Colaboraciones

La revolución de Irán, el seísmo político que reconfiguró la región

Hace cuatro décadas, los iraníes rebosaban de orgullo y anhelo con la posibilidad de un futuro más próspero. Los espejismos de libertad e independencia de los Estados Unidos, empujaron a los revolucionarios; si bien, estos cambios acumulativos han inducido a que hoy por hoy, persistan heridas profundas.

Es sabido que sobrevinieron flagelos, ejecuciones, amputaciones y confinamientos reiterados. Miles de personas perecieron y cientos de miles renunciaron a su patria; otras, desaparecieron por salvar sus vidas y jamás regresaron. Más adelante, tras esos primeros años cruentos se instituyó un régimen sedicioso: una república islámica, o mejor dicho, una teocracia asentada en la ideología trazada por Ruhollah Musaví Jomeini (1902-1989).

Paralelamente, entraron en juego nuevas reglas que prohibían materias que llevaron a las gentes a un callejón sin salida, imposibilitándoles su progreso en una vida digna: se dispusieron controles severos en los medios de comunicación, quedando retraídos del influjo occidental; como del mismo modo, se originó una discriminación categórica de los sexos en lugares públicos; además, la imposición a las mujeres en el uso del velo o del desplazamiento en bicicleta por considerarse indecoroso; e incluso, prohibiciones en el consumo de alcohol o la exhibición de instrumentos musicales en la televisión.

En definitiva, un elenco interminable de restricciones, que tanto la policía como la fuerza paramilitar, se encargaron de llevar a término con prácticas rigurosas y en ocasiones, irracionalmente.

Sin embargo, a medida que el ardor incendiario parecía serenarse, se daba paso a voluntades más acordes con los tiempos actuales, implementándose pautas más negociables. En este momento, el sistema político continúa siendo en su propiedad el mismo que en aquellos primeros años; pero, paulatinamente como no podía ser de otra manera, la sociedad ha ido evolucionando.

Entre estos cambios, aunque de manera inapreciable, la sociedad rural ha sido rebasada por la sociedad urbana, con los menesteres en infraestructuras que ello conlleva. Su conjunto poblacional ha pasado de 37,5 millones de habitantes a los 80 millones activos, lo que representa que dos tercios no poseen un recuerdo inmediato del acontecimiento que lastró sus vidas.

De hecho, en el trecho transcurrido, los iraníes reflexionan sobre el trayecto caminado y en los intereses que quedaron incumplidos: Primero, el conflicto bélico frente a Irak (1980-1988); segundo, el pésimo procedimiento de los recursos nacionales refutaron las proposiciones de buen gobierno, frente a una comunidad justa que hacía desde el exilio el ayatolá o ayatollah Jomeini, interviniendo de aglutinante en el levantamiento de cara a la iniquidad del Sah Mohamed Reza Pahlaví (1919-1980) y la consiguiente instauración de la República Islámica, todavía en vigor.

Con estas premisas iniciales, la Revolución Islámica finiquitaba la identidad monárquica y encaramó una sacudida política que reconfiguró este territorio; unas derivaciones que se mantienen efectivas en la esfera política y social, acentuada por la progresiva controversia de las autoridades y el peso regional de Teherán, que ha inducido a la reacción de los adversarios en la zona.

No es sencillo y menos desde la influencia europea, entender las variables estructurales de un colectivo que no hace demasiado, estaba más próximo a lo que configura el viejo continente y que en apenas nada, ha pasado a ser uno de los mayores adversarios de Occidente.

Aun así, en Irán se han derribado numerosos muros de contención que permanecían enclaustrados y que desintegraron lo privado de lo público, haciéndose más visibles para que la población disponga de las calles con aparente autonomía.

De manera sucinta, Irán, cuyo nombre oficial es República Islámica de Irán en un Estado de Oriente Medio y Asia Occidental; una comunidad constitucional instaurada en los principios del Islam chií.

Desde el I milenio a. C. hasta 1935, esta nación era designada en Occidente como Persia, toda vez que en nuestros días, este tratamiento sigue en uso junto con el de Irán. Limitando con Pakistán y Afganistán por el Este; Turkmenistán por el Noreste; el mar Caspio por el Norte; Azerbaiyán y Armenia por el Noroeste; Turquía e Irak por el Oeste y, finalmente, con la costa del Golfo Pérsico y el Golfo de Omán por el Sur.

