El cierre de las aulas fue una de las señales más inequívocas de que algo muy grave estaba sucediendo en el mundo, algo jamás imaginado. María Luisa Abarca Ponce, directora del CEIP Andrés Manjón en Ceuta, lo recuerda como si fuera ayer: “Me acuerdo perfectamente que por aquellos días se hablaba del virus, pero lo veíamos como algo lejano, sin mayor importancia; que no nos afectaba. La pesadilla comenzó el día que cortaron la escuela, ahí sí sentí que algo muy gordo estaba ocurriendo. Al principio pensábamos que sería un parón breve, unos días y vuelta a la normalidad. Pero, todo lo contrario, cada jornada que transcurría la situación se iba empeorando. No podíamos imaginar la que se avecinaba. Recuerdo que yo no me había llevado el teléfono móvil del centro a mi casa ese día porque, evidentemente, no sabía lo que iba a pasar. Tenía que hacer llamadas, porque la comunidad educativa estaba preocupada por el asunto y, un día, que además hacía un tiempo horrible, me hicieron un pase especial para poder venir al colegio a recogerlo. Al abrir la puerta el silencio lo envolvió todo. Solo se escuchaba el sonido del viento colándose por los pasillos llenos del mobiliario nuevo que habíamos recibido, aún por colocar. Parecía que el tiempo se había parado, los cuadernos abiertos, los recipientes de los lápices, las sillas…No quiero decir que fuese pánico lo que sentí, pero sí que fue un sentimiento indescriptible, a través del cual tomé verdadera conciencia de que lo que pasaba era algo muy grave”, explica la directora del centro ceutí.
Un vacío que los profesores se ocuparon de llenar desde sus hogares, con la activación de las clases virtuales: “Fue un reto para todos cambiar la manera de dar clases de una forma tan brusca; cambiando el encerado por una máquina que no todo el mundo estaba preparado para usar, pero nos pusimos las pilas y lo conseguimos”, expresa.
Unas clases online, que la profesora indica que descubrieron una importante brecha digital entre el alumnado: “Nos dimos cuenta con la pandemia de que el acceso a internet y las nuevas tecnologías no era igualitario, al menos, en nuestro centro. Había familias que, si casi no tenían para comer no iban a preocuparse por tener conexión o un ordenador. Fue muy difícil, casi una pesadilla diría yo. Lo que ocurre es que los maestros, por lo general, tenemos una capacidad muy elevada de adaptación y nos supimos buscar la vida para que la gran mayoría de los niños siguieran estudiando. A los que no tenían medios, nos preocupamos de hacerles llegar fichas, material y todo lo necesario para que pudieran trabajar”, relata.
Una labor dura que, en muchos casos, se alargaba más de las horas de trabajo convirtiéndose los maestros en auténticos guardianes de la educación y, según recuerda Abarca, del bienestar de los niños y de sus familias: “Los profesores estábamos para todo, no solo para dar clases. En este centro tenemos un comedor escolar que da de comer a niños de familias muy necesitadas. Cuando nos quedamos en casa, ese sector de la población se quedó desatendido. Cada día me llegaban padres con historias desgarradoras, pidiéndonos ayuda para poder dar de comer a sus hijos. Nos pusimos manos a la obra y, en coordinación con Dunia Mohamed, que era la consejera de Asuntos Sociales, conseguimos ayudar a estas familias para que tuvieran su comida cada día. La parte social en un colegio como este es muy importante y la salvamos con mucho esfuerzo”, cuenta.
Según explica la directora del ‘Andrés Manjón’, en estos dos años de pandemia, la primera parte se resolvió bien para el ámbito educativo, adonde parecía que el covid no tenía acceso: “El curso pasado tuvimos bastantes casos, pero muy controlados. Solo tuvimos que cerrar una clase de primero por un contagio. Sin embargo, durante la sexta ola, el covid sí nos afectó más, llegando a tener hasta 45 niños confinados. Fue muy sorprendente en contraposición con la etapa anterior, en la que parecía que estábamos blindados frente al virus y que los niños ni lo tenían ni contagiaban. Al final resultó que sí que los atacaba y vivimos una explosión en los centros de Ceuta”, comenta.
Un retorno que esta maestra califica positivamente, a pesar de las dificultades: “Otra etapa importante fue la vuelta a las clases. El primer día entramos por todas las puertas y, aunque todos sabían que no se podía, fue realmente estremecedor mantener las distancias, porque todos teníamos necesidad de contacto y no era posible. Fue un reencuentro precioso, no recuerdo llorar más que ese día”, rememora.
En cuanto al profesorado, Abarca subraya la labor de los jefes de estudios en aquellos meses en los que hubo días en los que, según relata, llegaron a faltar, solo en este colegio, hasta trece maestros por covid o aislamiento: “Los jefes de estudios deberían de tener un monumento, se las vieron y se las desearon en aquellos días para sacar adelante las clases. Es verdad que durante el curso pasado había una especie de cupo covid movible para todos los centros de la ciudad que iba supliendo las faltas, pero en ocasiones resultaba insuficiente y muy complicado. Este año sin embargo fue diferente, parecía que la pandemia se había acabado y retiraron a estos profesores de apoyo. Todo volvía a la normalidad hasta que llegó la nueva variante Ómicron y la sexta ola y nos dimos cuenta de que el covid no se había marchado y tuvimos que hacerle frente con menos ayuda que al principio”, espeta María Luisa Abarca Ponce.
Pero, sin duda, lo más complicado a la hora de gestionar la vuelta a las clases tras el confinamiento no fue pasar frío por tener que darlas con las ventanas abiertas, como tanto se ha comentado. Lo más duro, según esta docente, fue tener dejar a los niños sin recreo, verlos con mascarillas y no dejar que se tocasen como siempre: “Como este colegio tiene los patios muy reducidos, íbamos alternando un día unos otro día otros pero claro, para un alumno de entre tres y trece años, quedarse en su pupitre desayunando no es tener recreo y fue difícil de sobrellevar. Luego, el verlos con las mascarillas, como algo normalizado; adaptados y obedientes, también ha sido muy duro. Aunque lo peor, sin duda, fue tener que limitar el contacto, los abrazos, el compartir. Todo eso que fomentábamos hasta marzo de 2020, tuvimos que prohibirlo”, expresa la profesora, que concluye destacando el ejemplar comportamiento de los niños frente a la pandemia y la encomiable labor de los profesores por mantener las aulas vivas todo el tiempo, a pesar del confinamiento y del miedo.
El sector educativo tuvo que adaptarse de la noche a la mañana para poder seguir impartiendo clase a pesar del confinamiento y no dejar a los niños sin colegio. Lo hicieron de manera online hasta finalizar el curso en junio. Ya en septiembre de 2020, alumnos y profesores regresaron a las aulas para seguir el curso de manera presencial, aunque manteniendo una serie de protocolos de seguridad como los denominados grupos burbuja o el uso obligatorio de la mascarilla para mayores de seis años aun cuando se encontrasen a una distancia de seguridad de 1,5 metros. En muchos centros, las clases se dividieron por turnos para evitar contactos. Según explican los profesores, al no estar las clases preparadas por espacio para mantener suficiente distancia entre cada alumno, las aulas permanecieron con las ventanas y las puertas abiertas, a pesar del frío del invierno. El dejar de compartir, el no poder jugar en el recreo y el aprender a comunicarse con los ojos fueron algunas de las lecciones más importantes que tuvieron que aprender los niños durante estos dos años de pandemia.
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