Colaboraciones

La sacralización del paisaje del Estrecho de Gibraltar y Ceuta

La geografía psicológica tiene como propósito descubrir los factores psíquicos que intervienen en la conformación de un paisaje. Esta modalidad de disciplina combinada se basa en la idea de que el alma tiene la capacidad de proyectar una naturaleza y, de manera recíproca, los elementos físicos constituyentes de un determinado lugar ponen de manifiesto la actividad “psico-espiritual” que la impulsa. Nuestra interna dimensión sagrada, desde esta perspectiva, es posible reconocerla en los paisajes que nos rodean mediante la proyección de una iconografía ideal, o bien reconociendo las huellas de lo sagrado en los paisajes con los que estamos familiarizados (Corbin, 2006: 42).  A este respecto, comentó Joseph Campbell que “la santificación del paisaje local es una función fundamental de la mitología…El paisaje, el espacio en que se vive, se convierte en un icono, un cuadro sagrado. Dondequiera que estés, estarás relacionado con el orden cósmico” (Campbell, 2015b: 129).

Mircea Eliade estudió en profundidad el proceso de sacralización de los paisajes. Tal y como expone en su breve obra “Lo sagrado y lo profano”, “una de las características de las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que los circundan: el primero es el “mundo” (con mayor precisión: nuestro mundo”), el cosmos: el resto ya no es un cosmos, sino una especie de “otro mundo”, un espacio extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de “extranjeros” (asimilados, por lo demás, a demonios o a los fantasmas)” (Eliade, 2017: 27). Era necesario, por tanto, traer orden a un espacio antes de poder habitarlo; o, dicho de otra forma, había que sacralizar este espacio mediante una serie de ritos que reproducían la propia creación del cosmos.

El proceso de cosmización y consagración iban siempre de la mano. Había que elegir bien el lugar a partir del cual fundar un nuevo cosmos. En la mitificación de este proceso en el Estrecho de Gibraltar se cuenta que los primeros navegantes que se acercaron a los confines del mundo conocido visitaron varios puntos en los que realizaron determinados rituales para comprobar si eran o no los sitios adecuados para asentarse. Cuando identificaron estos puntos, acto seguido consagraron estos lugares mediante la construcción de un templo dedicado al héroe arquetípico que se atrevió a adentrarse en las tinieblas del caos y así traer el orden deseado. La señalización de estos nuevos espacios sacralizados se estableció mediante dos puertas custodiadas por Cronos, posteriormente sustituidas por las conocidas columnas de Heracles. Estas columnas, que señalaban un nuevo “centro del mundo”, hacían también la función de  Axis Mundi, que conectaban los tres planos de la existencia: el inframundo, el mundo terrenal y la esfera celestial (Eliade, 2017: 31).

Era habitual que el Axis Mundi o eje del mundo se identificaran con montañas, a partir de este momento consideradas sagradas. Estos pilares o postes sagrados eran los que sostenían el cielo. En el caso del mito transfretano, la montaña de Abyla, identificada como el actual Yebel Musa, representa al titán Atlas, castigado por los dioses a soportar sobre sus hombros el peso del globo celeste. En alguna de las versiones del undécimo trabajo de Heracles, este semidios ejerce por un breve tiempo la función de Axis Mundi mientras que Atlas se acerca al Jardín de las Hespérides para conseguir las manzanas de oro del árbol de la vida (Graves, 2005: 552; Ariza, 2020). Los árboles son otros de los más conocidos símbolos arquetípicos del Axis Mundi.

El otro Axis Mundi que delimita la ecúmene en la antigüedad era Calpe, para la que existe casi unanimidad en identificar con el Peñón de Gibraltar. La particularidad de esta montaña es la existencia en su cara oriental de una cueva, la de Gorham, que sirvió como santuario marino para los navegantes que frecuentaban las aguas del Estrecho desde finales del siglo IX a.C. hasta mediados del siglo II a.C. (Gutiérrez et alii, 2014: 619-629). En fechas recientes se ha dado a conocer el hallazgo de varios fragmentos de un Gorgoneion en la cueva de Gorham lo que apunta a la relación de este santuario gibraltareño con la Gorgona Medusa, un monstruo ctónico femenino vinculado a la mitología del Estrecho. Además de ser la responsable indirecta de la petrificación del Atlas, la Medusa fue una de las criaturas del inframundo a la que estuve que enfrentarse Heracles en su descenso al reino de Hades para capturar al cerbero (Graves, 2005: 560). La constatación de este santuario ctónico a los pies de la columna europea erigida por Heracles refuerzan la consideración de esta montaña sagrada como uno de los Axis Mundi del Estrecho de Gibraltar destinado a expresar el vínculo entre el inframundo, la tierra y el cielo.

