Categorías: Opinión

Ricardo Muñoz

Ricardo, unos pocos años mayor que yo, era un joven con una personalidad singular, capaz de atraer mi curiosidad cada vez que hablábamos de determinados temas que terminaban conduciéndome a la reflexión. Sucedía cada vez que nos cruzábamos en la Casa de los Púlpitos, en la Marina, cuando él iba a ver a los suyos, edificio en el que vivieron nuestras respectivas familias, sellando una entrañable y sincera amistad de por vida.
“- Tocayo, tú llegarás a político y muy alto. Como tu bisabuelo”. Solía decirle mi padre, a cuyo establecimiento acudía a diario el joven Ricardo a tomarse un refrigerio haciendo un alto en las vecinas oficinas de Casa Borrás, en las que trabajaba como administrativo. Los años le dieron la razón. En dos ocasiones fue alcalde de su pueblo, que ya es un gran honor, y quién sabe si la culpa de no haber avanzado por otros altos círculos políticos se vio truncada por aquella larga y cruel enfermedad que terminó postrándole durante muchos años en su domicilio de la calle de La Legión, hasta el día de su muerte, acaecida ayer.
Muñoz Rodríguez cursó los estudios de perito mercantil, aunque lo suyo fue la política. “Mi familia y mis amigos me definieron siempre como un animal político, y es que, prácticamente, mi vida entera la he dedicado a ella”. Todo comenzó en la Escuela Pericial y, ¡quién lo diría!, con un profesor de aquella horrible asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, Fernando Díaz Cuñado, hombre de un extraordinario talante, en cuya clase el debate solía presidir el orden del día para complacencia del alumnado. “Sí Ricardo no está en clase, entonces no hay quórum”, sostenía el docente.
Tenía 36 años cuando ocupó por primera vez el sillón de la alcaldía, convirtiéndose así en el regidor español más joven del momento. Concejal durante casi una década, había accedido al Ayuntamiento por el llamado tercio sindical, hasta que, en 1978, aquel gran alcalde que fue Alfonso Sotelo, una vez transcurridas las primeras elecciones de nuestra naciente democracia y al no sentirse representativo decidió marcharse en un gesto más que le honró. Entonces Martín Villa le nombró alcalde interino, presidencia que recuperó dos años después, ahora ya con la legitimidad de los votos. “Ser alcalde de mi pueblo es lo más grande que me ha podido ocurrir en la vida. No hay nada más hermoso y eso es algo que está al alcance de sólo tres o cuatro afortunados de cada generación”, me decía en una entrevista en estas páginas en el 2000.
El 23 – F le sorprendió en su despacho con el secretario y el depositario de fondos, cuando irrumpió en el mismo,4 y sin llamar, el mayordomo de Palacio.”¡Tiros en el Parlamento!”, gritaba, preso de los nervios. A Ricardo le sonó a una broma de mal gusto, hasta que sonó el teléfono de Madrid. En las siguientes veinte horas, no se movió del Ayuntamiento, mientras algunos compañeros de corporación se marchaban a Tánger o a Gibraltar, me refería.
Si tuviera que destacar algunas de sus cualidades elegiría tres: vocación política, humildad y honradez. “En mi primera etapa yo no conocí los actuales sueldos millonarios. Después mi asignación ya era comparable a la de un funcionario del grupo A o B. Algunos compañeros me pidieron sueldos generosos. Me hablaban de agravios comparativos con otros ayuntamientos, pero yo preferí dejar todo como estaba”.
Biznieto de Ricardo Rodríguez Macedo, coronel de de Carabineros y alcalde de Ceuta durante la dictadura de Primo de Rivera entre 1924 y 1926, y nieto de un técnico de señales marítimas, Muñoz nació donde éste ejercía, el gran caserón de la Sirena de Punta Almina, desde el que la familia se trasladó a vivir a la Plaza Ruiz cuya plataforma inferior lleva su nombre desde 1997, año en el que recibía también la Medalla de la Autonomía. Lo de la plaza no terminaba de asimilarlo un hombre de su modestia. “Vivimos en una sociedad necrófila en la que no se reconoce nada en vida. Con Fructuoso Miaja me siento un privilegiado, pues es la primera vez que se ha hecho esto en Ceuta en democracia”.
Ricardo no aspiró nunca a volver a la alcaldía. “Hay que saber pasar página, porque si no, te la pasan”, sostenía este “liberal tolerante y no anti nada”. Un político afable y abierto a la ciudadanía, que afirmaba sin rubor no haber conocido la dictadura sino “la dictablanda, en la que existían posibilidades de pensar, hablar y demás”, como en aquella aula de la desaparecida Escuela Pericial.
Descanse en paz este gran ceutí y particular viejo y querido amigo, al que vemos en la imagen homenajeando a Pepe Bravo, junto a Fraiz.

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