Opinión

El regreso del templo del grial (y III)

Occidente es un espacio geográfico real y simbólico. Es un lugar de muerte y de tinieblas, pero también es el sitio en el que se sitúa los frutos o las aguas milagrosas que permiten la resurrección del sol y con él de la vida. El gran sueño del ser humano ha consistido en lograr la inmortalidad y algunos creían que la ciencia y la tecnología iban a lograrlo en un futuro no muy lejano, pero la crisis ambiental, económica y social, y ahora sanitaria, provocada por la fe ciega del “Homo tecnologicus”, con aspiraciones a “Homo Deus”, ha frustrado este sueño. Ni la ingenuidad de Gilgamesh ni la ciencia que representa el propio Jung en el “Libro Rojo” han conseguido su propósito inicial. Los dos se sientan ante un fuego para calentarse y llegan a la conclusión de que “tú (el yo de Jung) tienes que hacer solo la mitad del camino. La otra mitad la hace él (Gilgamesh). Si vas más allá de él, caes en la ceguera. Si él va más allá de ti, cae en la parálisis”. Las palabras de Jung que hacen ver a Gilgamesh que la inmortalidad es una quimera pueden compararse a la cabeza de Medusa que convierten en piedra al titán Atlante. De hecho, si observamos la figura de “Libro Rojo” que ilustra el encuentro de Jung y Gilgamesh, se asemeja al Estrecho de Gibraltar y la imagen del héroe oriental tumbado es muy parecida al Yebel Musa. Incluso la posición de sus pies indica que el cuerpo de Gilgamesh antes ocupaba el espacio que la columna que sostiene el cielo. Un indicio más de que el mítico encuentro entre Jung y Gilgamesh aconteció en el Estrecho de Gibraltar.

Un detalle significativo de la imagen que en la referida ilustración representa a Jung es la posición oferente de sus brazos. Se trata de un gesto de adoración que surge de manera espontánea a muchas personas, desde tiempo inmemorial, cuando contemplamos la aurora o el ocaso del sol. En algunos de mis relatos escritos teniendo como espacio de contemplación los paisajes del Estrecho de Gibraltar y Ceuta narro cómo he hecho este gesto en el instante preciso de la salida del sol. Cuento esto porque tiene mucho de ver con lo que intento explicar en este trabajo. La idea que quiero transmitir es que los fenómenos naturales y los paisajes son potentes símbolos que permiten atisbar un plano de la realidad poco transitado: el del mundo imaginal. Pasear por él nos aporta experiencias significativas, momentos de éxtasis místico, una comprensión más global y profunda de la vida, y mayores dosis de plenitud existencial.

La conservación de la naturaleza adquiere un mayor valor, ya que no la limitamos a considerarla un simple repositorio de bienes necesarios para la existencia humana y el sostenimiento de la actividad económica, sino que se erige como un requisito sine qua non para una vida digna, plena, rica y significativa. Para los que creemos que el alma es inmortal, la frecuentación del mundo imaginal es un proceso de habituación a la vida y al lugar que nos espera tras la muerte. Cuanta mayor concordancia haya entre el mundo celestial y el terrenal mejor y más placentera será nuestra existencia en uno y otro lado de la débil frontera que separa la vida de la muerte, el tiempo de la eternidad, y menos traumático resultará el tránsito de una realidad a otra.

Del exilio occidental tenemos que dirigirnos a nuestro verdadero hogar en Oriente. Desde la perspectiva simbólica, Occidente es la materia y la oscuridad, mientras Oriente es la forma y la luz. Occidente es un lugar tenebroso, pero al mismo tiempo misterioso y mágico, ya que, como venimos contando, encierra el elixir, el agua o el fruto capaz de otorgar la inmortalidad (Campbell, 2015). El héroe o la heroína se siente atraído por este gran tesoro, pero siente miedo a adentrarse en las tinieblas de Occidente o, dicho en términos microcósmicos, en el inconsciente personal y colectivo. Aquellos que atienden a la llamada obtienen como recompensa la compañía y la guía de la Gran Madre o Sophia Aeterna, una ayuda que le resultara importante para superar las dificultades pruebas que le esperan. La más difícil será atravesar la puerta flanqueada por el miedo y el deseo. Estas puertas, en la geografía del Estrecho de Gibraltar, están simbolizadas por las montañas sagradas de Calpe y Abyla. Nuestro principal miedo es la muerte y, unido a éste, el deseo de aprecio y reconocimiento. Tememos la muerte física, pero también la muerte social. Incluso después de alcanzar nuestro objetivo y regresar con el elixir tenemos que superar una última prueba: la renuencia a compartir nuestros hallazgos con los demás movido por el temor a ser incomprendido y, por tanto, excluido de nuestro grupo social.

