Opinión

Rescoldos malditos

Aún no se habían terminado de grabar en las lápidas los nombres de las asesinadas en los diversos monumentos a mayor gloria de la primera carnicería mundial, cuando los aliados, mediante el Tratado de Versalles, ya imponían draconianas sanciones al pueblo alemán.

El control por parte de Francia de la región fronteriza del Sarre –sobre todo de sus minas de carbón- y una severa restricción en torno al desarrollo militar de Alemania, también fueron algunos de los puntos a los que se obligó a Berlín en la capitulación. Las condiciones fueron tan brutales que el país perdedor entró en una grave crisis económica provocada por las desmesuradas compensaciones de guerra que pagaron, como siempre, las que menos tenían. Fueron tales las imposiciones que la nación se sumió en la miseria. Un clásico. La consecuencia fue la subida del populismo encarnado por las nacionalsocialistas.

El 13 de enero de 1935, Hitler estaba ya muy afianzado en el poder. Sustentado por una poderosa maquinaria propagandística, el ejercicio del terror en las calles y la implantación de los campos de concentración –desde 1933- para disidentes y judías, el líder reinaba cual Nerón sobre su imperio. En esa precisa fecha se celebró el plebiscito que devolvió el Sarre, bajo control galo, a Alemania. Los países europeos decidieron no reaccionar y también adoptaron la tibieza acostumbrada ante la evidencia de que el Führer impulsaba brutalmente su industria de guerra. Teniendo en cuenta que lo que no se cuenta, no existe, aquello se describió como milagro económico. Les suena, imagino.

En 1936 nuestra Europa también abandonaba a la República española bajo el despreciable acuerdo de “no intervención” impulsado por Francia y Reino Unido. Según ese acuerdo, ningún país podía llevar a cabo acciones con sus ejércitos en la contienda española. Y, obviamente, hicieron la vista gorda ante la implicación directa de las tropas de Mussolini y de Hitler en la mal llamada guerra civil. Los bombardeos aéreos de la Legión Cóndor nazi sobre Guernica -verdadero ensayo de lo que estaba por venir- tampoco despertaron una acción definitiva. Era preferible debatir sobre el sexo de los ángeles antes que implicarse. Otro clásico europeo.

“Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si sigue sin actuar... no se queje”

El 14 de marzo 1938, los carros de combate con la esvástica entraban en Viena. Era el Anschluss, la anexión de Austria a Alemania tras no pocas maniobras desestabilizadoras y actos terroristas. La respuesta de la diplomacia europea, ante tamaña brutalidad, fue de nuevo tibiamente paniaguada. Todo se limitó a protestas diplomáticas, y ello a pesar de que se había violado el antes mencionado Tratado de Versalles. De nuevo se miró para otro lado.

Meses más tarde, concretamente el 30 de septiembre, los líderes europeos Daladier –Francia- y Chamberlain –Reino Unido- firmaban, en la misma mesa que Hitler y Mussolini, los vergonzosos Acuerdos de Múnich que entregaban a Alemania los Sudetes bajo el pretexto de que en esa zona de Checoslovaquia los germanoparlantes querían ser alemanes. La firma del documento se llevó a cabo con la promesa de Hitler de no invadir el resto del país.

Sin embargo, el 15 de marzo 1939 las tropas de la Wehrmarcht invadían Checoslovaquia ante la absoluta inacción de los demás países europeos. Cualquier cosa menos enfrentar la incómoda realidad. El 1 de septiembre, con la invasión de Polonia, se iniciaba la segunda carnicería mundial. La contundente realidad volvía a golpear de frente.

Y es que en nuestra Europa los políticos suelen tener dos actitudes políticas muy típicas en todo lo concerniente a los asuntos exteriores.

La primera es ignorar la realidad, a veces, incluso aunque lleguemos a comprobar que el abismo se abre ante nuestros pies como un viaje sin retorno. Sea como fuere, invariablemente preferimos mirar hacia el cielo, donde la visión es mucho más reconfortante.

La segunda es dejar que las graves crisis se arreglen por sí solas, poniendo en práctica un voto de silencio basado en que lo que no se dice, no existe. Es una ignominiosa inacción que se sustenta, como diría el legendario hidalgo, en el “peor es meneallo, amigo Sancho”.

Lamentablemente, esto no es nuevo, ni mucho menos. La cortoplacista inconsciencia política está provocando que en ello andemos todavía. De hecho, la inquietante subida en fuerza de la extrema derecha en la Unión no suscita ninguna preocupación mayor en nuestra Europa.

Es más, el 4 enero de 2000, cuando el austriaco partido de extrema derecha (FPÖ) del fallecido Jörg Haider se situó en las puertas del poder, Portugal -que ejercía la presidencia de turno de la UE- declaraba que se preveían sanciones si el Partido Popular de Austria (ÖVP) terminaba pactando con los fascistas del FPÖ austriaco.

Y, efectivamente, los países europeos condenaron esa coalición de gobierno de Austria, suspendiéndose algunas relaciones bilaterales. Sin embargo, el 8 de septiembre tres personalidades políticas (entre las que se incluía el ex ministro de asuntos exteriores de España, Marcelino Oreja) concluyeron en un informe que, si bien el gobierno tenía tintes populistas [eufemismo], los valores europeístas no se encontraban en peligro, solicitando que se levantasen todas las sanciones. Las conclusiones de ese informe se materializaron el 12 de septiembre con un “aquí no ha pasado nada”. ¿Les suena?

Ahora, los antes mencionados partido popular (ÖVP) y de extrema derecha (FPÖ) han vuelto a formar gobierno, correspondiéndole a las de extrema derecha, entre otras, las carteras de Interior, Defensa y Asuntos Exteriores. Europa, que decididamente se obstina en no aprender nada de su sangrienta historia, prefiere de nuevo mirar para otro lado, también en este caso. La visión de las concertinas nunca fue agradable para nadie.

Hoy, cuando las políticas económicas neoliberales alimentan la peligrosa y evidente subida de la extrema derecha en Europa (Austria, Polonia, Hungría, Francia o Grecia, entre otras naciones), las responsables políticas de Bruselas prefieren comportarse como las vacas que ven pasar el tren sin modificar ni un ápice de una trayectoria socioeconómica que, no sólo nos está llevando a la miseria, sino que aúpa a la intolerancia en forma de una renovada cruz gamada más acorde con los nuevos tiempos.

Es evidente que bajo los rescoldos malditos de un fascismo camuflado, está renaciendo un fuego propiciado por una degradación a ultranza de la situación social que amenaza con quemar cualquier ápice de Libertad. Los ataques a las migrantes, a las pobres, a las voces disidentes o a las librepensadoras son buena muestra de que el incendio está tomando cuerpo ante la más absoluta de las indiferencias.

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si sigue sin actuar y pensando, como las demás, que todo esto es un mal pasajero, no se queje cuando se inicien las quemas de libros en las plazas públicas o se reabran infiernos como Dachau o Mauthausen.

Decía Albert Camus que “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas”, aunque quizás convendría decir que ese totalitarismo de Camus se basa en el obstinado y reiterado silencio de las corderas.

Definitivamente, no aprendemos, aunque visto lo comprobado, parece que el día que lo entendamos ya será tarde para todas; también para usted.

Nada más que añadir, Señoría.

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