Opinión

Los renegados

Ao largo de los siglos, se llamó “renegados” a quienes renunciaban al cristianismo para profesar el islam o viceversa, decisión que solía tener consecuencias trascendentales para sus vidas en unos tiempos en los que no era nada fácil conciliar el antagonismo entre ambas religiones y que la apostasía fue un fenómeno relativamente frecuente durante toda la Edad Media que posiblemente aumentó en la Moderna y se reduciría, aunque no tanto como se pudiera pensar, en los siglos XVIII, XIX y XX.

En algunos momentos, la situación llegó hasta el extremo en que una de las grandes preocupaciones de las órdenes misioneras y redentoristas llegó a ser que quienes hubieran sido apresados por musulmanes apostataran por temor al enemigo o para mitigar las penalidades de su cautiverio, por lo cual se otorgó gran valor a las reconciliaciones, es decir, al retorno a la Iglesia de los cristianos que anteriormente habían renegado de su fe para convertirse al islam.

Entre los que renegaban del cristianismo había quienes lo hacían después de haber sido capturados por corsarios berberiscos, tetuaníes o saletinos, mientras que otros desertaban o se fugaban de los presidios norteafricanos tras lo cual renegaban de su fe para iniciar una nueva vida entre los musulmanes; en ocasiones, incluso hubo quien simuló convertirse al islam para espiarles y obtener valiosa información, como el célebre Domingo Badía, también conocido como Ali Bey.

Cuando el renegado dominaba un oficio que los musulmanes consideraban de especial utilidad, solía recibir un trato privilegiado e incluso podía obtener riquezas, honores y prebendas. Además, en numerosas ocasiones los renegados combatieron contra la cristiandad, llegando a prestar destacados servicios al islam. La figura del renegado está intrínsecamente ligada al enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, pues el abandono de los dogmas de una religión por los de la otra representaba un enorme triunfo en la pugna que ambas mantenían por imponer su propia verdad.

De este modo, fenómenos como el corso, el cautiverio o la apostasía formaban parte de la conflictiva relación entre dos religiones que convirtieron al mar que las separaba en un campo de batalla, configurando un peculiar sistema económico que estaba fundado en la extorsión y el pillaje y se justificó en virtud de la defensa de la propia religión, si bien es muy posible que la mayoría de las embarcaciones corsarias, tanto cristianas como musulmanas, ejercieran sus actividades para satisfacer sus intereses particulares antes que los de una religión o de una determinada bandera.

De forma similar, también es muy posible que buena parte de aquellos renegados hubieran adoptado su decisión impulsados por las circunstancias o para intentar satisfacer sus propios intereses vitales en lugar de por una cuestión de creencias, e incluso algunos de ellos se reintegrarían en sus respectivos universos anteriores ⎯musulmán o cristiano⎯ con el paso del tiempo para reanudar sus vidas en sus sociedades de origen, aunque otros nunca regresarían.

Si bien el renegado tiene la capacidad de superar las barreras que separan ambas civilizaciones e integrarse satisfactoriamente en el bando antagonista, muchas de aquellas personas conservaron sus antiguas creencias religiosas en su interior, por lo cual favorecieron a los cristianos cautivos cuando se presentó la ocasión y también proporcionaron valiosas informaciones a las autoridades de las plazas hispanas, aunque otros se integraron plenamente en la civilización que los acogió e incluso morirían defendiéndola en la lucha contra sus antiguos correligionarios. Además, también hubo quienes se negaron a abandonar sus creencias aunque ello les costara la vida, mientras que otros nunca lucharon por Jesucristo ni por Mahoma, sino por ellos mismos o por mejorar sus propias fortunas.

Por otra parte, la apostasía de quienes renegaron después de haberse fugado de los presidios o ser apresados por piratas y corsarios enriqueció considerablemente a los reinos musulmanes, pues éste fue uno de los colectivos más dinámicos de sus sociedades a las que benefició con valiosas aportaciones. Por poner un ejemplo, Jerónimo Gracián de la Madre de Dios ⎯confesor de Santa Teresa de Jesús que fue capturado por corsarios de Túnez durante un viaje a Roma⎯ escribió en su Tratado de la redención de cautivos, redactado en 1603, que los renegados eran quienes se ocupaban de tareas tan importantes como construir las galeotas, fundir la artillería, labrar las escopetas, forjar las demás armas o estimular las industrias bélicas porque moros y turcos ignoraban las técnicas necesarias, y también eran ellos quienes planeaban las estratagemas y las emboscadas contra los cristianos.

