Opinión

Puño de hierro: Bielorrusia

Entrar en Bielorrusia, el país más hermético de Europa, no va a ser fácil con sus duras restricciones de acceso. Para tramitar el visado es necesario hacerlo desde la embajada de dicho país en París. Pero no nos lo concedieron porque pedían cartas de invitación, reservas para cada noche de estancia, fecha exacta de llegada... Era imposible saber cuándo llegaríamos porque nuestra ruta se realiza por tierra y en coche. Decidimos partir sin tramitar este visado con la esperanza de poder obtenerlo en el consulado de Chisinau, la capital de Moldavia. Respiramos tranquilos cuando en Chisinau nos devolvieron el pasaporte con un flamante visado para 15 días, cinco días más de lo que suelen conceder. Finalmente la decisión que tomamos para tramitarlo en ruta jugó a nuestro favor.

En Bielorrusia tuvimos un flechazo a primera vista. Accedimos al país por una frontera poco transitada, cercana a la fatídica zona de Chernóbil, donde se produjo hace 30 años una espantosa explosión nuclear de la que aún existen secuelas. La población rural nos mostró su cercanía y simpatía desde el primer momento… pero de nuevo el idioma fue el principal obstáculo. Sólo hablan bielorruso y ruso pero eso no nos impidió compartir momentos entrañables. Sus rústicas y coloridas casas en pueblos esmeradamente cuidados y mantenidos nos cautivaron. Tanto en pueblos como ciudades existe un civismo que nos dejó maravillados, un respeto a la propiedad privada y pública que hacía tiempo no encontrábamos teniendo en cuenta los actos de vandalismo a los que estamos acostumbrados en Europa.

Gobierna con mano de hierro el presidente Lukashenko, ferviente pro soviético que, con la disolución de la URSS, se las apañó para ganar las primeras elecciones libres en 1994 y al poco remodeló la Constitución para hacerla a su medida. Lo primero que hizo fue derogar el artículo que sólo permitía al presidente dos mandatos. Después de más de 23 años siguen siendo el presidente del país... en una sucesión de elecciones con grandes sospechas de fraude. La libertad y los derechos humanos son una quimera en Bielorrusia. De hecho, la temida KGB siguen existiendo y actuando en este país. Ni siquiera se han tomado la molestia de cambiarle las siglas, su nombre y procedimientos siguen intactos.

Para circular por el país debemos adquirir un dispositivo en la frontera que controle todo nuestro recorrido por carretera, estaremos monitorizados. Hay peajes pero no hay casetas de cobro. Todo es automático y el artilugio emite un vip cada vez que un monitor de la autovía lo detecta descontando el importe de nuestra carga. Si no llevas el aparato o no tiene dinero cargado al poco te parará una patrulla policial y te impondrá una cuantiosa multa.

Pero lo bueno es que podemos movernos por todo el país solos y nuestro Mitsubishi Montero de AUBENSA CEUTA nos lleva a románticas aldeas, ciudades históricas e impresionantes fortificaciones como las de las ciudades de Brest, Mir o Nesvizh. Fuera de las rutas principales no hay dispositivos electrónicos de monitorización y disfrutamos de libertad absoluta para adentrarnos por pistas y caminos complicados aprovechando las prestaciones de nuestro todo terreno, alcanzado lugares de ensueño. Desgraciadamente padecemos fortísimas y violentas tormentas que convierten las pistas en complicados barrizales y hay que extremar las precauciones. El frío es también una característica en estas latitudes y las temperaturas nocturnas se mueven entre 6 y 8º C en pleno mes de agosto.

La capital, Minsk, arrasada durante la Segunda Guerra Mundial y levantada bajo las directrices soviéticas pero con un refinamiento que, a pesar de imperar la arquitectura "brutalista", han conseguido alzar una metrópolis realmente atractiva. Nos enamoramos de Minsk al poco de empezar a recorrerla. Combina elegantes edificios neoclásicos con casitas bajas restauradas, hermosos parques, paseos peatonales al borde del río Svisloch... Todo impoluto, ni un papel, ni un plástico... ni una sola colilla.

Bielorrusia ha resultado tan interesante y sus gentes tan hospitalarias que apuramos el visado hasta el final, quizás demasiado, salimos con tan solo 3 horas de margen. Finalmente entramos en Lituania, la primera de las tres repúblicas bálticas que marcarán nuestra antesala a Rusia.

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