Érase una vez un reino que vivía en la mentira. Lo más que se acercaba a la verdad, era a través de las medias verdades, que es otra forma de vivir engañado.
La gran mayoría del pueblo, es decir, de los vasallos, aceptaban entusiasmados esa forma de ignorancia, porque básicamente los mantenía en un estado de confort y credulidad, del que se negaban a desprenderse.
Sólo algunos juglares, se arriesgaban a cantar y recitar, los hechos tal y como sucedían.
Aunque debían tener sumo cuidado ya que la misma población, los podía denunciar al Rey.
Y poco a poco, pasito a pasito, aquellos que despertaban y cuestionaban el régimen implantado, fueron catalogados de rebeldes y/o enemigos de la Libertad.
¡¡ Enemigos de la Libertad!!, nada más y nada menos.
Mientras tanto, el rey (una simple figura decorativa), permitía la alternancia en su Consejo Real, entre los nobles que controlaban sus feudos y cuyo fin no era otro que enriquecerse sin límite.
Aquellos outsiders que pronosticaban el derrumbe del Reino, carecían del poder de los nobles reales y, al final, optaban por un silencioso retiro.
El Reino fue invadido definitivamente, por un pueblo extranjero, que impuso una ley divina, incompatible con la cultura original y, lo más curioso, es que mantuvieron en la cima al rey anterior, que se adaptó en tiempo récord a la nueva situación.
Lo triste de esta historia es que una mayoría del pueblo, sin información veraz, estaba condenado a su sumisión, ya que la ignorancia (inexplicablemente) mantiene a la gente más feliz que la cruda realidad.
P.D. El silencio de los corderos, permite que los lobos, decidan su mísera vida.
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Muchas gracias