El primer fracaso del Parzival en su búsqueda del Grial fue debido a su conformismo ante las reglas sociales, lo que le llevó a no plantear la preguntar al rey Pescador que hubiera curado su herida y habría devuelvo la vida a la tierra baldía (Campbell, 2019b). Cada vez que nos atenemos a lo establecido y renunciamos a seguir nuestro propio camino estamos contribuyendo a que la fuente del agua de la vida siga seca.

Fue para mí una gran sorpresa descubrir la perfecta correspondencia del significado esotérico de los cuatro puntos cardinales y del centro con este mágico y mítico paisaje en el que confluyen dos mares y se miran frente a frente dos continentes

Mientras que el primer encuentro de Parzival con el templo del Grial fue “casual”, el segundo fue pretendido y buscado con ahínco. Sólo se hizo visible de nuevo hasta que se reconciliación en su alma el principio masculino y femenino. El castillo del Grial reapareció en “la confluencia de los dos mares” cuando el caballero abrió las puertas de su templo interior y puedo entrar en él la Sophia gnóstica. Este hecho sucedió en el siglo XII, aunque las distintas versiones del Grial siguieron apareciendo a lo largo del siglo XIII. En este tiempo aconteció un resurgir de Sophia impulsado por un pequeño grupo de gnósticos en el que estamos representados miembros de la orden de los templarios, cabalistas judíos, y filósofos y místicos islámicos (Baring y Cashford, 2005: 720). Por desgracia, fracasaron en su propósito y el templo del Grial desapareció.

Ochocientos años después, en el año 2015, aparecieron las huellas del culto a Sophia Aeterna en la Ceuta medieval. En el lugar en el que se unen las dos principales líneas que conforman la geografía de Ceuta se excavó una gruta sagrada en la que se practicaron ritos de magia talismánica cuya figura principal era Koré Kosmou, la Sophia hermética e iniciática personificada por Isis (Corbin, 2015). Su culto estuvo también presente en la Ceuta romana, ochocientos años antes de su reaparición el periodo medieval. Las pruebas arqueológicas de la presencia de Isis en Ceuta tanto en época romana, como medieval, las he hallado yo.

Tengo ante mí la oportunidad, y al mismo tiempo la responsabilidad, de reconstruir el templo del Grial en Ceuta. Tal y como presagió H.Corbin, el castillo del Grial está predestinado que resurja en “la confluencia de los dos mares” (Corbin, 2003: 284). El primer paso, consistente en habilitar mi templo interior y facilitar el regreso de Sophia Aeterna, ya lo he completado. Ahora toca culminar mi descripción del templo exterior conformado por los paisajes de Ceuta. Una parte del trabajo lo he acometido en estos últimos seis años y sus frutos empezaran a conocerse pronto con la publicación de mi obra “Arqueología del alma”. Son muchos los relatos que he ido recogiendo en mis libretas y que espero publicar en los próximos años. No obstante, tengo la impresión de que estos escritos tan sólo son la preparación de lo que tiene que venir una vez que acabe el confinamiento por el COVID-19. Deseo volver a pasear por el templo ceutí siguiendo los pasos de Sophia. Allí tengo la oportunidad de encontrarme a mí mismo.

Todos necesitamos tener un espacio sagrado que haya sido previamente transformado en una tierra baldía. De esta forma, contamos “con un campo de acción donde una fuente de ambrosía (una alegría que venga de adentro, no algo externo que nos dé alegría), un sitio que permita experimentar la voluntad propia y la intención propia y el deseo propio de modo tal que, en pequeña escala, sea el advenimiento del reino” (Campbell, 1997: 189-190). Ta y como comentó J.Campbell, “espacio sagrado y tiempo sagrado, y algo placentero que hacer es todo lo que necesitamos. Entonces, casi todo se vuelve un goce continuo y creciente” (Campbell, 1997: 191). Vivir en un espacio sagrado “es vivir en un medio simbólico donde la vida espiritual es posible, donde todo alrededor de uno habla de la exaltación del espíritu…En el espacio sagrado todo se hace de modo que el medio se vuelve una metáfora” (Campbell, 1997: 194-195).

Quisiera destacar, para terminar, una idea expuesta por J.Campbell (1997: 195): “el espacio sagrado es un espacio que es transparente a la trascendencia, y todo lo que está dentro de ese espacio puede servir de base para la meditación”. El reconocimiento de Ceuta y su entorno como un sitio sagrado es una oportunidad para convertir a esta ciudad en un lugar idóneo para la meditación y las iniciaciones. Todo lo que contiene el círculo sagrado del Estrecho de Gibraltar y Ceuta está cargado de simbolismo y el reconocimiento de estos símbolos en los paisajes y los fenómenos naturales que acontecen en el interior de este espacio sagrado logran transportarnos a nuestro propio centro y “una vez ahí, el espacio sagrado está en todas partes” (Campbell, 1997: 196).

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