Opinión

Saint Germain

Corría el año 1972 cuando hice mi primer viaje a París. Era nuestro viaje de estudios de final del bachillerato. Lo hacíamos juntamente con otro colegio granadino. Este de niñas. Lo organizaron nuestros comunes profesores de francés. Previamente, los alumnos del Ave María habíamos estado trabajando duro todo el año con nuestro chiringuito del colegio, en el que se vendían chucherías, bollería, refrescos. Con lo que allí se recaudaba y lo poco que nuestros familiares podían aportar, los alumnos de los últimos cursos podían financiarse su ansiado viaje de estudios.

Para nosotros fue un año glorioso. Acabábamos el bachiller. Íbamos con niñas. Visitábamos Paris. Fue la primera vez que vimos a unos hombres mayores desnudarse y bañarse, borrachos como cubas, en una fuente pública del París del destape. Fue nuestra primera experiencia “rompedora” tras un largo bachiller, que transcurrió entre las prohibiciones del nacional-catolicismo y las manifestaciones a favor de la libertad. La segunda experiencia fue que un grupo de tres niños y tres niñas decidimos independizarnos del grupo mayoritario, para dedicarnos a visitar París por nuestra cuenta. Evidentemente, solo por el día, pues por la noche, cada uno tenía que volver a su hotel. Bueno, hotel era mucha categoría para habitaciones inmundas, sin ventilación ni luz y húmedas hasta los techos. Al menos las que nos tocaron a los estudiantes de nuestro colegio.

Esto nos permitió la tercera experiencia. Visitar el famoso bulevar de Saint Germain. Se trataba de un lugar histórico y uno de los principales ejes del barrio latino. Allí se habían desarrollado gran parte de los acontecimientos del Mayo del 68 francés. Nosotros ya apuntábamos maneras y tendencias ideológicas, y no podíamos perdernos este recorrido. Allí teníamos que hacer varias cosas. Una, buscar una tienda en la que nos vendieran el disco del famoso concierto de Paco Ibañez en el Olympia de París, y el libro sobre el Opus Dei y la Santa Mafia, por entonces “censuradas” ambas en España. Otra, visitar a mi tía Lupe. Ella, junto a su marido, llevaban años trabajando en París, justo en este bulevar. Le dio mucha alegría vernos. A nosotros también. Este fue mi primer contacto con Saint Germain. El más entrañable de todos. Era como nuestra primera experiencia de libertad en un mundo distinto al nuestro, pero que estaba ahí, a la vuelta de la esquina. ¡La libertad era posible!.

Mi segundo contacto con Saint Germain fue bastantes años después. Hace apenas cuatro. Se celebraba en París un congreso sobre energía y medio ambiente. Lo organizaban entre las universidades de París Est-Crèteil y de Castilla La Mancha. Los temas eran multidisciplinares y atractivos, pues se buscaba un enfoque del medio ambiente más allá de lo puramente técnico. Por ello, no era de extrañar que, junto a biólogos o químicos, hubiera ingenieros, economistas y hasta filósofos. De hecho, al editor de una de las revistas que iban a seleccionar trabajos para su publicación, la de más impacto, pudimos preguntarle de forma algo provocadora, acerca de su opinión respecto a que la filosofía fuese una materia importante en las escuelas de ciencias. Aunque, en parte se salió por la tangente, se defendió como “gato panza arriba”.

Desde hace años, empleamos parte de nuestras vacaciones en acudir a congresos internacionales o estancias universitarias. En esa ocasión acabábamos de terminar un estudio que habíamos elaborado sobre el impacto que estaba causando la actividad económica sobre el medio ambiente. Por otro lado, teníamos mucha gana de visitar París en primavera. Nos inscribimos. Nuestro trabajo debió gustar. De hecho, fuimos “chairman” de una de las sesiones paralelas. El congreso fue cuidadosamente organizado. Aparte de la calidad científica de la mayoría de los trabajos presentados, la planificación de las actividades lúdicas fué bastante acertada. La cena de gala por el Sena, a bordo de una embarcación preparada para este tipo de eventos, fue espectacular. Las vistas que proporcionaba del París nocturno eran impresionantes. La Catedral de Notre-Dame, el Museo del Louvre, la Asamblea Nacional o la Torre Eiffel, vistas desde el rio e iluminadas, eran espectáculos únicos.

El problema vino cuando seleccionaron nuestro trabajo para ser enviado a una de las revistas de impacto que participaban en el congreso. No superó la primera fase. Uno de los revisores dijo que el trabajo, que estudiaba en profundidad el impacto del cambio climático y la actividad económica sobre el planeta, “carecía de interés y de actualidad”. Después pude comprobar que la revista tenía un impacto muy alto y los trabajos que podían ser escogidos eran pocos. Este trabajo, que después fue seleccionado para otra publicación en una editorial de bastante prestigio, “carecía de interés” para este revisor. En este segundo contacto con algo relacionado con Saint-Germain, fue cuando comprendí el daño profundo que la competitividad y los intereses espurios están ocasionando al conocimiento científico.

Mi tercer contacto con Saint Germain ha sido este verano. En plena ola de calor de agosto. Cuando no quieren estar por las calles de Granada ni las chicharras. Nosotros, para que el personal pueda ir de vacaciones, nos vemos obligados a atender la actividad de nuestra pequeña panadería ecológica. Aunque las ventas disminuyen, sin embargo, la actividad no para. Y esto es bueno, pues con algunas acciones extraordinarias, como acudir a algunos mercados que se organizan en las zonas costeras, podemos atender los gastos fijos del mes. Uno de los pequeños comercios que no cierra es una pequeña taberna situada en el centro de Granada, cerca del Mercado de San Agustín. Es la taberna de Saint Germain, regentada por Juan José, un joven y buen amigo nuestro desde hace años.

Aparte de que su situación estratégica al final de una callejuela colindante con la famosa “casa de la perragorda”, le hace tener un microclima un tanto especial, que te ayuda a aguantar el calor sin grandes aportes técnicos externos, es uno de esos lugares mágicos de Granada, recuperado por un joven trabajador, experto en vinos y tapas especiales, y muy atento con su público, que no te deja indiferente. Allí te puedes beber algunos de los mejores vinos españoles y del mundo, sin necesidad de pedir una botella. Y también, comerte una tapa de callos. Los mejores que yo he probado hasta ahora. De hecho, siempre que vamos, lo primero que pedimos es una cañita de cerveza fresca, bien “tirada”, junto a una tapita de este manjar. Después, ya le dejamos a él que escoja el vino que considere más apropiado, junto a la tapa que mejor lique. El último día los dedicó a los vinos de Toro. Comenzó con uno suave, para ir ascendiendo en intensidad, sabor y añada. Ninguna de las marcas las conocíamos. Pero eran magníficos. Evidentemente, en cada vino nos daba una explicación experta sobre la variedad de la uva y la forma de elaboración. Y todo esto fue acompañado de unas alcachofas gratinadas y un tomate de nuestra vega con huevas frescas de caballa. Todo un manjar, que terminó con una copita de vino tinto dulce. En este tercer contacto con algo relacionado con Saint Germain, es donde hemos podido volver a experimentar el verdadero valor que tiene el trabajo bien hecho. También el de la amistad.

Por lo demás, seguimos pasando el verano de la mejor forma que nos es posible. Leyendo, paseando, bebiendo buen vino, conversando con buenos amigos y, también, haciendo pan de la mayor calidad que nos es posible.

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