Igualmente, Irán es el décimo octavo país más espacioso del planeta con 1.648.195 kilómetros cuadrados, el décimo séptimo en términos de población y la décima novena economía más grande; evidenciando una importancia manifiesta en la geopolítica, al hallarse entre Oriente Próximo, Asia Central y Asia del Sur. Su capital es Teherán, situada al Norte es el foco político, industrial, comercial y cultural por antonomasia.

Estimado como uno de los estados más seguros y afianzados de Oriente Medio, no tiene deuda externa y la tasa de crecimiento económico ronda el 5%. La cuantía de reservas de divisas y oro han crecido a más de 132.600 millones de dólares, encontrándose en la posición 19º entre 175 países. Al ser el paso a aguas del Océano Índico a través del Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz, Irán es el camino más corto para entrar en el Cáucaso, Asia Central y Asia Occidental. Lo que comporta el acceso al mercado de cuatrocientos millones de habitantes de los pueblos contiguos.

Del mismo modo, al integrar el proyecto del Corredor Norte-Sur, los estados europeos mediante Irán, Rusia y Azerbaiyán, disponen de una vía más resuelta y económica al Sudeste asiático, con una bajada en el coste del 30% y en el recorrido del 40%.

Mismamente, al estar emplazada en el núcleo de la energía global entre los dos espacios energéticos del Golfo Pérsico y el Mar Caspio, poco más o menos, el 70% de las reservas de petróleo y gas de la Tierra, le han transformado en una parcela geoestratégica a nivel mundial, siendo considerada una potencia territorial al que sus amplias reservas de hidrocarburos le proporcionan un entorno de superpotencia activa. Reportándole una renta petrolera que engloba las cuartas reservas de petróleo, o lo que es igual, el 9,3% y la primera de gas, simbolizando el 18,2%.


No soslayándose, el crisol de culturas armonizada con los persas como el grupo étnico más numeroso, al que le siguen los azeríes, kurdos, luros, turcomanos y balochis entre otros, formando parte exclusiva de los bienes culturales que han aportado un atrayente espectro de conocimientos. Los árabes forman una diminuta minoría que si acaso alcanza el 1%.

Por consiguiente, con estas pequeñas pinceladas, la revolución iraní rompía las ataduras a más de 2.500 años de monarquía persa, volteando claramente el statu quo de Oriente Próximo; fundamentalmente, desde la toma de rehenes en la Embajada americana (4-XI-1979/20-I-1981) que se motivó con el Sah exiliado de Irán y con Jomeini a la cabeza del nuevo régimen.

En los últimos años de Reza Pahlaví, el presidente estadunidense Richard Milhous Nixon (1913-1994) desarrolló la política de los ‘Twin Pillars’ o pilares gemelos, con la que trataba de socorrer a la dirección del Sah; al mismo tiempo, que perseguía defender los vínculos estratégicos con Arabia Saudí.

Pero, la revolución islámica marcó un antes y un después, reavivado por los chiíes y el reino saudí de mayoría suní. Indiscutiblemente, Arabia Saudí contempló este alzamiento como una tentativa de derrocarlo como figura hegemónica de la demarcación, apremiando a un conflicto entre ambos que nunca se ha desvanecido y que persiste punteando en las políticas de la zona.

Un poco más tarde, surgió el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, antiguamente denominado Consejo de Cooperación del Golfo, fundado el 25 de mayo de 1981 y constituido por seis naciones de Próximo Oriente como Kuwait, Bahréin, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Omán, con la intención de proteger sus monarquías ante la sospecha inminente del esparcimiento en la influencia rusa; pero, sobre todo, por el devenir del régimen iraní.

A esto habría de sumarle las enormes dificultades habidas en las relaciones internacionales de Teherán, que como ya se ha mencionado, se revirtió básicamente con el asalto a la misión diplomática permanente norteamericana.

Actualmente, Arabia Saudí, Estados Unidos e Israel han sido los principales contendientes de Irán, aunque concurren otros estados de la comarca que culpan a Teherán de la intrusión en sus cuestiones internas. Mientras, la administración iraní ha sembrado su hoja de ruta de política exterior, con el amparo del partido-milicia chií libanés Hezbolá o la corriente palestina Hamás, así como los huthíes en Yemen.

