Menos de un año después de su reapertura, los cambios implementados en la frontera del Tarajal con la supresión temporal de la excepcionalidad de Schengen y la eliminación del trasiego de bultos han tenido un indudable efecto positivo en términos de seguridad para la ciudad autónoma, pero el desafío de contar con un paso que también sea “ágil” para las personas que desde el país vecino desean acceder a Ceuta por motivos de ocio o compras y para los caballas que salen a Marruecos sigue siendo un reto pendiente.
El Ministerio del Interior no prevé tener terminadas antes de finales del próximo verano las obras necesarias para habilitar infraestructuras e instalar los sistemas tecnológicos de la denominada ‘frontera inteligente’, que supuestamente repercutirá directamente en ambos factores: más seguridad y más agilidad.
El Gobierno central está realizando una inversión de casi siete millones de euros en el paso y se ha comprometido en su última respuesta por escrito en el Congreso a “desplegar todas las capacidades y dispositivos con la intención de evitar aglomeraciones de viajeros y esperas innecesarias” tanto en el Tarajal como en Beni Enzar.
Se trata de una voluntad plausible, pero los últimos diez meses demuestran que los pasos adelantes que se den en esta parte de las fronteras terrestres con el Reino alauita no terminarán de ser realmente eficaces si, por la vía de la diplomacia, la nueva relación entre Madrid y Rabat no se traduce también en una disposición real y efectiva del país vecino a alcanzar el mismo propósito. La creación de esa zona de prosperidad compartida desde el respeto a la soberanía será una entelequia si las declaraciones políticas no se concretan en realidades.