Como vemos, los dos últimos trabajos de Hércules tienen como escenario el Estrecho de Gibraltar y tratan, de distinta manera, la cuestión de la inmortalidad. La primera de ellas alude a unas manzanas, que otorgan la eterna juventud, las cuales crecen de un árbol ubicado en la ladera del monte Atlas, la columna o Axis Mundi africano. Mientras que la otra vía para alcanzar la inmortalidad proviene de la valentía del héroe para descender al reino de la muerte y dar muerte al Cerbero, el perro de tres cabezas. Este motivo simbólico de un animal de tres cabezas lo encontramos en otros momentos históricos con un significado similar: cada una de estas tres cabezas representan el pasado, el presente y el futuro (Campbell, 2015b: 379-380). Matar nuestra dependencia del tiempo terrenal es lo que nos permite acercarnos a la eternidad, o lo que es lo mismo, a la inmortalidad.

Hasta la fulgurante etapa de conquista del Mediterráneo Occidental protagonizado por los árabes, nuestro mar fue considerado un espacio tenebroso y caótico (Ben El haj Soulami,  2019), pero una vez tomado experimentó el mismo proceso de sacralización que muchos siglos antes habían llevado a cabo fenicios y griegos en el Estrecho de Gibraltar. Algunos lugares citados en el libro sagrado del Corán fueron identificados por espacios geográficos reales localizados en lo que vino a denominarse al-Andalus.  Así sucedió que la mítica “confluencia de los dos mares” aludida en la Sura XVIII (la caverna) fue identificada con el lugar en el que se mezclan las aguas del Mediterráneo y el Océano Atlántico.  Superando la mera dimensión geográfica, estos dos mares simbolizan dos planos de la existencia: el terrenal y el celestial. Su solapamiento crea un tercer plano, el mundo intermedio (barzarh), también llamado mundus imaginalis. La mejor descripción de este mundus imaginalis es aquella legada por H.Corbin que lo describe cómo aquel en el que lo material se espiritualiza y lo espiritual adapta una forma tangible (Corbin, 2003: 259-378).

Siguiendo el contenido del Corán, en la “confluencia de los mares” habitaba un sabio llamado al-Khidr, destinado a custodiar la fuente del agua de la vida. En su búsqueda acudió Moisés para recibir sus enseñanzas acompañado por su ayudante Josué. Llevaban con ellos un pescado secado que volvió a la vida a tocar las aguas que discurre bajo las rocas sobre la que vivía al-Khidr. Este hecho milagroso permitió descubrir la morada del sabio “hombre verde”. A Carl Gustav Jung le interesó este mito y dedicó parte del contenido de algunas de sus obras a analizar la figura de al-Khidr.

En “símbolos de transformación” (1998), Jung relacionó a este personaje mitológico con el arquetipo de la cabra-pez, es decir, con el símbolo de la constelación de Capricornio. Esta constelación que marca el solsticio de invierno aparece representada como un ser mitad cabra, mitad pez. Es cabra cuando alcanza la cumbre de la montaña, y pez cuando en su descenso toca el agua de la vida. El pez, en opinión de C.J. Jung, representa en este mito al sol en su descenso a las aguas primordiales. A tocar estas aguas sagradas el pez vuelve a la vida, como el sol lo hace en su diario renacer por el oriente mítico (Jung, 1998: 211-212).

El recorrido de la cabra-pez recuerda al mito de Sísifo y su castigo de empujar hasta la cima de la montaña una pesada piedra, identificada con el sol, para a continuación rodar cuesta abajo y regresar al punto de partida. En un anterior trabajo (Pérez Rivera, 2019) establecimos una posible relación del mito de Sísifo con la figura del Atlante dormido visible desde Ceuta. Si observamos el punto en el que cada día del año el sol cae tras la montaña del Yebel Musa, en la jornada del solsticio de invierno el sol se oculta al sur de la cabeza del titán y a partir de ese día comienza, poco a poco, a descender hasta el día del solsticio de verano cuando, efectivamente, el sol se hunde en las aguas vivificantes del Estrecho de Gibraltar y, a partir de este instante, emprende el camino de retorno a la montaña del Atlante dormido.