Remontándonos a la inoculación de los hechos que reprodujeron el pronunciamiento iraní, acto seguido a la génesis de la revolución, se alentaban expresiones como “el Sha tiene que irse”, porque eran la máxima y el grito unánime de los que se encaramaron contra la monarquía. Por ende, así sobrevino, ya que lo que resultó ser, no era ni mucho menos lo que se aguardaba.

Conforme se avecinaba la última etapa del año, los reproches se extendían y antes de concluir 1978, el Sha nombró a Shapour Bajtiar (1914-1991) como primer ministro de Irán. Legalmente contrajo el poder el día 4 de enero de 1979, año en que culminó la revuelta y escasamente dos semanas detrás de la toma de posesión, cuando Jomeini estableció un consejo revolucionario para emprender la transición a un nuevo trazado, habiendo dejado unos días antes el país con su esposa, Reza Pahlaví. Y Bajtiar, siguió los mismos pasos de su antecesor, porque también desapareció.

Posteriormente, el 11 de febrero el Consejo Militar Supremo proclamó la imparcialidad de las fuerzas armadas, a la par que los soldados se citaron a retornar a sus acuartelamientos, avalándose de esta forma el éxito de la Revolución Islámica y prescindiéndose de la viabilidad ante cualquier motín insurrecto a favor del Sha.

Las desaprobaciones estudiantiles o los inoperantes conatos de Reza Pahlaví, por pretender democratizar un sistema que no tenía visos de distanciarse del totalitarismo, o las noticias que ponían en jaque la nacionalidad iraní del que pronto iba a ser su líder Jomeini, ejercieron de detonante para que el 8 de septiembre de 1978, el 17 de Shahrivar de 1937, según el almanaque iraní, se disparase la Revolución. Aplicándose de golpe la Ley Marcial y la actuación del ejército descargando contra los participantes, dejando tras de sí el rastro de casi un centenar de fallecidos.

Aquella jornada aciaga se recuerda como el ‘Viernes negro’, más entre 1978 y 1979 respectivamente, la cuantificación se disparató, alcanzándose los 2.800 muertos en combates entre los manifestantes y las tropas del Sha y las fuerzas y cuerpos de seguridad.

Hay que tener en cuenta, que la comunidad chií que secundaba a Jomeini como futuro gobernador del estado, se le incorporaron otras confluencias de izquierdas que estaban dispuestas a liquidar el conservadurismo monárquico del momento. Definitivamente, la facción del ayatolá sería la que terminó haciéndose con las riendas de Irán. Y, por si fuera poco, con el dominio total de la población iraní.

Así, de sencillo a la hora de justificarlo, pero tan complejo en lo acaecido, porque hizo cambiar para bien o para mal, según las voces críticas que se han pronunciado.

Por lo tanto, el regreso de Jomeini llegó en una situación de caos en el que la dinastía de Reza Pahlaví, una de los aliados preferentes de Estados Unidos, estaba a punto de sucumbir como resultado de la crisis económica y social y el ascenso de la oposición al régimen, auspiciado por el castigo de las protestas de los años precedentes.

Con la irrupción del líder supremo ratificado con la ‘velayat-e faqih’, que instauraba el semblante de un jurista islámico para que fuese el custodio político, éste se produjo entre múltiples rigideces ya que las propias fuerzas revolucionarias de corte laico e izquierdista, no disponían del respaldo popular del clérigo.

En los meses sucesivos, conjuntamente a las ejecuciones de altos cargos del ejército e integrantes de la administración del Sha, se encadenaron episodios implacables a colectivos y partidos liberales e izquierdistas, amén de la insurrección kurda en el Noroeste del país que fortaleció la naturaleza islámica de la revolución.

Es más, tras el fallecimiento de Jomeini, el actual líder supremo de Irán, Ali Hoseiní Jamenei (1939-80 años), máximo dirigente de la clase clerical islámica y fuente de emulación del chiismo duodecimano, no conjeturó reformas en las líneas básicas trazadas por su predecesor. Llegándose a la conclusión, que la desintegración del régimen del Sha presumió un seísmo geopolítico, donde Estados Unidos quedó sin uno de sus más importantes socios; Irán, se erigió en el único actor chií de la franja en desacuerdo frontal con Arabia Saudí por el cumplimiento y la atribución religiosa.

