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República y Democracia

Está visto y comprobado que la progresía tiende siempre a apropiarse, de manera arbitraria, de conceptos tales como “república” y “democracia”. Para las izquierdas, no hay democracia real mientras el poder no esté en sus manos, ni hubo república salvo cuando gobernaban. Prueba evidente de ello fue la sangrienta revolución de Asturias, llevada a cabo en 1934, porque la CEDA, es decir, la derecha, había ganado las elecciones.
Para la progresía, hay que aislar a los que no piensan como ellos, porque no tienen derecho a gobernar, algo para lo que solamente está legitimada la izquierda, si acaso con el apoyo de nacionalistas, como sucedió con el bando de la guerra civil autodenominado “republicano”, pero cuya trayectoria se encaminaba, de forma inexorable –pese a los deseos de alguno de sus dirigentes- a convertir España en un satélite de esa Rusia  a la que victoreaban.
Como canta Ana Belén, “ahí está, la Puerta de Alcalá”, con un “Viva la U.R.S.S.” y con la foto de Stalin en el lugar preferente. Puños en alto, saludo militar llevando el puño cerrado a la sien, estrella roja en insignias o emblemas militares, y un comisario estalinista, vinculado al PCE, manejando abiertamente los hilos. Nada se habla de todo esto en la sesgada “memoria histórica”.
En nuestra cruel guerra civil lucharon entre sí dos ideas extremas, pero, cada una a su manera, paradójicamente coincidentes en un fin: imponer un régimen totalitario.  Los ganadores lo hicieron, y  todos los síntomas conducen a  deducir que los perdedores, si hubiesen ganado, también lo habrían hecho, creando algo así como lo que más tarde fue la mal llamada “República Democrática Alemana”, que no era república, sino pura dictadura comunista, satélite de la URSS, y cuya idea de la democracia quedó plasmada en la construcción, por el gobierno del partido único, de un muro destinado a impedir que sus propios ciudadanos pudiesen escapar.
Quien esto escribe es hijo de Manuel Olivencia Amor, el Alcalde interino de Ceuta que el día 15 de abril de 1931 (hace setenta y nueve años y diez días) proclamó la República desde el balcón de Ayuntamiento. Era entonces un republicano convencido, del Partido Radical de Lerroux (integrado en la Conjunción republicano-socialista que venció en las elecciones municipales). Poco después llegaría a ser elegido como titular de la alcaldía, tras dimitir Sánchez-Prado.
Sin embargo, permaneció sólo unos meses  en el cargo. No era de izquierdas, y eso comenzó a resultar insoportable para la mayoría “progresista”. Pese al acuerdo de no concurrir como Corporación a la función religiosa en honor de la Virgen de África, él, como buen cristiano y buen ceutí, estuvo allí, en el santuario de nuestra Patrona, oyendo misa de pié, junto a una columna. Cuando se supo, aquello colmó el vaso. En un borrascoso Pleno fue acusado de “estar derechizando el Ayuntamiento”, así como del “gravísimo” cargo de “llevar a cabo una política moderada”, es decir, no revolucionaria. Presentó la dimisión en ese mismo acto, pero no le fue admitida. Un mes más tarde lo hizo por escrito y ya de manera irrevocable.
Sí, mi padre fue republicano, un republicano de centro-derecha como muchos otros, cual lo era Gregorio Marañón, cuya famosa frase “no es esto, no es esto” asumió y compartió. O como Melquíades Álvarez, líder y Diputado del Partido Republicano Liberal Demócrata, que el día 23 de agosto de 1936, tras una saca de la Cárcel Modelo de Madrid, fue “paseado” y asesinado por milicianos junto con dos exMinistros de la República, Rico Avello y Martínez de Velasco, entre otras personas. Eran tres probados republicanos, pero los mataron porque no compartían las ideas revolucionarias de sus verdugos.
Pues ni la república fue patrimonio de las izquierdas, ni el sedicente bando “republicano” de la guerra civil era propiamente tal, ni la democracia es algo que sólo vale si aquellas son las ganadoras de las elecciones. Nada hay menos democrático que los “pactos del Tinell”; el “cordón sanitario”; el continuo intento de marginar al PP, identificándolo con los que despectivamente llaman ”fachas” o “franquistas”; el aprovechamiento de un día de reflexión para sacudir sin piedad al adversario; el imponer un adoctrinamiento ideológico en las escuelas sin respetar el derecho de los padres a escoger la educación de sus hijos; el pretender dominar los tres poderes definidos por Montesquieu; o el acorralamiento de la religión que declara profesar más del 80% de los españoles.
O, también, la exhibición de banderas tricolores, que esas sí que son anticonstitucionales.

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