Los efectos de una pandemia sobre los cines, como casi en todo lo demás, son inéditas, pero no tan imprevisibles como en otros ámbitos.
Si ya llevaba el debate sobre la salud de las salas de cine instalado desde hace años en la industria, se pueden imaginar cómo anda la carrera entre una forma de ver películas que hoy por hoy se antoja como mínimo difícil, frente a otra que te permite poner lo que quieras en la pantalla de tu casa bastante más a buen recaudo sin tener que salir al duro exterior de mascarillas y desconfianzas.
Exenciones fiscales, campañas de concienciación para acudir al cine con caras conocidas de la cultura (generalmente asociadas a cadenas de televisión que están detrás de las producciones por estrenar y que se pensarán si producir las siguientes), movilización de valientes o temerarios, según puntos de vista), que se niegan a que un bicho imperceptible les cambie del todo la vida… todas estas respuestas son un primer paso para salvar una gran manera de consumir un producto, pero que se desangra y se lleva desangrando demasiado tiempo. ¿Podremos de verdad apelar al romanticismo de ver una buena película en una pantalla panorámica si nosotros mismos tenemos miedo ahora de hacerlo y antes no éramos habituales? Los cines son un negocio, y cuando un negocio no es rentable, los románticos desde sus casas no lo mantienen abierto.
Todo esto de la pandemia, la psicosis general, la reducción de aforos por la distancia social, que aún nadie sabe al cien por cien cuál es suficiente, ahora recomendación de no salir, mañana confinamiento, la incomodidad de ver algo sentado con una máscara que no te deja respirar… Parece en realidad el peor escenario imaginable para la supervivencia del sector. Y a esto añadámosle que se han ido acumulando los retrasos en los estrenos varios meses y ahora hay un buen número de títulos en capilla que no se atreven a ver la luz o sencillamente tienen que esperar su turno, con las limitaciones promocionales y de afluencia por vía del, con perdón de la expresión en estas circunstancias, “boca a boca del primer fin de semana de exhibición”. El cierre de salas durante dos o tres meses significa que en torno a 150 estrenos pueden aplazarse para acabar uniéndose con posterioridad a los ya previstos para esas fechas futuras.
Productores, distribuidores y exhibidores tratan de coordinarse y claman por medidas del Gobierno, y mientras tanto, películas y series de todo tipo se consumen como nunca en los hogares de miles de millones de personas, ganándoles un terreno que con bastante probabilidad ya no recuperarán.
Pero en estos momentos, la dura realidad es que todos los sectores están bramando “qué hay de lo mío”, y se intuye un gobierno demasiado asfixiado por la coyuntura para dedicarle oído a la industria del cine. Se podrán imaginar que, como en las tiendas, los bares, restaurantes y un largo etcétera, los cines más modestos con menos capacidad de gestión la futura avalancha de estrenos y menos capacidad de aguantar cerrados sin ingreso alguno, serán los primeros en caer. Pero si no hay solidaridad por parte de los peces grandes y por parte del público que finalmente se anime a salir de casa, mucho ojo, que no serán los únicos en hacerlo…
Ni el más cinéfilo ni el más organizado son capaces de seguir la pista a qué películas están pendientes de estreno ni cuándo, en pleno caos del orden mundial, y por eso nos preguntamos si aún el tema de ir físicamente al cine es cosa de románticos, si aún hay esperanza, o ya es casi cosa del pasado.
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