El nuevo paradigma de pugna entre Irán y Estados Unidos se entrevió irradiado con la ocupación de la Embajada en Teherán, empujado por la indiferencia con Washington en su respaldo al régimen saliente y la argumentación incendiaria puesta sobre la mesa, con la consecuente deflagración de la guerra entre Irán e Irak de Sadam Huseín Abdulmayid al Tikriti (1937-2006).

Realmente, el aborrecimiento entre las dos capitales de ambos continentes, Teherán y Washington, durante los últimos años ha punteado el paisaje de esta región, enmarcándose en el programa nuclear iraní. Porque, pese a que el pacto de 2015 intuyó una aproximación de Irán con la comunidad internacional, la determinación estadounidense de marcharse del mismo, ha vuelto a intensificar la susceptibilidad, pese a que la totalidad de los estados signatarios se afanan por salvaguardar la paz.

Las diversas expectativas de millones de iraníes que en 1979 se dirimieron en una República Islámica, como es obvio, en el anhelo de prosperidad y libertad, persiste sin concretarse. Que quede claro, en lugar de democracia, Irán sucumbió en una autocracia, donde la monarquía absoluta y la dictadura más ininteligible se encumbraron como sesgos arrojadizos.

El escenario de la vulneración de los Derechos Humanos, principalmente en mujeres y miembros de la comunidad LGTBI, ensamblado a las incontables represalias puestas en opositores e individuos, entre ellos, kurdos y bahais, se ha condenado en repetidas fechas por distintas ONG, s y Organismos internacionales, siendo Irán una de las cunas del siglo XXI en las que cada año más ejecuciones se materializan.

No excluyendo de lo expuesto, las pruebas fehacientes de la masacre llevada a cabo entre julio y septiembre de 1988, en la que el régimen aniquiló poco más o menos, a unos 4.000 presos políticos.

Al igual que desde entonces, Irán ansía ese cambio tan esperado. Hoy, sumida en una de las peores crisis financieras de las últimas décadas, la jefatura insiste en culpabilizar a Estados Unidos de esta coyuntura, denotando directamente las sanciones económicas y la amenaza desplegada desde la Casa Blanca; estando convencida que tarde o temprano, los americanos naufragarán en esta guerra económica.

La incertidumbre de Oriente Próximo se ha visto multiplicada, en especial con Arabia Saudí, con quién perdura en una guerra propagandística que de modo elocuente se sustenta en la falsedad.

Más allá, de lo que se ha fundamentado en este pasaje, la sociedad iraní no cesa en su aspiración por una vuelta de tuerca: el país ambiciona encontrar la ponderación entre los principios religiosos de la revolución y la exigencia de la juventud, que con orden y sin pausa, contribuye en el relato político de la sociedad, demandando un horizonte en el que se atisbe algún rayo de esperanza.

Con la victoria pre y pos de la Revolución Islámica, finalizó la supremacía de larga data de los actores regionales y extra regionales sobre los cimientos políticos, económicos y de seguridad de Irán. Eximir a la nación de la servidumbre del petróleo, como la autosuficiencia en todas las esferas, o la liberalización, la regeneración de las realidades económicas y el impulso del bienestar social, resultaron ser una preeminencia para quiénes gobernaban con una agenda que abarcó la culminación de generosos programas de mejora.

Tanto la dirección como el estado, han confiado en sus debilidades y fortalezas e inclusive, llegando a contrarrestar numerosos complós de rivales extranjeros.

Pese a todo, son muchas las mentes y corazones que recuerdan con consternación acciones puntuales, como las de la policía secreta del Sha; la conocida Savak, el servicio de inteligencia que en siete años encarceló a decenas de presos políticos en Ebrat; si acaso, por no compartir los mismos ideales de quiénes se fanatizaron con la tiranía para ser dueños y señores de Irán.

Lo que en el pasado aglutinó la Prisión de Towhid, ahora cobija el Museo de Ebrat, la expresión más inhumana donde se perpetraron más de noventa tipos de martirios y suplicios a disidentes, para más tarde, aplacarlos de los tormentos incurridos y seguidamente, volver a mortificarlos con otros padecimientos.

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