A lo largo de mi pobre y millonaria vida he conocido gran cantidad de personas. Personas de calado puro y hermoso; y personas de profunda maldad y egoísta. Personas de gran bagaje cultural vinculado a la burocracia del titulo universitario; y personas cultas a martillo del libro autodidacta. Personas que se acercan por interés; y personas que sin interés se acercan. Personas que ven posible un cambio en el mundo; y personas que no quieren que el mundo cambie. Personas con las manos llenas; y personas con el corazón vacío. Personas valientes como el mensaje inconformista de una pancarta dentro de una manifestación; y personas cobardes como la bala que mata sin piedad. Personas que se dan golpe de pecho; y personas que los golpes los dan en la mesa. Personas auténticas como el libertario; y personas aburridas como el autoritario. Personas infinitas como los números; y personas limitadas como las fronteras. Personas que hacen de una bandera una patria; y personas que quieren una patria sin banderas. Personas libres como el verso; y personas reprimidas como la televisión. Personas necesarias como el aire; y personas superfluas como la llamarada de la pólvora. Personas diversas como las que habitan Latinoamérica; y personas planas como la distancia más corta entre dos puntos. Personas reivindicativas que plantean que la edad no es una arruga facial; y personas, en la cima de la juventud, que sólo luchan por lograr un teléfono móvil de última generación. Pues todas ellas, en común, me han dado una lección: la amistad es de los pocos tesoros que posee el ser humano y, difícilmente, se vislumbran más que dedos contiene una mano. Ellos son como el fuego mantenido en una cerilla puesto que no contienen sombra alguna.
Es curioso como el amor de una pareja y la amistad de un amigo se parecen tanto en su origen que hasta para serlo jamás te preguntan tal cuestión; sino que es el tiempo quién lo dictamina. La amistad es como aquella gaviota de costa, en su eterno vuelo litoral de abrir las persianas de las jornadas y así presentarnos los albores de las mañanas, coloreadas en cárdeno y con gotitas de arrebol los atardeceres; y conceder a las estrellas permiso para que adornen los cielos nocturnos de la playa; es decir, si necesitas ver a tu amigo, en cualquiera de los días, sabes perfectamente dónde encontrarlo al igual que la gaviota en la extensión inalcanzable de una playa…
La amistad es el único maestro que ni te califica, ni te ordena trabajos y ni te obliga estudiar para un examen por dos razones: primeramente, porque es evaluación continua; y, segundo, porque no hay suficiente temario escrito como para poder definir la amistad ya que un amigo es infinito y las experiencias con él incontables. Por tanto, no existe nota final en la amistad, sino el valor simple de aprender juntos los caminos inefables de la vida.
La todopoderosa amistad te enseña, en posición vertical y sin trampas ni cartón, la grandilocuente calle. En ella y con él, descubres los tentáculos del sistema socioeconómico actual y presencias, notablemente, el binomio carroñero de la desigualdad y la cara triste del rechazado sin poder adquisitivo; peinas la picardía de sus esquinas que te sirve para anticipar las acciones de las personas; conoces al demonio hecho adoquín de sus bulevares para que tengas un palique con la misma tentación, en todas sus esferas, y ya depende de ti, exclusivamente, la elección; caminas entre sus huesos de alquitrán y te aposentas en sus pestañas de plazoletas la búsqueda de historias inolvidables que a veces se convierte en maravillosos lunares de amores y/o encuentras la conversación interminable de dos; persigues entre sus misteriosas bocacalles una aventura nueva que haga palpitar tus ojos entre la luz que marca sus lunas y los nudos marineros que dibujan sus constelaciones. Ahora tengo claro -tanto yo como mi amigo-, que el duende no sólo pertenece al flamenco, sino que, también, reside entre los misteriosos pasajes callejeros; por tanto, la calle tiene duende debido al poder de sus leyendas urbanas, a la inspiración que origina los relatos de sus piedras y al arte de sus mil y una expresiones. Asimismo, siento que la calle sin amistad no es calle y sería poco probable la amistad sin la calle.
Por otro lado, el tiempo no define la amistad, aunque ayude a convertirse en tal, pero un horizonte temporal no puede ser el determinante final para que alguien se convierta en tu amigo. En este sentido, conozco personas desde hace una batalla de lustros y no me toca el interior ni para un saludo; sin embargo, existen otras cuya convivencia no haya más de tres estaciones y perduran para siempre. De todas formas, reconozco, que la amistad florecida desde que aprendí a leer, desde el universo del barrio o desde la cafetería de la universidad son los que más han perfilado mi personalidad.
