Colaboraciones

Romantizar el mundo, romantizar Ceuta

Esta semana hemos presentado en la Biblioteca Pública de Ceuta el libro “Naturaleza y Espiritualidad. La cosmovisión de las religiones ante el cambio global”. Como explicó el editor del libro, Juan Carlos Ramchandani, esta obra recopila las distintas visiones de las principales tradiciones religiosas sobre el vínculo entre la naturaleza y la espiritualidad. Nuestra aportación, que titulamos “La experiencia de la vida”, es una combinación entre filosofía y religión. La frontera entre ambas es difícil de precisar, pues sabiduría y santidad suele ir de la mano, como dijo Ralph Waldo Emerson. Precisamente, este autor norteamericano del siglo XIX es considerado el padre del movimiento transcendentalista, inspirado en el idealismo y romanticismo alemán, sobre el que tuvimos la oportunidad de hablar con cierta extensión.

El romanticismo fue la respuesta al pensamiento utilitarista y racionalista que se impuso en el mundo Occidental a partir de mediados del siglo XVIII y cobró especialmente fuerza con las sucesivas revoluciones industriales. El cientifismo, el utilitarismo y el racionalismo provocaron el temor y el recelo del denominado Círculo de Jena. Según los integrantes de este círculo -constituido por autores, como Goethe, Schiller, Fitche, los hermanos Schlegel, Alexander Von Humboldt, Caroline Michaelis-Böhmer-Schlegel-Schelling y Novalis- la realidad había sido despojada de poesía, espiritualidad y sentimiento. Novalis escribió: “la naturaleza se ha reducido a poco más que a una máquina monótona...La música de inagotable de la eterna imaginación del universo se ha convertido en el monótono traqueteo de una gigantesca rueda de molino”. Novalis, y resto de compañeros del círculo de Jena, se propusieron romantizar el mundo, hacernos con la magia y la maravilla que contiene. La misión era ver lo extraordinario en lo ordinario. En palabras del propio autor: “al dar a lo común un significado más elevado, al hacer que lo ordinario muestre su misterio, al conceder a lo conocido la dignidad de lo desconocido y al transmitirle a lo finito un resplandor de infinito, estoy romantizando”.

La “romantización” del mundo no se limitaba a la propia poesía, también era posible aplicar a una novela, a un cuadro, a una composición musical o una investigación científica. Todo podía transformarse en poesía si se hacía uso de la imaginación creativa. La imaginación era capaz de unir los mundos que el pensamiento racionalista y cientifista pretendía separar: los planos objetivos y subjetivos de la realidad. Según Friedrich Schlegel, la naturaleza era como una obra de arte o un poema: “escribimos el mundo como un poema, por así decir, solo que al principio no lo sabemos”. Frente a la atomización y mecanización del ser humano y la desacralización de la naturaleza, autores como Schelling defendieron una totalidad ommiabarcante de la que el ser humano formaba parte e intentaba armonizarse. Schelling decía a sus alumnos, “en tanto que yo mismo soy idéntico a la naturaleza, entiendo la naturaleza viva tan bien como me entiendo a mí mismo”. Siguiendo esta idea, la escritura en la naturaleza que llevamos realizando desde hace una década Óscar y yo es un medio para nuestro autodescubrimiento.

Las ideas de Schelling se extendieron con rapidez entre la primera generación de jóvenes romanticismo que “querían ver el mundo a través de la lente de su propio yo. En lugar de limitarse a visitar museos y ciudades, esta nueva generación se metió en cuevas, durmió en bosques y subió a las montañas. Querían sentir, en lugar de observar lo que estaba ante sus ojos. Querían descubrirse a sí mismos en la naturaleza y ser “uno con todo lo que vive” (Hölderlin)” (Andrea Wulf, Magníficos Rebeldes, Taurus, 2022). Desde sus experiencias extrajeron excelsas creaciones artísticas. Podría decirse que lo que un artista producía lo creaba la naturaleza a través de él.

