Replantearse la seguridad

Mientras las fuerzas de seguridad investigan el último episodio delictivo ocurrido en Juan Carlos I y los acontecidos, a posteriori, en el Príncipe, la seguridad vuelve a ponerse en tela de juicio. Es legítimo que los vecinos tengan miedo, no cabe que los responsables policiales ni las administraciones que los mantienen busquen excusas contra ese malestar que existe en las calles. Ya no cabe hablar de inseguridad subjetiva ni de reproches a vagas colaboraciones vecinales, como si el ciudadano tuviera que ser además de insensible con la realidad que le toca vivir, policía en sus ratos libres. Esa carga no les toca.
Los éxitos y los fracasos van de la mano, y al igual que llueven las medallas también deben asimilarse las críticas. Hoy por hoy, la seguridad ciudadana se ha convertido en un fracaso. Interior nos sigue sacudiendo con estadísticas cada vez peores, las unidades de prevención y respuesta son utilizadas para la detención de indocumentados y culeros con tal de esclarecer lo que ya viene esclarecido con la mera detención y así ganar puntos en las falsas estadísticas. Mientras tanto, se ha llegado a un punto en el que la quema de coches ha llegado a ser asumida como normal, como ya lo hicimos con los apedreamientos a los autobuses o las escoltas a los Bomberos.
Los vecinos ya no se preguntan por qué se producen tiroteos a las nueve de la noche en una barriada como Juan Carlos. Más bien orientan sus cuestiones a por qué, cuando se producen episodios así, nunca hay patrullas policiales que garanticen su seguridad, o, al menos, tengan una respuesta posterior rápida. Mientras en plena estación marítima, parece que policías y guardias se dan tortas por cazar al bellotero de turno, otras barriadas denuncian la realidad: que no hay seguridad en sus calles, que no ven a las patrullas más allá de un pase fugaz. Y no mienten, y no se inventan sensaciones, dicen la verdad.
La política que hoy en día se está aplicando en esta materia es un puro fracaso. Y lo dejo claro, la política. Los agentes cumplen órdenes y los hay que te paran por la calle para reconocer la vergüenza que sienten por lo que está pasando. Son tantas las crónicas que se han escrito para hablar siempre de lo mismo... son tan repetitivos los debates, que terminan alimentando leyendas urbanas sobre el futuro de Ceuta que a nadie nos gusta escuchar... ¿Cómo puede ser que en una ciudad tan chica, con tanto agente, esté ocurriendo  esto? Hay quienes deben dar la cara para darnos la respuesta, porque éste es su cometido.