Opinión

La Rentrée

Emplear el verbo “Volver” cuando no se ha empleado con anterioridad el verbo “Marchar” comporta, sin duda, una cierta dosis de contrasentido envuelto en una suerte de oxímoron emocional. Sea como fuese, este Vitriolo tiene vocación de Rentrée, esa palabreja de galos orígenes que se aplica a la vuelta al cole, al inicio del curso político o a cualquier reinicio cíclico. Esta reentrada en la atmósfera de letras juntadas se lleva a cabo tras una ausencia forzada, y ello por una increíble cascada de acontecimientos que han marcado, a fuego, una indeleble huella en el consciente histórico personal y colectivo. Rentrée, pues, como una ritual vuelta a las corrosivas andadas por los incómodos senderos en los que, mojarse en el vitriol, seguirá siendo marca de la casa como antítesis a la alineación y a la alienación. Así que, a cada cuál con sus decisiones, sus comportamientos cargados de ética, o no, sus inconfesables ambiciones o sus acomodaticias y conformistas adecuaciones al medio. Por su parte, la elección del H2SO4 continuará siendo la que siempre ha sido, por muy incómoda que pueda resultarle a propias y a extrañas. Noblesse oblige. Por lo tanto, que nadie se lleve a engaños: hablar de “Volver” sin haber utilizado el verbo “Marchar” es, sin lugar a dudas, una intencionada declaración de principios en toda regla. Dicho queda. Corría el año 1837 cuando el escritor danés Hans Christian Andersen publicaba un cuento que llevaba por título “El traje nuevo del emperador”. Si bien las expertas aseguran que hay textos con el mismo hilo argumental en Sri Lanka o la India, parece evidente que el escritor danés se basó en una historia escrita entre 1331 y 1335 por el Infante Don Juan Manuel (nieto de Fernando III) en su obra “El conde Lucanor”. La historia, muy conocida por todas, narra como dos estafadores engañan a un rey vendiéndole una tela de oro y plata. La particularidad de esa vestimenta es que solo era visible para los ojos de alta alcurnia y, por lo tanto, no apta para los ojos del vulgo, incapaz de distinguir la delicada belleza de la riqueza. El rey, incapaz de reconocer que solo se veía aíre donde los estafadores decían que había lujosas telas, decidió que se vestiría con los excelsos ropajes para celebrar el día de su llegada al trono. Mientras, los ladrones pedían cada vez más oro y más plata para supuestamente seguir tejiendo, en mágicas maquinarias, una tela tan especial como única que sólo el rey tendría el privilegio de poder vestir. Obviamente, los metales preciosos desaparecían de la ciudad con la misma habilidad que le procuraban al rey todo tipo de juegos verbales para hacerle creer las bondades del tejido. El pueblo, por su parte, esperaba con ansias el mágico momento de ver a su rey revestido con un ropaje de excepción. Todo era expectación. Y llegó el día del aniversario de la coronación. Los estafadores se esmeraron, entre lisonja y lisonja, en vestir al monarca simulando todo tipo de arreglos de última hora. Las campanas de la catedral avisaron del inicio de la ceremonia y el rey salió, al fin, con marcha triunfal por la avenida principal de la ciudad antes los atónitos ojos de una población que veía como su rey iba sin ropa alguna. Evidentemente, nadie del séquito o del público se atrevió a decir nada y el asombro era disimulado por una ola de serviles aplausos. El relato quiere que un niño, despojado de cualquier compromiso protocolario o político, empezara a gritar “el rey va desnudo”, lo que provocó que todas las asistentes al desfile empezarán a reír de incontrolable manera y que corearan,  a su vez y todas a una, que el rey iba por la calle como su madre le había traído al mundo. Se dice que el ridículo del alto dignatario fue tal que jamás volvió a salir de su castillo. De los estafadores nunca más se supo. Del oro y de la plata, obviamente tampoco. Debemos suponer que esa época ya había paraísos fiscales dónde convivían las cuentas opacas de las estafadoras, de las traficantes de armas y de droga junto con las de las receptoras de comisiones y retrocomisiones. Por lo visto, todo está inventado. La gran pregunta es que hubiese pasado si aquel niño, y sus gritos de sorna, no hubiesen interrumpido el cortejo para evidenciar lo evidente. ¿Qué habría tenido que suceder para que, sin esa voz que logró despertar conciencias, todo el mundo se rindiese a la evidencia de que las telas de oro y plata no eran sino un timo brutal? Y en esas estamos... Domadas y amaestradas hasta un extremo orweliano inconcebible hace apenas 20 años, asistimos a diario, cuales vacas que ven pasar el tren, a una ingente cantidad de atropellos sociales, económicos políticos y medioambientales sin que nada se despierte en nosotras, o muy poco. Como esas mismas vacas que se pasan la vida pastando y siendo ordeñadas, no reaccionamos ante nada. Normalizamos las tropelías y nos conformamos dócilmente con curvar dúctilmente el lomo sin preguntar ni preguntarnos nada. Y, sin embargo, hay materia para, como mínimo, hacer y hacerse preguntas. Muchas. Ejemplos no faltan, aquí van algunos. Comprobamos, una y otra vez, que una parte podrida de la clase política solo sirve de eslabón para cerrar la cadena que une intereses económicos