En esta sintonía, la amistad es la magnitud de un templo griego tetrástilo que grava las siguientes manifestaciones entre sus cuatro columnas: el primer pilar señala: «los amigos nunca te dan la espalda», que mejor frase para definir al amigo puesto que cuando realmente los necesita nunca se quitan del medio y se ponen junto a tu vera ante la pluralidad de tus contratiempos. En este instante, que mejor momento para destacar la espalda como silueta pretérita del cuerpo que sirve como metáfora al amigo. Una espalda es amor porque es el último beso de los días, es el refugio de tu descanso y es el calor del amado y de la amada cuando la jornada acaba; una espalda es arte porque la esculpen y dibujan artistas para descalibrar nuestros ojos; y la pintan tatuadores para narrar nuestros cuentos; una espalda es juguete de los niños y niñas porque se lo prestas para que se crean gigantes; una espalda es altar del viajero y viajera porque allí reposa la maleta cargada de episodios nuevos; una espalda es música porque el director de orquesta dirige la orquesta de posición contraria al público, a movimiento de batuta, para que fantasees con su pentagrama; la espalda es escudo porque protege al ser vivo ante cualquier adversidad; una espalda es rebelde porque si es agredida a causa de una injusticia universal se subleva hacia la alternativa; una espalda es resiliente porque si se cae, a la misma vez, se levanta; una espalda es marinera porque con su silueta de mar en calma navegan fragatas cuya cofa siempre divisan amores a la vista; una espalda es el pasado que se fue, el presente que andas y el futuro que nunca llega ya que escribe todos tus recorridos y ella está contigo desde que nace hasta que pereces; una espalda es un mundo porque su hemisferio contiene países de todos los colores y para cruzar sus fronteras no hace falta pasaporte; una espalda es espacio porque entre sus músculos quebrantan galaxias al teclearlos con tus dedos y se alinean planetas al estallar tu mejilla contra ella; una espalda es el suelo del desierto que no derrama sed en tu boca ya que con un beso que le obsequies humedece cada uno de tus sentidos. Así que, un amigo nunca te da la espalda, pero tiene el derecho de criticarte, tanto positiva como negativamente según la acción que acometas, y más si crees que te has equivocado. Por ello, te defenderá por la espalda y criticará en tu cara, debido a su carácter leal.
En el segundo pilar se esculpe «la amistad es conversación». La conversación es la escritura descalza y desnuda de una voz gigante que riega encendida, entre damas y caballeros, la tierra de sus encuentros convirtiéndose así en el himno del amigo. Asimismo, en el mundo amigable la charla con el compañero se transforma en capital de distintos paisajes temáticos que abordan desde el verso romántico del amor hasta la prosa; a veces con espinas, a veces con rosas de la propia vida. Una conversación es tan invaluable como el tiempo ya que ni existe segundos contados, ni longitud de medida en las palabras que pintes en el coloquio con el amigo; por ello, si hace falta os quedaréis hasta el amanecer debatiendo, aunque el otro día te pase factura. Al final, en esos mares de cháchara te das cuenta de que existen amigos con quienes «estar», y otros con quienes «ser»; pues estos últimos son los incondicionales; aquellos del diálogo eterno; aquellos que te dan la palabra exacta cuando eres naufrago ante la adversidad; y cuando te das cuenta son el mayor de tus consejeros, el sumun de tus riquezas.
Con el tercer poste se anuncia «dar la otra mejilla». Un amigo conoce cualquiera de tus estados, sobre todo emocionales; en este sentido, ante una mala contestación el amigo no sólo permanece contigo, sino que, incluso, ofrece, también, la otra mejilla. Más allá que tal metáfora sea un pasaje evangélico, el amigo siempre ofrece su «mejilla» no como individuo omiso al amigo, sino como maestros de la paciencia; puesto que un mal día lo tiene cualquiera y quizás esa mala jornada que tu tienes hoy será mañana para él. Así que seamos caballeroso ante la amistad y guarda tu mejilla para aquel colega que lo necesite.
En la última columna, pronunciamos: «un amigo es el acto y no la palabra”. Jamás un amigo me lanzó la frase: «quiero ser tu amigo»; simplemente, fueron sus acciones los que le confirmaron como tal. Por ello, nunca pongas por delante la palabra para convencer al amigo, ya que serán tus acciones las que definan tu posición en la amistad. Por más palabras que posea un diccionario nunca será suficiente como el abanico de los hechos a la hora de definir una amistad, puesto que una palabra puede ser arlequín y disfraz de mentiras mientras que el hecho son piedras preciosas como la verdad, y no hay nada más real que el amigo y su hombro de apoyo. Un amigo que se convierte en apoyo fiel, como la lana con el frío que se besan hasta arrecirse sus credos originarios, y desde la eternidad nos ofrece su hombro para llorar cuando nos sentimos solos, marginados, ridículos, y, sobre todo, en circunstancias donde el peso del mundo nos cae encima; donde la existencia parece derrumbarse.
