Cuando más falta les hacía, es cuando los trabajadores se han sentido más distantes de sus sindicatos” Esta frase (de un reputado político) sintetiza con suma precisión la crisis que vive en estos momentos el sindicalismo en nuestro país.
Cunde una cierta perplejidad en el seno de las organizaciones sindicales. No se termina de entender muy bien cuáles son las razones de fondo que las han convertido en una especie de fantasma que transita por la vida pública de manera invisible para la inmensa mayoría de la ciudadanía. La evaluación objetiva de los hechos no explica este fenómeno. La afiliación (aunque algo mermada) se mantiene en niveles muy similares a la “época buena”; las elecciones sindicales arrojan resultados más que positivos (en Ceuta, por ejemplo, entre CCOO y UGT suman el ochenta y cinco por ciento de representatividad); el nivel de actividad en los centros de trabajo es muy alto (tanto en lo relativo a la negociación colectiva como en la resolución de conflictos individuales y colectivos); la convocatoria y participación en las movilizaciones desde que comenzó la crisis ha sido constante e intensa. Y sin embargo, y a pesar de todo esto, lo cierto es que existe una opinión unánime de que los sindicatos están sumidos en una profunda crisis. Y ello conlleva la necesidad ineludible de “repensar el sindicato” (así ha denominado CCOO a este proceso).
En este contexto, me gustaría hacer alguna reflexión sobre esta cuestión.
Uno. Hemos reaccionado muy tarde. Durante demasiado tiempo nos hemos aferrado al victimismo. Es cierto que la campaña contra los sindicatos ha sido feroz. Nos defendimos alegando que pretendían “acabar con la última trinchera que les quedaba para imponer definitivamente las políticas neoliberales”. Argumento impecable; pero evidentemente insuficiente. Había mucho más que analizar y corregir.
Dos. No supimos sustraernos (y combatir) la vorágine de corrupción multiforme y generalizada que supuso la España de “Eldorado”. Fuimos uno más. No en su grado máximo; pero si lo suficiente para “entra en el lote” La implicación de un compañero del más alto rango y prestigio en el escándalo de las “tarjetas black” es un exponente incontestable de esta realidad. Es lógico que las ansias de cambio y de “barrer” todo lo antiguo, impulsadas por los sectores más dinámicos de la sociedad, también nos afecten.
Tres. La estructura orgánica se oxidó. Las organizaciones de personas funcionan bien cuando su fuerza motriz son las ideas; y se gripan cuando las mueven los intereses. Durante mucho tiempo los cargos de responsabilidad del sindicato se han centrado más en “resolver sus cuitas internas” que los problemas de los trabajadores. Y esto termina calando y abriendo una brecha psicológica entre representados y representantes. No se puede hacer sindicalismo (ni política) “encadenado a una nómina”. El sindicalismo debe ser un modo de vida, y no un medio de vida. Y esto ha sucedido en exceso.
Cuatro. Se ha producido una perversión de prioridades. En un momento se llegó a la conclusión (quizá acertada entonces, pero que el tiempo ha revelado que dañina) de que había que “modernizar” nuestra oferta (prestar servicios a los afiliados) y “profesionalizar” el funcionamiento del sindicato (en la práctica prescindir el “afecto a las causas” que defendíamos). Así, la propaganda para buscar afiliados se centraba más en ofrecer seguros, viajes, cursillo y similares que en “transformar la sociedad”; y nuestras oficinas se parecían más a una “gestoría” que una organización “fraternal” con todo los trabajadores y trabajadoras del mundo.
Cinco. Hemos actuado en contra de nuestro principio fundacional. El sindicalismo se basa en la conocida idea de que la “unión hace la fuerza”. Un sindicato de clase se hace grande cuando consigue crear “conciencia de clase” e involucra a los trabajadores en la lucha colectiva. El hecho de que esta “acción principal” sea necesariamente compatible con la intervención inmediata en conflictos individuales, no puede desnaturalizar al sindicato.
Y lo hemos hecho así. Hemos intentado convencer a los trabajadores de que se afiliaran porque “les convenía a cada uno de ellos individualmente considerado”, de forma que perteneciendo al sindicato “tendrían (cada uno) protección y servicios”. Esto explica la prácticamente nula implicación de la afiliación en la actividad sindical. Nos hemos parecido mucho a una compañía de seguros, a la que uno se afilia para resolver “su” problema. De manera inconsciente, hemos favorecido aquello contra lo que tanto hemos luchado. Hemos fomentado el individualismo frente a la solidaridad. Ahora tenemos unos sindicatos en los que la inmensa mayoría de sus afiliados no “quieren saber nada” de los problemas de sus compañeros.
Seis. El sindicalismo ha huido irresponsablemente de la política. El sindicalismo de clase es, por definición, un movimiento social de naturaleza política. Es absurdo pretender defender los intereses de los trabajadores desde una perspectiva de clase, sin participar de manera activa en la vida política. Hemos sido víctimas de nuestros complejos. La intención (sana) de desprendernos de la vitola de “sindicato comunista”, de transmitir la imagen de independencia y la idea de que “todo el mundo cabe en el sindicato” nos han llevado a un proceso de debilitamiento ideológico cuyo resultado es un sindicato muy próximo al “amarillismo”. Ilustración. Un breve repaso cronológico de los Secretarios Generales: Marcelino Camacho (PCE); Antonio Gutiérrez (PSOE); Fidalgo (UPyD); Toxo (¿?).
En consecuencia, y en mi opinión, nuestro sindicato necesita una revisión urgente, integral y profunda de su manera de funcionar. No es muy difícil. Se trata de recuperar los principios. CCOO deber ser un sindicato sociopolítico, comprometido ideológicamente, que intervenga con decisión y valentía en la vida pública. Debe centrar y concentrar su acción en las reivindicaciones de la clase trabajadora y orillar el resto de actividades. Debe garantizar que ningún responsable del sindicato cobre ni un solo euro. Debe asumir en toda su plenitud el principio de austeridad (para hacer sindicalismo no hace falta dinero, sino vocación). Debe proporcionar atención jurídica y laboral a todos los trabajadores y trabajadoras, sin excepción, de manera gratuita. Debe lograr que la causa de cualquier trabajador que se acerca al sindicato sea la causa de toda la organización. Como corolario de todo esto, el argumento que debemos utilizar para incorporar trabajadores al sindicato debe ser: “Afílate, es bueno para tus compañeros”.
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