que venía el gran Moctezuma, se apeó del caballo y desde que llegó cerca de Moctezuma, a una se hicieron grandes acatos […]
Y entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margaritas, que tienen dentro de sí muchas labores de diversidad de colores y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle por que diesen buen olor, y se la echó al cuello el gran Moctezuma, y cuando se la puso le iba a abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Moctezuma detuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio”.
Con estos antecedentes preliminares lo que aquí se rememora es la seña de identidad, de una sociedad compleja y refinada en la que los jardines flotantes, los enormes tesoros y el enardecimiento por el arte cohabitaban con templos ensangrentados e inmolaciones humanas. La combinación de la inteligencia y el valor o la irracionalidad y la superstición, hicieron llevar la iniciativa al conquistador hispano que deseaba ir mucho más allá, a pesar de encontrarse ante una encrucijada, porque la misión a la que estaba llamado tenía los límites precisos e inexorables de exploración, comercio y evangelización, ante el misterioso líder hijo de Axayácatl, condenado a no entender al extranjero que lo consideró como un ser todopoderoso.
Hacia el siglo XVI los aztecas se hallaban en plena magnificencia de su florecimiento, producto de la promiscuidad entre el comercio, la agricultura, las artes, los hábitos y modos de razas e idiomas autóctonos que confluían en esta franja de Mesoamérica. Sus extensiones bajo la dominación de la fortaleza y vivacidad, abarcaban la amplia superficie del centro y sur de México.
Ya, en las tradiciones indígenas se esclarecía que dos años antes de la recalada de los españoles en estas tierras, se advirtieron predicciones que previnieron a los pobladores sobre el destino que les acechaba.
Así, durante muchas madrugadas surgió una especie de albor en las inmensidades de la bóveda celeste, definida como una grandísima espiga de fuego que conforme a los sacerdotes, vaticinaba el retorno de los dioses precedido por el mismo Quetzalcóalt.
Otra señal inminente se vislumbró en un rayo sin estruendo que descendió sobre el templo de Xiuhtecuhtli, espíritu del fuego y calor, que hizo que la muchedumbre temblara con la entrada de la noche, porque imaginaban oír los espantosos lamentos de Cihuacóatl o mujer serpiente, que gritaba y sollozaba por la pérdida de sus hijos.
Análogamente, Moctezuma estando orando llegó a tener una visión extraña, cuando una garza llevaba un espejo en la cabeza y en cuyo plano distinguió el cielo centelleante y a seres humanos subidos en una especie de venados, parecidos a la figura del caballo.
Sin embargo, en Tenochtitlán, la célebre ‘Ciudad de los Sueños’, Hernán Cortés conoció a su contendiente azteca como soberano, dios, gobernador de 15 millones de habitantes y jefe de las fuerzas más potentes e irresistibles de las Américas. En menos de dos años, el conquistador hispano desbarató a toda una nación azteca en una de las operaciones militares más sorprendentes. Desafiando a ingentes adversarios cualitativamente superiores, logrando imponerse a toda una cadena de percances e inconvenientes como los que seguidamente se describen.
Obviamente, con la noble intención de extender el imperio español, Hernán Cortés resuelto e inquieto, en 1519 se empleó a fondo para convertir al catolicismo a la urbe aborigen y amasar todo un patrimonio de oro; el hecho que de ningún modo cada uno de estos empeños le parecieran contrapuestos, forma parte de una de las cuestiones más críticas y deplorables que sobre él se han cuestionado.
Inicialmente, su intervención se asienta en el marco de la exploración y colonización de la Isla de Cuba y de los litorales continentales de América Central, materializados por España en el transcurso de la segunda década del siglo XVI. El establecimiento geofísico del Virreinato de Nueva España, abre la vía para la toma de California y la totalidad del borde sur del Océano Pacífico, fundamentalmente, Perú incaico, que vinieron a engrosar el voluminoso imperio de Carlos V (1500-1558), pese a la indolencia del monarca hacia sus territorios en el Nuevo Mundo.
Para la primera expedición Cortés pudo contar con 10 navíos, 100 marineros, 508 soldados, 200 indios de Cuba, 16 caballos, 10 cañones, 13 escopetas y 4 falconetes. Sus capitanes más sobresalientes y hombres de confianza residieron en don Pedro Alvarado y Contreras (1485-1541); don Francisco de Montejo (1479-1553); don Alonso de Alvarado (1500-1556) y don Juan Velázquez de León (…. -1520).
