Al calor de la polémica suscitada en torno al artículo de Pérez Reverte que coincide con la no pacífica sentencia del Tribunal de Justicia Europeo sobre el hiyab, desde ciertos círculos académicos locales se ha pretendido minimizar la dimensión islamófoba, afirmando que la islamofobia es simplemente una actitud de rechazo al islam y que es difícil delimitar el fenómeno. Nos encontramos ante una interpretación, al menos, tendenciosa.
Muchos son los sectores que interesadamente han planteado, desde el miedo, el recelo y el odio, estrategias que buscan, paradójicamente, combatir al islam y a los musulmanes desde la negación. Sus principales líneas argumentales pasan por considerar el término como una invención de los “islamistas” para condenar cualquier crítica al islam e imponer una especie de censura en lo que supondría una pérdida de los valores occidentales. Otras veces, directamente, niegan la existencia del hecho en sí, por lo que no cabe ni tan siquiera el debate sobre el concepto y sus orígenes. Son per se planteamientos islamófobos.
Desde otra perspectiva, se ha intentado desacreditar la existencia de la islamofobia argumentando que, realmente, lo que sucede y está suscitando rechazo es una alta preocupación por la excesiva presencia de lo religioso en lo público, un argumento comprado y defendido de inmediato por pefiles oficial y formalmente secularizados. Yo, sin embargo, considero, al igual que el profesor Tariq Ramadan, que detrás de esto se esconde una “normalización de la islamofobia” a costa de una supuesta laicidad que no es tal. De hecho, en el espacio europeo carecemos de estados verdaderamente seculares y por eso se estigmatiza a unos credos y se protegen a otros, cuando el Estado laico debería implementarse de manera completa e igualitaria.
En España, por ejemplo, el debate que se ha abierto sobre la emisión de la misa de los domingos en la televisión pública ha suscitado el acuerdo de los partidos tradicionales (PP y PSOE), que han defendido su continuidad sin que nadie se haya rasgado las vestiduras. Y en Francia, referencia del laicismo republicano, se financian con dinero público las escuelas religiosas y se mantienen los edificios destinados al culto y la asistencia religiosa en hospitales, dependencias militares y penitenciarias. Da la impresión de que los resortes del laicismo sólo funcionan con el islam y los musulmanes. Y, especialmente, las musulmanas.
La islamofobia está presente en personas de diversas ideologías y creencias religiosas y, dependiendo de diferentes combinaciones y factores, puede aparecer mezclada con formas de intolerancia religiosa o con formas de racismo. Es una actitud hostil hacia, no sólo el islam, sino hacia el conjunto de la comunidad musulmana, basada en una imagen prejuiciosa que presenta al islam como una amenaza para “nuestro” bienestar. Es una forma independiente de rechazo, con su propia historia y sus propias características, pero que guarda ciertos paralelismos con el antisemitismo.
Siguiendo al profesor Fernando Bravo López, existen rasgos comunes en la construcción social del “enemigo”. En el antisemitismo como en la islamofobia son los procesos de emancipación de estos colectivos, su plena ciudadanía, los que provocan las reacciones de rechazo.
Su progresiva integración en la sociedad y la cada vez más visible presencia pública han hecho que afloren viejos axiomas: “Los musulmanes son enemigos irreconciliables del cristiano y del europeo”; “Son una amenaza para nuestra seguridad” o, como afirmara Voltaire, en el caso de los judíos, “son nuestros más crueles enemigos”.
Los antisemitas se apoyaban en la idea de que la concesión de la ciudadanía a los judíos suponía una amenaza para sus conciudadanos en la medida en que el judaísmo enseñaba una serie de doctrinas anti-sociales e inmorales. Y aunque éstos fueran capaces de abandonar su fe o sufrieran un proceso de asimilación, siempre albergarían ese “espíritu judío”, un fuerte carácter colectivo que iba más allá de las creencias, teniendo que ver con el origen.
En la actual convulsa Europa, algo similar se está produciendo. La islamización de los males sociales y económicos que hacen determinadas formaciones políticas, junto a los procesos de emancipación del creciente número de europeos de origen o de confesión musulmana, colabora en apuntalar un viejo miedo con distinto protagonista. Ya hemos recorrido este camino, y minusvalorar o minimizar esta amenaza sólo ayudará a despertar a los monstruos que enterramos.
(*) Lic. en Ciencias Políticas y Sociología
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