Marruecos se ha convertido en el centro mediático de todas las cadenas hasta el punto de hacer olvidar a Ucrania y Libia, este último con más de 5.000 fallecidos. El despliegue brutal ayuda a aproximar la miseria de un pueblo que todavía espera que rescaten a posibles supervivientes de zonas a las que no se ha podido llegar. Ese despliegue brutal es selectivo también con las tragedias.
Entre esa cantidad de vídeos, fotografías e imágenes que de forma masiva se cuelan en nuestras vidas asistimos a la llegada del rey Mohamed VI cuatro días después del seísmo para donar sangre y visitar a los heridos en hospitales.
Cuatro días han pasado para presenciar la campaña de imagen maquillada y hecha a medida de un rey recibido con aplausos por la misma gente que lo ha perdido todo. Esto es como cuando te pisotean pero ya estás tan acostumbrado a las palizas que has echado costra. Después de las primeras el resto ya no duele.
La población más pobre sometida al mayor castigo en años suma por culpa de ese terremoto un grado más de miseria. Esto no le impide aclamar a un rey que pasea por los alrededores días después de una de las mayores catástrofes de su pueblo. Son contrastes de una vida que puede resultarnos difícil de entender, la vida de una sociedad nacida bajo el miedo y el sometimiento.
Las portadas de los medios de comunicación más críticos han atacado a uno de los reyes más ricos del mundo incapaz de reaccionar al momento ante la miseria de su propio pueblo, incapaz de trasladarse con urgencia al foco del que ha sido el peor desastre natural vivido en un siglo.
Esto sucede en pleno siglo XXI cuando nuestra moderna sociedad es capaz de criticar a un rey por recibir a un presidente del Gobierno de España con la bandera del revés pero marcha adormecida ante lo que sí supone la máxima expresión de la indecencia.
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