Opinión

Retener talento

Estamos en pleno proceso de negociación de la ordenación docente para el próximo curso académico. Por tanto, se suceden las reuniones regionales y locales. El caballo de batalla, como en años anteriores, sigue siendo el dichoso decreto del ex ministro Wert de Educación del gobierno conservador de España, por el que se reordenaba la carga docente del profesorado en razón de que se tuviera o no sexenios de investigación.
La representación de los trabajadores (comités de empresa, junta de personal y secciones sindicales) sigue oponiéndose a que al profesorado se le exija una carga por encima de las 240 horas de docencia efectiva (a esto hay que sumarle las horas de tutorías, las de investigación, preparación de clases, corrección de exámenes,…etc., hasta completar el total de 1750 horas efectivas de trabajo al año), pues ello supondría una carga docente inasumible, que además conllevaría la imposibilidad material de poder llevar a cabo una actividad investigadora, a la que también están obligados. En Ceuta y Melilla esto se complica, como ha reconocido la propia rectora en su última visita. La razón es que al no haber más de un grupo por curso, la docencia no puede repetirse. Es decir, mientras que en Granada es posible que un profesor con 32 créditos dé las mismas dos o tres asignaturas a diferentes grupos, en nuestras ciudades, dicha carga significa tener que preparar seis asignaturas distintas (a veces más).
Lo que hay detrás de la cuestión no son más que razones presupuestarias. Por ejemplo, sólo en la Universidad de Granada hay más de un 30% de profesores que están impartiendo docencia por encima de estas 240 horas anuales. Para poder corregir esta situación se podrían hacer dos cosas. Una, contratar más profesores. Dos, no reducir carga docente en las áreas por debajo de unos límites, mientras haya profesores con una carga superior a la normal en esas mismas áreas. La primera medida es casi imposible, dadas las restricciones presupuestarias actuales. La segunda, muy difícil, dados los intereses corporativos de determinados sectores.
No obstante, se aprecian gestos de buena voluntad por parte del equipo rectoral, al menos en nuestra universidad, proponiendo algunas medidas que paliarían, en parte, dicha situación. Por ejemplo, para los profesores que no han obtenido su sexenio, pero que sí tenían otros anteriores, o que lo han pedido la primera vez. En estos casos se va a dar una moratoria de un año para aplicar la ampliación de la docencia. Pero estas medidas son totalmente insuficientes, especialmente para los profesores de más edad.
Uno de los compañeros que participaba en estas reuniones nos recordó algo que, por obvio, no deja de ser importante. Nos dijo que las universidades creaban programas cada vez más sofisticados para captar talento, en la creencia de que esto les iba a proporcionar visibilidad nacional e internacional, además de mayor número de alumnos y proyectos. Sin embargo, apenas se preocupaban por retener el talento que ya tenían. Es el caso de algunos profesores de más de 60 años, que esperan con ansiedad la edad mínima para poder jubilarse, ante la desesperada situación a la que han llegado con el incremento de dedicación docente a consecuencia de esta nueva normativa.
En un sentido parecido me razonaba hace unos años un catedrático amigo mío, cuando aún no había estas restricciones. Me explicaba que, por un lado, la situación de paro en España hacía aconsejable que los profesores se jubilaran sin prorrogar el tiempo de trabajo más allá de los 65 años, para así sacar a los jóvenes del desempleo. Pero, por otro lado, desperdiciar el talento que los profesores de estas edades acumulaban, tras años de investigación y docencia, era una pésima medida, que ningún país civilizado debería consentir.
Efectivamente esto es así. El talento no sólo se tiene cuando eres joven. Excepciones aparte, como la del físico Einstein, que con solo 24 años descubrió su teoría de la relatividad, o del músico Mozart, que con menos de 30 años había compuesto más sinfonías que muchos otros en toda su larga vida; en general el talento se va cultivando a través de la experiencia que dan los años. Y esto, en el caso de las universidades públicas, lo pagamos entre todos.  No aprovecharlo en toda su amplitud es un despilfarro de recursos inadmisible.
Por esta razón, a la par que se adoptan medidas para incorporar profesores jóvenes a las plantillas, no estaría nada mal que se adoptaran medidas enfocadas a favorecer la permanencia de estos profesores en nuestras universidades, impidiendo una sobrecarga docente insoportable a los mismos. Los alumnos y los profesores lo agradecerán. Pero sobre todo lo aprovechará la sociedad en general, que se verá así recompensada con esta reasignación eficiente de recursos.

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