Una madre que prefiere esperar a ver qué ocurre con coetáneos de su hijo para llevarlo a vacunarse y otra que antepone las extraescolares a la recepción de la vacuna, un varón que rechaza ser citado para recibir la tercera dosis hasta que regrese de vacaciones de Navidad, antivacunas que cuelgan decenas de veces, un anciano que no puede desplazarse y debe ser inoculado en su domicilio, contactos estrechos que niegan haber estado con un positivo para evitar la cuarentena... Los teléfonos del Hospital Militar de Ceuta suman decenas, cientos de historias cada día. Desde finales de noviembre, cuando empezó a empinarse de nuevo la curva de nuevos positivos diarios de la COVID-19, más.
La Consejería de Sanidad cuenta actualmente, a las puertas de fin de año, con unas 60 personas adscritas a Salud Pública y Vigilancia Epidemiológica: los 15 sanitarios que forman habitualmente el equipo que comanda la doctora Ana Rivas; 23 trabajadores de Colaboración Social (más que nunca desde que empezó la pandemia) para coordinar las citas de vacunación de niños con entre 5 y 11 años y la reinmunización de los mayores de 40; y otros tanto rastreadores militares de la COMGECEU a los que en breve se prevé sumar a otros ocho.
“El trabajo se nos ha multiplicado por muchísimo... La incidencia acumulada ha aumentado exponencialmente y hay muchos casos que hay que rastrear. Además”, diagnostica Rivas el contexto que se han encontrado en la recta final de 2021, “estamos en una etapa de la vacunación a la que no se ha puesto el nombre de masiva, pero sí lo es, ya que estamos inmunizando a dos grupos heterogéneos que no tienen nada que ver como son los menores de 12 años, que tienen que ir con el padre, madre o tutor y el consentimiento informado; y los adultos que tengan pauta homóloga de AstraZeneca o por edad a partir de 40 años”.
La propagación de contagios, aparentemente acelerada por la variante ómicron, no se ha traducido, al menos de momento, en un incremento alarmante de la presión hospitalaria, pero sí hace crujir de nuevo otros escalones del sistema como el de Salud Pública, sobre el que repercute directamente el índice disparado de transmisión comunitaria hasta “desbordarlo”. O casi.
Lo sabe de primera mano Fadua Ali, una de las trabajadoras de Colaboración Social ‘reclutadas’ en el SEPE. “Este es un trabajo al que hay que darle tiempo porque lo ideal sería llamar, que te cojan el teléfono, dar cita y hora y listo, pero cada persona tiene su situación y sus circunstancias y al final un solo caso puede exigir tres, cuatro, cinco o más intentos”, relata.
También hay quienes, de forma proactiva, telefonean a la Consejería para solicitar cita cuanto antes. La otra cara de la moneda son los negacionistas (“muchísimos”) que, sobre todo en la treintena, se rebelan: “Hay gente convencida que te dice automáticamente que no se quiere vacunar, que te la rechaza o que por su forma de actuar lo ves: te cuelgan el teléfono, se les llamado 40 veces sin éxito…”, relata Ali, que también se ha encontrado con alguno arrepentido que ha acabado cediendo ante la evidencia científica.
“En general la tercera dosis está muy aceptada y con los menores de 12 años los padres ya están viendo que no pasa nada y, aunque quizá ha costado algo más arrancar, cuando lo hagamos irá bien: este es un trabajo en equipo al que hay que dedicarle tiempo y ganas”, resume la esencia de una misión clave para vencer la pandemia.
La dotación de rastreadores militares dedicados a tareas de Vigilancia Epidemiológica en el Hospital Militar ha ido evolucionando como la propia curva de contagios. En los momentos de mayo propagación de la COVID-19 llegaron a ser 56 y sólo 15 en los momentos de menos intensidad de nuevos positivos. Esta semana son 23 los destinados a esa tarea, aunque se prevé incorporar a otros 8 de inmediato.
Son, a juicio del brigada que ahora está al mando, Crescenciano Morchón, la “flor y nata” de los ‘detectives’ castrenses de la enfermedad del coronavirus. “No paran” desde mediados de noviembre, cuando el brote generado en la celebración del Diwali fue el primer embate de la sexta onda de la pandemia.
“Trabajamos en tres turnos: uno de mañana que es el más fuerte, otro de 15.00 a 22.00 horas y otro de fin de semana”, explica Morchón, que advierte que “Ceuta tiene los mejores rastreados activados, personas con un año de experiencia que son capaces de gestionar 10 ó 12 casos al día... Muchas unidades no tienen esta capacidad”, se congratula.
“Se trata”, resume su labor, “de seguir a una persona que ha dado positivo para intentar aislarla y localizar a sus contactos que pudieran haber contraído y transmitir la enfermedad... Nos ponemos en contacto con todos ellos para aislarlos, enviarles pruebas de antígenos, determinar quién puede hacer vida normal o debe permanecen en cuarentena…”, relata.
Lo “normal” es encontrar “cooperación”, pero no siempre. “La gente empieza a estar algo cansada de la COVID, pero intentamos que la gente comprenda nuestra misión e informe de su situación, contactos y movimientos aunque no siempre es fácil, por lo que suele ser determinante la empatía para saber cómo entrar a cada uno para que sea sincero y poder aislar un positivo con el fin de que no derive en un brote que no podamos controlar”, añade sobre las singularidades del trabajo encomendado.
En pleno repunte de la curva de contagios a una velocidad exponencial que parece atemperarse durante los últimos días, la jefa del Servicio de Vigilancia Epidemiológica de la Consejería de Sanidad de la administración local, Ana Rivas, considera que la receta personal para intentar combatir la pandemia sigue siendo la misma.
“Tres son los pilares fundamentales: la mascarilla en espacios cerrados es fundamental para evitar la transmisión y en espacios abiertos, ahora obligatoria de nuevo, se podía no llevar sólo a más de metro y medio de otra persona, pero lo correcto era seguir usándola cerca de otras personas”, recuerda.
Además de esa recomendación fundamental, “distancia física y uso de solución hidroalcohólica, pero sobre todo la mascarilla”, detalla como prescripciones básicas para minimizar el riesgo de contagio durante las fechas navideñas, en las que la actividad social y la movilidad son mucho más altas que en otros periodos ordinarios del año.
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