Opinión

La revolución silenciosa

Mientras que la actividad económica continúa tras el desconfinamiento, pero con el virus esperando darnos el zarpazo cuando menos lo pensemos, una legión de empresas y de trabajadores siguen teletrabajando desde sus domicilios. La verdad es que resulta mucho más cómodo, rápido y seguro realizar nuestras consultas, nuestros trámites administrativos o nuestras compras, a través de internet.

Días atrás se necesitó realizar unos trámites con la oficina de empleo, de cara a contratar a una trabajadora para la pequeña empresa familiar de panadería artesana que tiene mi familia. La vez anterior, el mismo trámite nos supuso un desplazamiento hasta una oficina de empleo situada a casi 20 Km., del domicilio, pero con tan mala suerte que, cuando llegamos allí, el funcionario que debía atendernos, porque era el conocedor del expediente, estaba ausente para atender tareas de formación en otro lugar. Casi se nos pasan los plazos para la realización del trámite.

En esta ocasión, con una simple llamada telefónica, nos desviaron hasta el teléfono del funcionario oportuno, que teletrabajaba casi toda la semana desde su casa. Allí accedió informáticamente a las bases de datos oficiales y en menos de media hora nos solucionó el problema, evitando el desplazamiento del representante de la empresa y del trabajador para su inscripción y solicitud del trámite correspondiente.

Esta situación, hace unos años era impensable. Recuerdo que sólo algunos funcionarios que teníamos determinadas responsabilidades, se nos permitía acceder informáticamente mediante unos pequeños portátiles especialmente configurados para seguir todos los protocolos de seguridad. De esta forma, recuerdo, en casos muy contados de ausencia por asistencia a cursos de formación o a otras actividades autorizadas, podía realizar mi firma digital, la única autorizada en esos casos, para que el pago de determinadas prestaciones continuara su curso. Esto era muy beneficioso para los usuarios, que no veían paralizado el cobro de sus retribuciones. Pero también para la Administración, que no tenía necesidad de poner en marcha el tedioso protocolo de sustitución. Al funcionario responsable, también le venía bien, aunque pronto nos dimos cuenta que, en el fondo, esto suponía estar conectado permanentemente y a cualquier hora, sin que se nos retribuyera por este sobreesfuerzo. Se suponía que el sobreesfuerzo compensaba la no necesidad de desplazamiento al puesto de trabajo.

Pero no es solo la Administración Pública. Muchísimos otros sectores están teletrabajando, porque su tipo de trabajo lo permite. Y otras empresas, aunque son básicamente presenciales, las ventas las pueden hacer telemáticamente. Durante el confinamiento, nosotros mismos hemos estado atendiendo peticiones de productos de panadería a domicilios privados vía internet, y también hemos efectuado compras de productos, en otras ocasiones, impensables de realizar si no veías el producto. Todo ha resultado más cómodo, rápido, seguro y económico.

El Consejo General de Economistas y la Asociación de Graduados e Ingenieros Técnicos de España (Cogiti) ha elaborado in informe titulado «Impacto económico del Covid-19 sobre la empresa». En el mismo se indica que el 73,5% de las empresas llevaron a cabo prácticas de teletrabajo durante estos meses y un 40% de ellas asegura que seguirá haciéndolo en el futuro. De la misma forma, el Banco de España, en uno de sus últimos informes indica que el 30% la tasa de empleo podría desarrollarse de forma remota (el 60% de las ocupaciones cualificadas).

Sin embargo, aunque claramente éste es el futuro, la pandemia del Covid-19 ha hecho que retorne con fuerza el debate jurídico del teletrabajo. Así, en un interesante artículo titulado “Los perfiles del derecho a la desconexión digital”, de la catedrática María Belén Cardona Rubert, en la prestigiosa revista Derecho Social, nos indica que “…es necesario reconocer que el mismo tiene una vertiente positiva, como la flexibilidad en la ejecución de la prestación laboral, la seguridad sanitaria y el favorecimiento de la conciliación de la vida personal y familiar con la laboral a través de la autoorganización del trabajo y la gestión del tiempo. Pero al mismo tiempo, es imposible desconocer los aspectos negativos o por así decirlo, los riesgos asociados al trabajo ejecutado mediante la utilización de estas tecnologías: invasión de espacios vinculados a la intimidad personal y familiar, indefinición de los límites entre estos y los estrictamente laborales, daño para la salud de los trabajadores, perjuicio efectivo para la conciliación de la vida personal y laboral, y contribuir a consagrar roles de género y particularmente las tareas de cuidado a las mujeres”.

Y continúa, “…El gigantesco laboratorio social proporcionado por la emergencia sanitaria mundial ha servido para evidenciar los claros y sombras de los ordenamientos jurídicos. Ha puesto de manifiesto que la legislación es insuficiente, tanto en el plano de la Unión Europea, como en el interno, y que es necesario un impulso normativo que no solo promocione el empleo de las modalidades del trabajo a distancia, sino que las sujete a unos requisitos mínimos de trabajo decente y con derechos individuales y colectivos”.

En una de mis últimas visitas a un banco para pagar un recibo, la empleada me decía que no era posible, porque los días de pago de recibos eran otros. No me dio opción. La directora de la oficina, salió inmediatamente y me informó de que podría pagarlo a través del cajero electrónico, aunque no tuviera cuenta en la entidad (hasta hace poco te la exigían). Accedí y, tras un buen rato manipulando la máquina, conseguí pagarlo. Inmediatamente entré y les pregunté si, en el caso de una persona mayor, o que no supiera manejar los cajeros, actuarían de la misma forma. La respuesta fue inmediata. Por supuesto. Si no lo hacemos, nos sancionan. Esto me enfadó mucho y les dije: Vais a conseguir que os despidan a todos y a todas. Asintieron con la cabeza y, con signo de resignación, me dijeron: ¿Y qué hacemos?. Les respondí: ¡Rebelarse, coño, rebelarse!.

Es decir. El teletrabajo puede ser bueno. Pero, sin duda, va a ser aprovechado por los poderosos para hacer sus particulares reformas laborales y para despedir a la gente. El problema es que, mientras que las nuevas tecnologías han servido para incrementar la productividad hasta límites insospechados, en lugar de servir para un reparto más igualitario de la renta y para conseguir que todos trabajáramos menos (ya he dicho que sabios como Einstein o economistas importantes como Keynes, pronosticaban que en torno a 2020 estaríamos en pleno empleo y trabajando apenas 3 o 4 horas al día), están sirviendo para incrementar las desigualdades en el mundo y para que algunos alcancen fortunas que no podría gastarse ni aunque consiguieran la inmortalidad.

Así que, atentos a la jugada y que no nos engañen. Reivindiquemos nuestros derechos, incluso pese a la pandemia.

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