Los románticos tenían transcendentales aspiraciones religiosas, al punto que Novalis quería crear una nueva religión. Este grupo de jóvenes hombres y mujeres idealistas no les interesaba la religión como institución, más bien estaban interesados “en inyectar sentimientos, imaginación y belleza en un mundo cada vez más materialista. No se trataba de una búsqueda de Dios, sino de una búsqueda de sí mismos como parte del universo” (Andrea Wulf). Schleiermacher definió un nuevo tipo de religión que consideraba “cada cosa finita como parte de un todo mayor: eso es la religión…Ser religioso es beber de la belleza del mundo”. A este “dogma religioso” Novalis añadió que “la religión debe ser totalmente mágica”. Desde el punto de vista del poeta August Wilhelm Humboldt, “la poesía fusionaba la filosofía, la mitología y la imaginación”. Esta misma concepción de la poesía está presente en nuestra contribución a esta obra colectiva sobre naturaleza y espiritualidad.

El hermano de August, el científico Alexander Von Humboldt, rechazó la concepción de las ciencias entendidas como un “seco amontonamiento de hechos” y tuvo la valentía de abrir la puerta a la subjetividad. En opinión de Andrea Wulf, autora de una magnífica obra sobre Humboldt titulada “la invención de la naturaleza”, este investigador “escribió libros que combinaban una prosa viva y ricas descripciones del paisaje con la observación científica”.

Los principios del movimiento romántico alemán se extendieron por todos los países de Europa, en especial en Inglaterra, donde destacaron figuras como William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge. El referido padre del transcendentalismo americano, Ralph Waldo Emerson, viajó a Europa con cierta frecuencia y esto le permitió entrar en contacto con estos autores, y otros como Stuart Mill, Thomas Carlyle o el orientalista Max Müller que le iniciara en la literatura hinduista. De la confluencia del romanticismo alemán, británico y el hinduismo surgió el trascendentalismo. Entre sus postulados filosóficos destacan su idea de la unidad de la mente y la materia, el concepto de la naturaleza como un organismo vivo y la evocación del asombro ante la naturaleza. Respecto a esta última idea, Emerson escribió en su obra “Naturaleza”: “Pocos adultos son capaces de ver la naturaleza. La mayor parte de las personas no ven el sol, o al menos su visión es superficial. El sol solo ilumina el ojo humano, pero brilla en la mirada y en el corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquel cuyos sentidos internos y externos están realmente ajustados entre sí; aquel que retiene el espíritu de la infancia, aunque llegue a la edad adulta”.

"Nuestra aportación, que titulamos 'La experiencia de la vida', es una combinación entre filosofía y religión"

Quizá el transcendentalista más conocido, al margen de Emerson, sea Henry David Thoreau. Ambos mantuvieron una estrecha amistad y recibieron una mutua influencia. Por consejo del primero, Thoreau comenzó a escribir un diario que fue completando hasta los últimos días de su vida. De sus anotaciones extrajo el material para sus obras, entre las que destaca “Walden o la vida en el bosque”. Este libro recoge las experiencias que vivió y los pensamientos que le surgieron durante su retiro de dos años en una cabaña construida por el mismo a orillas de la laguna de Walden (Concord). Se trata del experimento más ambicioso realizado por un transcendentalista que tenía el siguiente propósito: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido”.

Los románticos y sus hermanos del otro lado del Atlántico, los transcendentalistas, aprendieron lo que uno de sus miembros, Walt Whitman, escribió al final de su vida y con lo que cerró su diario:

“He intentado, antes de partir, dejar testimonio particular de una muy vieja lección y requisito. La democracia, en sus múltiples personalidades, en sus fábricas, talleres, tiendas, oficinas, a través de las densas calles y casas de las ciudades, y en todas las manifestaciones de su vida artificiosa, debe por una parte ser revitalizada por medio de un contacto regular con la luz exterior, el aire, el crecimiento, las escenas de granja, los animales, los árboles, los pájaros, la calidez del sol y la libertad de los cielos; de lo contrario indudablemente decaerá y palidecerá”.

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