Paul Charles tenía 33 años. Era de Camerún. La tarde del 28 de diciembre de 2010 decidió colarse dentro de la carga de un contenedor de basuras que salía de la planta de residuos del Hacho en dirección al puerto. Un accidente provocó que el camión volcara. A Otsmani, un argelino que se había escondido entre basuras, le dio tiempo a escapar. Paul murió. Sus restos están en uno de los nichos del cementerio de Santa Catalina, en Ceuta. La dirección del CETI de aquella época le hizo una placa, lo que hoy en día, 11 años después, permite identificarlo.
A su lado hay decenas de nichos que mantienen restos de otros compatriotas que nunca fueron identificados o sí, pero nadie puso su nombre y apellidos. Algo se aprecia en el de Sambo Sadiako, fallecido desangrado en la valla, pero nadie es capaz de localizar el lugar donde fue enterrada la subsahariana, embarazada, muerta en diciembre de 1998 o el de la niña y la adulta rescatadas sin vida en el entorno de isla Perejil. El anonimato de la muerte se pierde en un camposanto en el que se les rezó y despidió en una Ceuta que nunca pensaron que iba a ser su última parada.
El cementerio de Santa Catalina acoge nichos y tumbas con historias rotas, vidas perdidas que conviven en un mismo recinto que unos días al año cobra relevancia porque todas las miradas tornan hacia él. Entre los nichos de los inmigrantes, de los tantos que han ido a morir a este lado de la frontera, se suman otros con lápidas reconocibles que muestran la identidad de quienes dejaron esta vida.
Hay las que siempre tienen flores, la del alcalde Sánchez-Prado; la del monumento a los represaliados junto a otras lápidas de nichos correspondientes a militares con una simbología especial y única. Como la de legionarios, con la imagen de la muerte grabada junto al hijo muerto en brazos de la madre.
Pero el camino más difícil siempre es el que conduce al espacio donde se concentran nichos en los que fueron depositados restos de niños, incluso de recién nacidos. Algunos tan antiguos que carecen de cualquier reconocimiento. Las muertes más difíciles de asumir y de entender, si es que en algún momento se consigue dar ese paso.
En estos días la ruta hacia el cementerio es constante para muchas familias, son jornadas de tener aún más presente a los que faltan, de romper con la tranquilidad y el silencio de un recinto que guarda mucho dolor y demasiadas lágrimas. El bullicio, la limpieza, las flores, el color rompe con las historias acumuladas de todos los que dejaron este mundo.
Los fallecimientos de niños, uno de los recorridos del cementerio más duros
Asimilar la muerte de un niño no es que sea complicado, es que en ocasiones resulta imposible. En el cementerio de Santa Catalina hay zonas que recogen los nichos de recién nacidos. Algunos de ellos tan antiguos que carecen incluso de cualquier tipo de identificación.
Inmigrantes: hombres, mujeres y también menores de edad; solo algunos pocos han sido identificados
En las distintas galerías de Santa Catalina están recogidos los restos de inmigrantes que murieron intentando la entrada a nado, en la valla o aplastados por la carga de basuras de los camiones. Solo unos pocos fueron identificados, la gran mayoría recibió el último adiós sin saber nada de su vida, llevándose consigo una historia que se vio truncada en la ciudad que habían previsto únicamente de paso, pero que fue su final.
De las zonas mejor cuidadas a puntos en donde se aprecia, a simple vista, el abandono en nichos y tumbas
Hay puntos en donde impera el abandono tanto en nichos como en tumbas. Aparecen al margen del resto, rompiendo con la tónica de las lápidas limpias, repletas de flores o con adornos.
Algunas tienen muchísimos años de ahí que no tengan siquiera un cuidado o cuenten con la visita de familiares porque ya no quedan en la ciudad.