y privilegios de las de siempre. Por ello, no se entiende que lo que llamamos el pueblo soberano no salte en seco para exigir tanto el fin de tanta connivencia entre estas chicas de lo recados y las poderosas. Dicho de otra forma, los usted y los yo no se manifiestan ni presionan para que se aprueben leyes severas que confisquen, por ejemplo, el patrimonio de corruptas y corruptoras o para que se lleve un serio y real refuerzo en los distintos cuerpos de inspección fiscal que pueda controlar a chorizas y defraudadoras. Pero no, seguimos pastando con encefalograma plano como si todo esto no fuese con nosotras. Evidenciamos, día sí y día también, que nos estamos suicidando a medio plazo permitiendo que las grandes corporaciones agoten los recursos del planeta, nos envenenen prosiguiendo con la fabricación de productos tóxicos. Aborregadas, consentimos, si no es que lo alentamos, que piratas sin escrúpulos terminen con los acuíferos para ganar más dinero desertizándolo todo o aniquilen las masas forestales para implantar cultivos tan intensivos como nocivos. No obstante, y a pesar de que esta verdad incómoda, como la denominó el ex vicepresidente Al Gore, es una sangrante y cruel realidad, nos pasamos el tiempo, como las vacas en el prado, dilucidando si la locomotora es diésel o eléctrica en lugar de hacer de nuestras voces y actos una barricada que pare en seco la barbarie llamada “emergencia climática”. Tal cual. Sabemos que, a mansalva y sin ningún tipo de tapujos o disimulos, nos están privatizando los servicios públicos básicos para, a mayor gloria de la Escuela de Chicago y su ultraliberal Doctrina del Shock, transformarlos en lucrativos negocios para que se embolsen muchísimo dinero las de siempre y, evidentemente, todo ello en detrimento de todas nosotras. ¿Aún alberga alguna duda al respecto? Haga cuentas, las de la vieja o las de la calculadora, como prefiera. Si partimos del principio básico que la finalidad legítima de una empresa es obtener cuantos beneficios mejor, en este caso las ganancias se hacen a base de ofrecer un servicio de pésima calidad abaratando costes. Así, el sendero que nos muestran en Sanidad es el vigente en Estados Unidos dónde quien posee suficiente dinero, o un sólido y costoso seguro privado, tiene derecho a cuidados sanitarios dignos y eficaces, y quien no, pues se muere sin que nadie le trate. ¿Pero cómo se crea esa demanda si nuestro sistema de salud europeo es diametralmente opuesto a los de USA? Elemental. Se recorta flagrantemente en personal y en medios, se crea una carencia y, al mismo tiempo. se favorece la eclosión del negocio sanitario que, lógicamente, mira por la cuenta de resultados como buen negocio que es. Los datos son escalofriantes: en los últimos años el crecimiento de la sanidad privada se ha llevado a cabo en la forma exponencial que se ha ido mermando a la sanidad pública. Blanco, en botella y la producen las que ven pasar el tren. ¿Pero, situación exclusiva de la sanidad? Por supuesto que no porque Educación o Ejército entran en este mismo paquete. En Educación sólo hace falta ver las acrobacias presupuestarias que deben hacer las universidades y el sistema educativo en general para sobrevivir. A la par, y aupadas por capitales privados y/o religiosos, universidades y escuelas privadas florecen en todas partes con ayudas de gobiernos autonómicos, como el de Madrid, sin ir más lejos. Obviamente, no hace ni falta subrayarlo, todo esto en detrimento del sistema público. Faltaría más. Estamos irremediablemente volviendo a la noche oscura de la rancia y ya casi olvidada época en la que solo estudiaban las hijas de las poderosas y/o privilegiadas. Puede seguir pensando que este H2SO4 es agorero, exagerado y fantasioso pero como no reaccionemos a tiempo, decir “¡YA!” se aplicará en toda su extensión la ya famosa expresión “es el mercado, amigo”, pronunciada por el que fuera ministro de Economía del PP, expresidente del FMI, y expresidente de Bankia, el procesado Rodrigo Rato. ¿El ejército, también? No puede ser, dirá usted ultrajada... Pues desgraciadamente, no sólo puede ser si no que ya es una realidad. En una entrevista a la periodista Naomi Klein, un general de muchas estrellas con despacho en el Pentágono se lamentaba de que, antes de que llegaran las tropas norteamericanas a un lugar, ya estaban in situ los ejércitos privados (tipo Blackwater, Wagner) ocupándose de la logística. Y, cuando se tocaba retirada, estos mercenarios que adoptan el eufemístico nombre de “contratistas”, siempre se quedaban para finiquitar el trabajo. Sobra decir que estas milicias privadas no están sujetos a leyes, convenios internacionales o tratados ya que no son un ejército al uso. Las mercenarias no son nada nuevo, cierto es, pero la fuerza y amplitud que están tomando desde hace algunos años  es simplemente terrorífica. La actuación de las columnas de Wagner encaminándose hacia Moscú es buena prueba de ello, independientemente de lo que Putin pueda representar y ser. Dicho de otra forma, estas soldadescas no están sujetas a ningún control político rindiendo cuentas sólo antes quienes les pagan. Que los estados las utilicen para llevar a cabo sus inconfesables fechorías, es otra historia.