Amparado por la sagacidad natural e ingenio político, durante su trayectoria se ganó el afecto de cuantiosos caciques, adquiriendo el respaldo militar con el ofrecimiento de rescatarlos de la servidumbre azteca, alentándolos a no abonar tributos y extrayendo de ellos mil trescientos combatientes.
De esta manera tan osada, la minúscula hueste de Hernán Cortés comenzó a acrecentarse e internarse entre más de mil kilómetros que distancian Veracruz de Tenochtitlan, capital del imperio azteca y en nuestros días la Ciudad de México; contando como antes se ha mencionado, con la preeminencia de ser estimado como un semidiós para los nativos.
Ubicada sobre una Isla del lago Texcoco, Tenochtitlan se conservaba ensamblada a tierra fija, mediante varios corredores; además, disfrutaba de un extraordinario centro administrativo y religioso que en su mayoría había sido gracias a los trabajos decretados por el primer Moctezuma, que acaudillaba el valle de México; a la par, que otras dos localidades del contexto de Tlacopán, con las que integraba la confederación de la Triple Alianza.
Su mayor renombre estribó en saber cautivar el favor de los tlaxcaltecas, un reino multitudinario que al principio se declaró disconforme, incluso, en dos casos llegó a presentarles batalla, aunque salvaguardaba una antipatía en mayor medida a los mexicas, que los sometía desde hacía más de 70 años.
Mientras, Cortés avanzaba en su intento de introducirse en estas tierras, mantuvo su doble política de acoger a los representantes de Moctezuma para intercambiar presentes y ciertos agasajos protocolares, a la vez, que permanecía construyendo coaliciones con caciques insurgentes.
Uno de sus mejores socios pasaría a ser el cacique gordo de los totonacos, que gobernaba en Cempoala, persuadiéndolo que ordenara capturar a los recaudadores de Moctezuma y de inmediato, sin demasiada demora, los dejara en libertad para dar la impresión que Cortés había mediado.
Esta artimaña engrandece su reputación ante los totonacos y cosecha el reconocimiento de un sinfín de aztecas. Valiéndose de esta coyuntura para solicitar a la máxima autoridad que lo reciba.
Ante tal negativa, establece otro golpe de efecto, en esta ocasión utiliza a los guerreros más duchos y habilidosos de la comarca, los tlaxcaltecas, dirigidos por el indómito e invencible Jicoténcatl. Dicha población es arrogante y rechaza rendirse, por tal motivo Cortés los encara en una desigual y cruenta acometida que concluye exitosamente para los españoles.
Posteriormente, se adentra en Tlaxcala mostrándose bondadoso con los lugareños y prisioneros, con la finalidad de beneficiarse de una alianza militar.
Con cuatrocientos españoles y unos cuantos miles de cempoaltecas y tlaxcaltecas, emprende la confluencia de la cordillera en dirección a la demarcación azteca del Anáhuac, cuya capital es México-Tenochtitlan, confiando en Cempoala al militar don Juan de Escalante (….-1519).
Al alcanzar la Ciudad venerada de Cholula, baluarte del culto a Quetzalcóalt, los jefes y sacerdotes lo acogen con magnas distinciones y demostraciones de vasallaje, contrapunteando con los vencidos en Tlaxcala.
Cortés ante el temor de una presumible encerrona o tal vez, estando falto de ostentación de poderío, dispuso congregar en la plaza a nobles, contendientes y naturales de la zona, entre ellos, mujeres y niños, hasta dar la orden de atacar a degüello. Ocasionándose una escabechina que truncaría tres mil vidas aztecas, mayormente, por la ferocidad de los cempoaltecas y tlaxcaltecas. Tras la sanguinaria exhibición de superioridad, en noviembre de 1519 comparece en las inmediaciones de Tenochtitlan y se acantona junto a la laguna de Texcoco. Dándose por iniciado otros pactos con emisarios y reyes como Cacama, perteneciente a Texcoco. Pero, visto y no visto, el conquistador se impacienta y definitivamente opta por ingresar con sus tropas en la Ciudad.
