UF, por dos años pensé que el Café Comercial no volvería a abrir. Y es que las mesas de mármol le dan otro aire a la libreta; por no decir la cubierta de espejos, el servicio premier, y la luz tenue de los faroles. En la de al lado, una joven de mirada agradable ve la vida de Madrid a través del ventanal, mientras un libro cerrado encima espera su oportunidad.
¡AH! Cómo admiro a los lectores, a los que emplean su tiempo libre para leer, para ensanchar la monótona existencia. Porque quizás no lo sepáis, pero yo soy más de libretas vacías que de libros rellenos. Tuve un par de años de esplendor, cuando no tenía empleo ni grandes sacrificios, aunque mis lecturas no dan para tener una conversación por épocas, y mucho menos por autores.
He disfrutado de las mejores obras, eso sí, más bien desde el punto de vista de la técnica narrativa, dado que mi objetivo era claro desde el principio: aprender a escribir lo suficiente como para contar la historia de lo que pudo haber sido. Durante largo tiempo he vivido intrigado por la longitud de las frases, en la seguridad de que era la clave para la armonía, para saciar la respiración del espectador insatisfecho.
He hecho lecturas al cabo de las cuales no recordaba nada de lo expuesto, tan metido como estaba en la cadencia que proporcionan los signos de puntuación. Pero volvamos al Café Comercial. Para mí, significa la nostalgia de una vida que se fue. Puedo imaginar a los artistas de la bohemia, acudiendo a las citas con sus colegas en las tardes, con las manos manchadas de tinta.
Tras las horas de creatividad y paciencia prolongada las luces son muchas, y las dudas nos hacen hablar del hombre: de su ser y de su sociedad. Cuánto interés habría en las conversaciones; cuánta riqueza compartida. En este café mi estado de consciencia se modifica, y una razón llama a capítulo lo que es real y lo que es potencia. Intento hacer balance, pues no hay nada como saberse para escapar de la tormenta.
Una vida; un sitio. Es ley universal. A no ser que inventes tus recuerdos, ya que, al fin y al cabo, ¿Qué diferencia hay entre el recuerdo de una escena vivida y el de una escena escrita? Yo creo que la calidad del recuerdo es la misma, y quizá la perfección se halle más en lo segundo, un mundo limpio de frustraciones y sin errores del destino.
Ya lo dijo el genio: “La vida es sueño”. El hecho de no deberle nada a nadie en el mundo de la escritura me ofrece un abanico lleno de posibilidades: me da mucha seguridad en la elaboración de informes, mi lectura de documentos es fiable, mi mente es inasequible al tedio, pues minuto que tengo, minuto que dedico a mis argumentos, y lo más importante: dotarse de una cosmovisión te hace valorar ese ser maravilloso que es la historia de los pensadores y los inventores.
Por lo demás, tengo que estar muy atento en el medio plazo con mi trayectoria en el movimiento de la salud mental, para que no se me vaya de las manos y pierda de vista el suelo. Ahora, prefiero escudarme en el “de vez en cuando” de la escritura, ya que habéis de saber que la escritura en sí tiene una esclavitud: no se puede ser brillante todo el rato.
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