Por ello reitero, la amistad es ese templo tetrástilo donde cada escalón es una vivencia con él, y cuyo frontón florea la libertad real de ser como tu eres. La amistad no es enemigo del amor en pareja, sino que, complementa al anterior y, navega contigo como compañero iridiscente que te desabrocha el alma motivado por las incontables aventuras sin destino que vivís. La amistad es un amigo que perdona, empatiza y valora, de lo contrario jugaría a ser Dios; y, Dios puede ser cualquier elemento, menos amigo por su teológica inmortalidad y afán individualista. En este sentido, Dios tiene envidia de los humanos por dos razones: la primera, por la condena de su inmortalidad puesto que jamás puede vivir cualquier momento como el último y eso arrebata intensidad a la vida. Por tanto, un beso, una caricia y un encuentro puede ser vencido del soplo hermoso de un final potenciando al calambre indescifrable de volver batallar por esos mismos actos. ¡Ay! qué significado tendría nuestra presencia en este mundo si supiéramos que ocurriría en el próximo segundo y, además, sepultaríamos al poeta romano Horacio en su expresión del Carpe Diem: «aprovecha el día, no confíes en el mañana».
El segundo argumento razona en la imposibilidad de que Dios tenga amigos, porque en su cualidad innata de crear el universo me preguntó: qué amigo le aconsejaría dibujar éste planeta con tanta injusticia en cualquiera de sus planos. Asimismo, Dios, desde su soledad de su trono, templos y religiones inmortales, es tan aburrido como un patio de colegio sin niños y niñas; y/o un pasillo de instituto en verano; y nunca será tan divertido como la suerte meliflua de atesorar un amigo.
No comparto la afirmación: «los amigos se eligen». Aunque es cierto que seleccionamos nuestros amigos en función de compatibilidades y afinidades, prefiero pensar que la vida con su mano casual e inexplicable nos regala excepcionales personas y, a partir de ahí, tenemos que cuidarlos y conservarlos. Considero que el poder de elegir ha llevado al ser humano a profanar la humillación de él mismo al fomentar situaciones de guerra, contaminación e instauración de una máscara ecoica en nuestro ser que persigue la felicidad en lo superficial con el propósito avaricioso de acumular recursos. Por ello, no pretendo señalar amistades, sino enamorarme de sus consejos apaciguadores, conversaciones profundas y ecosistema leal para seguir creciendo como persona puesto que parte de lo que soy es por ti, amistad.
Pues bien, una vez llegado en este punto querido lector, me pregunto: ¿una mujer y un hombre no pueden ser amigos? Totalmente, SI. Me niego a pensar que la historia entre una mujer y un hombre se resuma siempre desde la misma manera, es decir, en la travesía de una historia de amor y, en el caso de que no fragüe, aparece la tragedia; por no hablar que siempre el hombre es un héroe con capa que rescata princesas desoladas. Acaso un final hermoso no puede ser la amistad y que ambos vivan felices y, si les apetece, pues se citen en comer perdices desde el mismo balcón del número 23 de la Vía Capello en Verona, entorno donde William Shakespeare se inspiró en escribir Romeo y Julieta, allá durante el siglo XVI.
En el siglo XXI, no se puede rechazar la amistad de una mujer porque podemos estar perdiéndonos los mejores consejos y, en este caso, aniquilar su mano tendida, sin intención sexual, es ser tan miserable y analfabeto como el hambre. En tal caso, independientemente de una posible temperatura alta entre sábanas o no, esquivar la atención amigable de una hembra es rechazar personas bonitas que pueden ser imperiosas en la carretera de tu vida; y, decidir no contar con su entrañable amistad, es no ser consciente de una más que posible pérdida oceánica que te puede pasar factura el día de mañana. Además, quién crea en tal tozudez les doy la oportunidad para que conozcan a mis amigas.
Mujer, yo quiero ser tan amigo tuyo, que no me da miedo reconocer mi machismo societario, puesto que acatar el virus patriarcal es el primer paso hacia el cambio. Por ello, querida amiga, de la misma manera de ser amigos, pretendo defenderte y unirme en tu lucha por la igualdad de género que conduce otros horizontes que la simple compartición de labores de hogar y cuidado del hijo y/o hija, siendo responsabilidad de dos; si no que, también, pretendo fraguar contigo hacia la victoria inmarcesible del guillotinar finalmente la brecha salarial, la violencia de género y el abuso sexual, entre otros avatares que existe en la inequidad de ambos sexos.
En 1963, el crítico cultural estadounidense Gershon Legman, en respuesta contra la guerra del Vietnam, afirmó: «haz el amor y no la guerra». Pues desde esa mentalidad andemos con el amor desde la diversidad humana, en todos sus afluentes como ríos que somos, en un horizonte de amistad para acabar con la guerra de la inequidad universal. De igual modo, el filósofo británico Bertrand Russell, compartiendo ideas de Legman, pronunció: «La mejor parte de la historia humana no reside en el pasado, sino en el futuro», así que con esta expresión esperanzadora reivindico que no es lascivo imaginar la amistad entre una mujer y un hombre; sino que con esa mentalidad seremos más fuerte como sociedad en esa ansía de un mundo más feminista, es decir, más igualitario. Por tanto, Romeo y Julieta, claro que pueden ser amigos. X la revolución de los desiguales…
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