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Ropa tendida

Ropa tendida. La expresión me traslada a mi niñez. Mi abuela, tan celosa siempre de la más estricta moral y las buenas costumbres, solía espetar el dicho al menor inicio de cualquier conversación de los adultos que, intuyera, pudiera resultar nociva para los oídos o el pensamiento de sus nietos.
Quizá, aunque menos, lo de ropa tendida sigue utilizándose no sólo por los niños sino «para recomendar cautela en lo que se dice por la presencia de ciertas personas», como define el diccionario de María Moliner.
Según el presbítero José María Sbarbi, la expresión tendría su origen en el lenguaje penitenciario. Solían emplearla los reclusos, entremezclándola en el contexto de la conversación, cuando el carcelero de turno estaba próximo y algún presidiario no se había percatado de su presencia.
‘Ropa tendida’ es también el título de una interesante novela de Eva Puyó. Ambientada en el seno de una familia de un barrio zaragozano en los difíciles años de la reconversión industrial, pone al desnudo ciertos hechos que solemos guardar para nuestros adentros por su pertenencia a la esfera de lo más íntimo, del día a día de la convivencia familiar. Un libro que se lee sin mayores complicaciones por la sencillez y la naturalidad de su texto, alejado de subjetivismos por la intención de su autora de conectar con la universalidad.
Pero lo de ropa tendida viene aquí a colación por esa costumbre de poner las prendas a secar al aire y al sol en ventanas y balcones. Una estampa, por desgracia, habitual en el exterior de ciertos edificios.
Tender la ropa a pie de calle en muchas barriadas periféricas implica la vigilancia permanente de sus propietarios, so pena de que les roben hasta el último calcetín. Son las consecuencias de esta Ceuta plagada de indocumentados y rateros venidos del otro lado de la frontera, dispuestos a arramplar con lo primero que se encuentren al alcance de la mano.
Si hablamos de pisos el asunto es diferente. Me cuentan dos vecinos de un elegante edificio como les tienen declarada la guerra determinados moradores del mismo, todo por intentar hacerles cumplir con la normativa de su comunidad de no tender prendas en balcones o ventanas.
No es la primera vez que alguien me anima a escribir sobre el asunto, especialmente cuando hablamos de edificios que cuentan con una pequeña galería o lavadero en donde acometer tal operación sin recurrir a la antiestética chapuza del improvisado y ordinario tendedero exterior. Es más, los hay que, aun disponiendo de secadora, prescinden de ella «porque si no es al sol y al aire las prendas claras no relucen».
Me hablan también de determinados titulares de viviendas que residiendo prácticamente en la Península, acostumbran colgar bien visible su colada al exterior, cada vez que ellos, sus familiares o amigos se acercan a la ciudad, como «prueba de que el piso está habitado».
La imagen de la ropa a la vista de todos es desagradable. Barriobajera en determinados casos, con perdón. De hecho basta con darse una vuelta por la ciudad y observar el lamentable favor que tales tinglados hacen a ciertas fachadas. Hay estudios que hablan de que la costumbre de los tendederos exteriores puede llegar a desvalorizar los pisos hasta un quince por ciento.
¿Qué se hace sobre este asunto aquí? Nada. Absolutamente nada. Ni ahora ni nunca. Cada cual campa por sus respetos. Cabría seguir la línea de algunos municipios. El de Barcelona, por ejemplo, donde se vigila escrupulosamente el cumplimiento de una norma que forma parte de una ordenanza orientada a tratar de «ofrecer una imagen de la ciudad más limpia y ordenada», según su Instituto Municipal del Paisaje Urbano. Vamos, que el tendedero le puede costar al vecino una multa de 120 euros, como de hecho viene sucediendo.
No es el único ayuntamiento. Leo y me parece una exageración el caso de Burgos, donde por «tender en balcones o ventanas orientadas a la vía pública», la sanción puede alcanzar los 900 euros. No es lo habitual. La costumbre, en tantos casos injustificada, suele penalizarse con sanciones que, por lo general, suelen oscilar entre los 30 y los 100 euros. De momento, en Ceuta, bien podríamos comenzar con una campaña de sensibilización ciudadana al respecto. Algo, vaya.

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