Informado Moctezuma de lo que estaba discurriendo, se apremia a recibirle con una comitiva de 200 ilustres y dignatarios. La audiencia imprevista es afable con el cumplimiento de las formas rituales, siendo brindados a hospedarse en el palacio de Axayácatl, patriarca del gran tlatoani. En las jornadas que prosiguen, Cortés pasearía por este enclave, reparando con sumo asombro en el mercado, como en los empedrados, baluartes, sitios de culto o residencias, todo cargado de suntuosidad y opulencia que le colmaron de admiración, pero, sobre todo, de envidia.
En distintos intervalos coincide con Moctezuma, hombre de unos cuarenta años, apuesto y jovial; también, indeciso y frágil de carácter, como simbólico mandatario de una aristocracia militar nutrida. Quizás, excesiva sociabilidad, deferencias y homenajes para el proceder receloso de Cortés, que resuelve apoderarse del incauto monarca y monopolizarlo como rehén.
Con sus oficiales de más confidencia le tiende una trampa para que se reubique en el palacio de Axayácalt, donde se le insinúa que será retenido como invitado. En aquel lugar Moctezuma continúa rigiendo México y acogiendo a sus cortesanos, ante la cautela de Cortés que simultáneamente coquetea con algunas de las hijas del tlatoani en los aposentos adyacentes.
Del mismo modo, sus hombres se valen de la inacción del permisible soberano azteca, disponiéndose a desvalijar cualquier objeto de valor y partiendo a las fuentes del oro. Prontamente se levantan tabernáculos cristianos en los templos y Cortés, en un gesto de perversión, avisa al desamparado Moctezuma que lo conducirá a España para que rinda reverencia a Su Majestad el Rey Carlos V.
Lógicamente, no todos los intermediarios de Tenochtitlán veían positivo la aparente docilidad de su soberano frente al jefe blanco.
En los primeros días del mes de mayo, los sucesos se precipitan ante la advertencia de la aproximación de una gran flota dispuesta por don Pánfilo de Narváez (1478-1528). Cortés marcha a su llegada, quedándose Alvarado y Contreras al cuidado de Tenochtitlan. Instantes más tarde, la información corre como la pólvora: Narváez viene en nombre de Velázquez dispuesto a combatir contra el extremeño.
Un movimiento magistral de Cortés le permite apropiarse de 18 navíos con un ejército enorme, derrotando a Narváez en una ofensiva en la que el enviado pierde un ojo y pasa a ser cautivo. Paralelamente, al tenerse conocimiento de la Ciudad del oro y la presencia de hermosísimas nativas, el grueso de las tropas cambian de partida.
En su vuelta a Tenochtitlán, Cortés retorna a una Ciudad sigilosa y en inquietante apaciguamiento. Días atrás, Alvarado y Contreras había mandado matar a 400 nobles y familiares congregados en el palacio de Axayácatl; los aztecas encolerizados acorralan a los españoles privándoles de agua y suministros. En un entorno de amotinamiento insurrecto, sublevados encabezados por Cuauhtémoc, sobrino del tlatoani, dificultan la situación.
Finalmente, Moctezuma en su tentativa de aplacar los ánimos es lapidado por sus súbditos, desconociéndose con precisión si su defunción derivó por éstos o a manos de los españoles. Cortés en su conato de desmoronar el cerco para escapar, determina hacer una salida que confluye en la ‘Noche triste’, falleciendo más de 700 integrantes de sus huestes y miles de indios aliados.

Los infaustos castellanos buscaron amparo en Tlaxcala, donde Cortés reagrupa a sus hombres, comienza el montaje de dos bergantines y obtiene refuerzos voluntarios de capitanes y oportunistas que aparecen de incógnito en la búsqueda de metales preciosos. La reconquista se amplifica desde septiembre de 1520 hasta agosto de 1521.
En los primeros seis meses, Cortés desaloja a los aztecas del término oriental, ya el 31 de diciembre accede a Texcoco; progresivamente sitia la laguna de Cuernavaca, Xochimilco y Coyohuacán para asediar Tenochtitlán el 9 de junio de 1520.
Consecuentemente, esta sería la Conquista de México sucintamente, uno de los apartados más controvertidos de los anales y un proceso clave en la configuración del mundo moderno, hasta fraguarse en la pugna irreversible entre Europa y América.
Un 8 de noviembre de 1519 que ha quedado enraizado en la narrativa de la aldea global, como la fecha en que Moctezuma le abrió las puertas de Tenochtitlan a Cortés y a sus acompañantes, encarnando la integración de dos culturas totalmente desiguales y desde donde ya nada sería lo mismo.

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