“Pues bien, a pesar de lo alarmante de lo expuesto, nosotras continuamos muy entretenidas contando el número de vagones que tiene el convoy y rumiando con parsimonia, pero poco más. Un Clásico”

Lo de “Ejército SA”, lejos de ser el argumento de una película distópica es ya toda una realidad que vuelve de las negruras de la historia de Nigeria con el Biafra, o de las leyendas de Flandes, para incrustarse de nuevo en el África subsahariana o en Oriente Medio ¿Pero, y si mañana tal o cual megaempresa emplease esas tropas para defender sus intereses, por encima de los legítimos derechos de la ciudadanía de un país? A meditar, sin duda. El caso es que, avisadas quedáis de la terrible realidad que tenemos encima, aunque todo os parezca demasiado lejos como para afectarnos. Como escribió en “Guerra di clase” del año 1937 el clarividente filósofo, periodista y escritor Italiano Camilo Berneri, “las bombas que caen hoy Madrid caerán mañana sobre Barcelona, y pasado sobre Londres y París”. Y no somos capaces de verlo. Pues bien, a pesar de lo alarmante de lo expuesto, nosotras continuamos muy entretenidas contando el número de vagones que tiene el convoy y rumiando con parsimonia, pero poco más. Un Clásico. Y nos queda una de las muchas guindas del pastel. La corrupción, ese mal endémico inherentea cualquier clase de poder [¨El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente¨ Lord Acton], ya es visto como tan absolutamente normal que damos por buena la errónea, básica y simplista conclusión de que todas las políticas son iguales. Y claro, eso es simplemente falso. Sin embargo, generalmente sacados a la luz por las enemigas internas que tienen las unas y las otras en sus propias formaciones, los escándalos surgen regularmente en torno a comisiones y retrocomisiones en los mismísimos rodamientos del poder. Estas lamentables situaciones hacen que, cada vez más, las ciudadanas desconfiemos del sistema democrático. Sin embargo, y en contra de toda lógica, este recelo no se transforma en un análisis consciente que pueda dar como resultado una exigencia de limpieza absoluta a la clase política mediante un rechazo radical de estas prácticas, un plante que provocaría la adopción de medidas severas contra las corruptas y las corruptoras. En lugar de ello, como buenas vacas que disfrutan del paso del “trensito”, o bien lo asimilamos como algo “normal” sin que ni siquiera estos delitos pasen factura electoral, o nos refugiamos en la fácil argumentación de brocha gorda de quienes utilizan la bazofia demagógica y el populismo extremista, ese mismo que, hasta hace poco, nos parecía trasnochado e irrepetible porque habíamos aprendido la lección”. Se ve que nos toca repetir curso. Así, las salvadoras se envuelven en un amor ultra a la patria, como único argumento, enarbolan los colores de la bandera como exclusivo discurso como si las demás renegásemos de nuestro país y de su estandarte. Esta postura, que no resiste ni el más mínimo análisis, es sin embargo la opción preferida para quienes creen que el sistema está podrido. Cuan útil nos sería revisar esos manuales de historia que sólo nos están sirviendo para acumular polvo y olvido en las estanterías. No aprendemos. En esta ola intransigente se incluye el odio a las elecciones sexuales de nuestras iguales (como si fuese determinante o nos debería importar quién quiere amar a quién y cómo), a las extranjeras (esas que vienen a quitarnos el pan y a llevar a cabo el “gran remplazo”), a las librepensadoras (el dogma siempre lo debe presidir todo para que nada se cuestione nunca) y a todo aquello que huela a Libertad, Igualdad o Fraternidad. Y mientras tanto, las vacas a lo suyo. Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si no somos capaces de reaccionar para tomar las riendas de nuestro futuro, otras lo harán por nosotras y no será precisamente para ayudarnos a conquistar nuestra emancipación. De hecho, “esas otras” ya están trabajando en ello con afán y, visto lo visto, no parece que nos importe mucho. Nosotras, a lo nuestro, a seguir pavoneándonos totalmente desnudas convencidas de que vestimos ropajes de oro y plata sin advertir de lo que se cierne sobre nosotras. Pensar cuesta, ir en rebaño, no.  La elección es evidente. Lo de siempre. Estamos adoptando irremediablemente un paso ligero similar al de Dachau, al de Auschwitz o el que empleaban las esclavas para trasladarse hasta las galeras donde morían remando. Está claro que, encadenadas al banco y soportando mil y un latigazos, las que puedan elegir argollas de acero inoxidable serán, sin duda alguna, las privilegiadas del lugar. A las evidencias me remito. Las vacas, bien, gracias. Nada más que añadir, Señoría.

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