En los alrededores del Yebel Musa encontramos tres lugares relacionados con la inmortalidad y el agua: la isla de Ogigia, residencia de la ninfa Calipso, quien prometió la inmortalidad a Ulises si permanecía a su lado; el Jardín de las Hespérides y su árbol portador de las manzanas doradas que crece sobre el manantial de las aguas primordiales; y la fuente de la vida (Ma al-Hayat) custodiada por al-Khidr. Existe otro Yebel Musa, el místico Sinaí, a cuyos pies, -según cuenta Sohravardi en el “Relato del exilio occidental”-, se encuentra la Fuente del agua de la vida (Corbin, 2003: 282). Existen, por tanto, referencias a dos montes místicos y míticos con el mismo nombre, uno en Oriente y otro en Occidente, en cuyas proximidades brota igualmente el agua de la vida. A ambas montañas acudió Moisés para adquirir la “ciencia divina”, bien directamente de Dios; o a través de uno de sus servidores, de nombre al-Khidr. Gracias a la sabiduría adquirida en la fuente de la vida es posible acceder al octavo clima o mundus imaginalis (Corbin, 2006: 72).

En el relato aviceno de Hayy Ibn Yaqzan se dice que en la montaña sagrada discurren dos fuentes paralelas: la del conocimiento y la de la vida. Es una constante en los mitos que aluden a la fuente del agua de la vida que la sabiduría y la inmortalidad se localicen una al lado de la otra. En palabras de Henry Corbin, “la fuente del agua de la vida, el Aqua permanens, es la gnosis divina, la philosophia prima. Cualquiera que se purifique en ella y beba de ella no gustará jamás la amargura de la muerte” (Corbin, 1995: 166). Mediante el bautismo en el agua de la vida se recibe el intelecto y entramos en el campo de la gnosis y el hermetismo.

La fuente del agua de la vida se encuentra siempre en “el centro del mundo”, lugar de la confluencia de los dos mares. El reconocimiento de este lugar en el paisaje del Estrecho de Gibraltar, y de manera más concreta en Ceuta (Pérez Rivera, 2019), sucede al mismo tiempo que conectamos con nuestro centro psico-cósmico. Cuando este proceso se completa, nuestros órganos de percepción sutiles se activan y somos capaces de penetrar en el mundo intermedio. El alma del mundo (Anima Mundi) vuelve a envolver y penetrar los paisajes que contemplamos y así recuperan su condición sagrada. Las montañas dejan de ser consideradas elementos inertes de la geografía para cobrar vida. La savia verde recorre el interior del Monte Hacho (Pérez Rivera), el Yebel Musa vuelve a conectar el cielo y la tierra y sobre su silueta la cabra-pez sube y baja entre el invierno y el verano marcando las estaciones. En sus cercanías de una fuente emana el agua vital y crece el árbol de la vida. De todo lo que ahora percibo destaco la luz de la sabiduría que encarna Sophia. Ella abraza a esta pequeña península rodeada por dos mares que simbolizan el principio femenino (el mar Mediterráneo) y el masculino (el océano Atlántico). Fruto de su hierogamia (matrimonio sagrado) nace un ser renovado y pleno de facultades perceptivas, emotivas, intelectuales y creativas. Gracias a las nuevas capacidades adquiridas consigue acercarse a su centro, a lo que C. G. Jung, denominó el sí-mismo. Se trata de un proceso de autorrealización con muchas semejanzas a los ritos de iniciación que se practicaban en la antigüedad y a las operaciones de los alquimistas en la Edad Media.

El reconocimiento y la liberación del elixir vital que todos portamos como extensión microcósmica del macrocosmos ha venido acompañado, en mi caso y en el de otras personas en el pasado y en el presente, del desvelamiento del espíritu del lugar en el que nacimos y vivimos. Yo he tenido además la suerte de encontrarme en el camino de mi individuación con determinados hallazgos arqueológicos que me están permitiendo avanzar en mi autodesarrollo y en el cumplimiento de mi misión vital.  Sé que estos descubrimientos no son frutos del azar o de la casualidad. Todo responde a causalidades que escapan a mi comprensión. Lo importante para mí es seguir bebiendo de las aguas del conocimiento que me aportan la gnosis y el hermetismo y bañándome en las aguas vivificadoras de la naturaleza ceutí.

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