Los moriscos, además de contribuir a la modernización técnica de las sociedades que los acogieron, también introdujeron en ellas conceptos, ideas y procedimientos pertenecientes al universo cristiano, por lo cual la Europa cristiana dejaría una impronta innegable en el África musulmana a través de su influencia. Con ello, la llegada de aquellas personas aportó un importante capital humano a los reinos musulmanes en que se establecieron, por lo cual los esfuerzos que se realizaron para redimir a los cristianos cautivos, especialmente si éstos se planteaban renegar para convertirse al islam, y la benevolencia de los inquisidores hacia quienes habían decidido regresar al seno de la Iglesia no solamente se debieron al ejercicio de la caridad o a la inquietud por favorecer el prestigio de la propia religión ⎯pues arrebatar creyentes a la rival, además de una cuestión de prestigio, se consideraba una muestra de autenticidad de las propias creencias⎯, sino que también tenían entre sus objetivos privar al adversario de un valioso capital humano.

Además, el hecho de renegar no solamente afectaba a los planos material y religioso, sino que también tenía importantes consecuencias políticas porque el renegado rompía el pacto de vasallaje con su anterior soberano, puesto que la abjuración del credo religioso acarreaba implícitamente el sometimiento a una nueva soberanía y, con ello, el cambio de bando en el enfrentamiento militar.

No obstante, gobernantes e inquisidores por lo general estuvieron dispuestos a perdonar este comportamiento y ambos concedieron mayor importancia a la buena disposición de los renegados hacia los cristianos cuando se encontraban en tierras del islam ⎯que se manifestaba dispensando un trato humano a los cautivos o favoreciendo los planes políticos de la monarquía hispánica⎯ que a su comportamiento religioso propiamente dicho.

Por ello, en numerosas ocasiones se consideró a los renegados personas que se habían dejado tentar debido a la influencia del miedo, la desesperación, la fatalidad, el encanto de las musulmanas, las posibilidades de enriquecimiento y ascenso social o para huir de las penalidades y la monotonía de la vida en los presidios, ampliándose en este sentido los conceptos de lo lícito y lo ilícito en función de los intereses y las necesidades. Según aquella perspectiva, el renegado que se hubiera convertido al islam pero mantuviera los preceptos del cristianismo en su propio interior y tratara bien a los cristianos cautivos tenía las mismas posibilidades de salvarse que un bautizado que hubiera permanecido en el seno de la Iglesia.

Por otra parte, es muy posible que para muchos de aquellos cautivos el hecho de haber renegado hubiera sido únicamente una situación transitoria que se terminaría convirtiendo en definitiva con el paso del tiempo, pues buena parte de ellos nunca se reintegraría al universo cristiano: algunos no serían liberados, otros no se atreverían a fugarse por miedo a ser capturados durante su huida, otros iniciarían una nueva vida en el seno de las sociedades islámicas, otros no regresarían debido al temor que suscitaba en ellos la obligación de comparecer ante los tribunales de la Inquisición y otros se convertirían sinceramente al islam.

La Regencia de Argel, que fue un Estado centrado sólo en aquella capital argelina, fue un caso especial debido al elevado número de quienes fueron capturados por sus corsarios, muchos de los cuales renegarían del cristianismo para mejorar su condición, a los que se sumaron numerosos aventureros dispuestos a hacer fortuna mediante el corso que tampoco tuvieron escrúpulos en hacerse musulmanes, y si bien muchos de ellos saldrían malparados de la aventura, algunos incluso llegarían a ocupar las posiciones más altas de la Regencia, como el canario Simón Romero ⎯conocido como Alí Arráez o Morato Arráez después de haberse convertido al islam⎯, que amasó una gran fortuna y llegó a ser general de las galeras argelinas y embajador de la Regencia ante el sultán otomano.

