Categorías: Opinión

R.I.P. cultura

En su último ensayo, una obra maestra como todos los escritos que nacen de su inigualable pluma, su prodigiosa cabeza y su ejemplar nobleza, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa pronostica la desaparición de la cultura “en una sociedad”, valora, “en la que los intelectuales han pasado a ser una especie en extinción y en la que hablar de moda y cocina se ha vuelto más importante que hablar de filosofía, literatura o música culta”.
La civilización del espectáculo, profundo, reflexivo, imprescindible y desgarrador ensayo publicado en Alfaguara, cruel pero veraz radiografía de la sociedad global de nuestros días, desembarcó, adrede, explicaría entonces el maestro en las distintas entrevistas concedidas, a las librerías de medio mundo en torno a los días en que se conmemora, como cada año y casi desde tiempos cervantinos y shakesperianos, la efeméride del Día Internacional del Libro.
Porque el 23 de abril, es decir ayer, es el día señalado en el calendario para festejar los poderes curativos, embriagadores y extraordinarios del libro, ese apéndice del mundo del que cuelgan el legado de los hombres sabios de todos los tiempos. Con tal motivo, la Barcelona del Boom Latinoamericano de la década de los 70, esa ciudad capaz de aunar a la crema de la intelectualidad y tomar de tal modo el testigo de París como referente; la rambla de Carlos Barral y Carmen Balcells; la Barna oculta de Pepe Carvalho; la seductora ciudadela y arrabal de los corazones de Jaime Gil de Biedma, se engalanó ayer, la tradición y el exquisito gusto manda, de flores y papeles; de personas y personajes; de historias y sueños en su hermoso Sant Jordi, mientras que el resto de ciudades aguardan ya para montar las semanas posteriores ferias y eventos culturales en sus plazas y calles principales con el único pretexto (ésta es la idea original) de enaltecer la literatura, de fomentar la lectura, de homenajear a los pensadores pasados y contemporáneos cuyas obras y legado han de permanecer por siempre indelebles en las memorias sentimentales y colectivas de los pueblos.
Acaso bañadas en la onírica de la palabra escrita de Julio Cortázar; en la arquitectura perfecta de Gustave Flaubert o en la maestría crítica y concisa de Stendhal, en las que, a modo de ejemplo y viajando desde el Pueblo Seco hasta alcanzar ese poblachón manchego de don Camilo, observamos  también cómo estas jornadas literarias muestra al Retiro del Madrid castizo, umbraliano y quijotesco aún más embellecido que de costumbre y provocando la consiguiente excitación del refinado lector.
Pero más allá de este pasajero espejismo, es imprescindible, una vez más y todas cuantas sean necesarias, elevar desde el mayor número de tribunas posibles un grito al unísono que transporte idéntico mensaje, sin que éste quede en flor de unas horas, en el plástico de una sonrisa fugaz y forzada por el consejero de turno: para que los pueblos crezcan, evolucionen y sean más justos, libres y felices, es vital divulgar, aconsejar e imponer, venciendo a los males de la vulgaridad, el poder enigmático y profundo que emana la literatura, que salen desde esas historias que los grandes pensadores de antaño y de nuestros días han sabido crear y que no son sino el más fiable de los instrumentos para agitar las conciencias, incendiar la mecha del intelecto, aminorar las deficiencias innatas de la especie, engañar a la pobreza de mente y espíritu, y, en definitiva, hacer veraz, por posible, esa cursi frase de que la felicidad y otro mundo es posible.
Pero al llegar cada 23 de abril, la miseria desnuda la realidad: 23 de abril, como feria de efímero homenaje a las Letras; como noria de intereses; Día Internacional del Libro como burdo engaño hacia una sociedad asimismo maleable, embrutecida y dormida. He aquí la cuestión acerca de una realidad de nefastas consecuencias: cosas de los espejismos y no de las rutinas necesarias, camino que, como augura Vargas Llosa, sólo puede desembocar en la desaparición de la cultura, en la muerte de las conciencias, en el ocaso de los siglos y de la especie humana.

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