La situación de los renegados en Argel en el último tercio del siglo XVI fue descrita con sumo detalle por Miguel de Cervantes, quien cayó en poder de los argelinos cuando el corsario Arnaute Mamí ⎯renegado albanés que llegó a ser jefe de la Armada de Argel⎯ capturó el 26-09-1575 la galera en la que viajaba, por lo cual permanecería algo más de cinco años en Argel hasta que, el 19-09-1580, se abonaron los 500 ducados que se habían exigido por su rescate, lo que le permitiría regresar a la Península el 24-10-1580.

Entre los que renegaban del cristianismo había quienes lo hacían después de haber sido capturados por corsarios berberiscos, tetuaníes o saletinos, mientras que otros desertaban o se fugaban de los presidios norteafricanos tras lo cual renegaban de su fe para iniciar una nueva vida entre los musulmanes; en ocasiones, incluso hubo quien simuló convertirse al islam para espiarles y obtener valiosa información, como el célebre Domingo Badía, también conocido como Ali Bey

En su Epístola a Mateo Vázquez, este autor cifra en 20.000 el número de cristianos cautivos en Argel en 1577, aunque lo reduce a 15.000 en El Trato de Argel, siendo uno de los fenómenos que más le llamó la atención durante su cautiverio el elevado número de cristianos que habían renegado de su fe para convertirse al islam. Este hecho se corrobora en la descripción de Argel que Diego de Haedo realizó en aquellos años, en la que refiere que de las 12.200 casas que se levantaban entonces en aquella ciudad, alrededor de 6.000 pertenecían a renegados que acaparaban la mayor parte del poder.

Para convertirse a esta religión, era necesario pronunciar la Shahada ,⎯ profesión de fe que consiste en declarar públicamente que solo existe un Dios ⎯Allah⎯ y Mahoma es su profeta ⎯ y constituye uno de los cinco pilares del islam. Quien pronuncie sinceramente esta fórmula ante dos testigos es considerado musulmán con todas sus consecuencias. A los hombres se les realizaba la circuncisión y todos tenían que cumplir los preceptos islámicos, por lo cual estaban obligados a ayunar en el mes de ramadán, orar cinco veces al día, dar limosna y peregrinar a La Meca como los demás musulmanes.

También recibían un nombre perteneciente al acervo islámico, adoptaban su forma tradicional de vestir y se comprometían a asistir a la oración en las mezquitas. Aunque la mayoría de los renegados renunciaban a su fe por causa del cautiverio, también había quienes marchaban voluntariamente a Berbería para profesar el islam y otros abandonaban los presidios norteafricanos para irse a vivir con los musulmanes, siendo lo más común que abandonaran su antigua fe, aunque parte de ellos regresaría posteriormente al universo cristiano.

Con el paso del tiempo, se firmarían tratados de paz con el Imperio otomano y las Regencias berberiscas y el corso desaparecería ⎯aunque continuaría practicándose la piratería⎯, por lo cual la cautividad a gran escala dejaría de ser un problema y tan solo renegarían los desertores y presidiarios que se fugaban de las plazas norteafricanas, cuyas deserciones y fugas tenían consecuencias penales que nada tenían que ver con la cuestión del cambio de religión.

Según Haedo, en 1580, 21 de los 35 propietarios de galeotas corsarias eran renegados, y este autor incluso refiere algunos casos de renegados cristianos que regresaron a la Península en varias ocasiones tras lo cual volvieron a Argel, donde continuarían viviendo como musulmanes. Diego de Haedo, Por otra parte, los trámites para reintegrarse en el cristianismo no eran difíciles en aquellos tiempos, pues en 1528 el Consejo de la Inquisición había decretado que determinados clérigos del peñón de Argel y de Bugía deberían absolver a los renegados que hubieran retornado de los países islámicos porque se consideraba que sus conversiones habían sido forzadas mediante tormentos y mala vida, debiendo presentarse tan pronto como fuera posible a los inquisidores del partido del que eran naturales, quienes deberían tratarlos benignamente y con misericordia.

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