Opinión

Reflexiones preelectorales

Lo ha dijo hace unos días el Presidente del Gobierno: empezamos un año muy movido desde el punto de visto político. Este año 2023 es de elecciones en muchos ayuntamientos, comunidades y ciudades autónomas, incluida, claro está, Ceuta. Las semanas vuelan y cuando queramos darnos cuenta estaremos haciendo cola para depositar nuestra papeleta en la urna electoral. Mientras tanto, y según nos acerquemos al mes de mayo, es presumible que los partidos políticos intensifiquen sus actos y declaraciones públicas para atraer posibles votantes. También es de esperar que vayamos conociendo los programas electorales, así como la lista de candidatos que aspiran a ocupar un escaño en la Asamblea de la Ciudad Autónoma de Ceuta. Las personas sin duda son importantes, pero, desde nuestro punto de vista, es todavía más crucial conocer las propuestas que presentarán los partidos políticos para resolver los problemas arrastrados del pasado y responder a los retos del futuro inmediato que nos esperan a la vuelta de la esquina.

Nuestra ciudad, así como el resto del mundo, con mayor o menor gravedad, se encuentra inmersa en una grave crisis multidimensional que abarca las esferas ambiental, económica, social, espiritual, política y cultural, es decir, afecta a todas las dimensiones de nuestra realidad. Como no podemos cambiar desde Ceuta la totalidad de nuestro mundo, conviene que nos centremos en trabajar en pro de las mejoras que requiere nuestra ciudad. No estaría de más que comenzáramos por ordenar y arreglar nuestra particular ínsula, pues, parafraseando a Henry David Thoreau, “¿De qué sirve una casa si no dispones de un lugar decente donde levantarla, si no soportas el lugar en el que está?”. La mayoría de los ceutíes amamos nuestra tierra, por ello a algunos nos duele mucho el maltrato que le venimos propinando a este lugar esculpido por la delicada mano de la naturaleza. Hemos ido borrando su silueta con el abigarrado mazacote de hormigón que ocupa cada vez más espacio del frágil territorio ceutí. Se han desmontado lomas, ocupado vaguadas y rellenado superficie marina, solución por la que apuestan algunos para que la maquinaría inmobiliaria no se pare por falta de terreno. Lejos ha quedado aquella estampa de Ceuta de edificios de dos plantas que parecía un reflejo de algún pueblo blanco de la cercana provincia de Cádiz.

Algunos pensarán que somos unos retrógrados y unos “anti-evolucionistas”, idea que no nos preocupa lo más mínimo. Lo que sí nos preocupa, y mucho, es que en Ceuta el principal objetivo de la política urbana no sean los ciudadanos, sino los negocios y el dinero. Con el pretexto de poner en el mercado más viviendas se ha arrasado con una parte importante del patrimonio arquitectónico para sustituirlo con edificios estereotipados, de escasa o nula calidad estética, claramente disonantes y rupturistas respecto a la arquitectura vernácula y cada vez más alto. Esto último ha causado que las calles, ya de por sí estrechas por la propia conformación histórica de la ciudad, se hayan convertido en callejones estrechos y carentes de luz. La renovación del centro podría haber servido para descongestionar el tupido y denso tejido urbano creando nuevos espacios libres y verdes. Por desgracia, los espacios verdes que necesitamos no se han abierto y los que teníamos han sido arrasados, luego vaciados para instalar aparcamientos y planteados sobre ellos plazas duras, en las que priman el granito y están casi ausentes los árboles y las plantas, como es el caso de la emblemática plaza de los Reyes. Otro ejemplo de una plaza que invita a todo, menos a permanecer en ella, es la dedicada a Nelson Mandela.

Es un auténtico erial en medio de la ciudad y rodeado de locales y edificios fantasmas, como el que da a la calle Padilla. Nosotros propusimos remodelar esta plaza para dotarla de algo de vida, con la instalación de fuentes y, en medida de las posibilidades, de vegetación. También incluimos en nuestras alegaciones al documento de revisión del PGOU que se dedicara la aludida pieza arquitectónica que discurre paralela a la calle Padilla a albergar el Museo de la Ciudad de Ceuta en que mostrar la espléndida colección arqueológica hoy día custodiada en los almacenes del servicio de Museos de Ceuta. Si no fuera posible habilitar este inmueble como Museo de la Ciudad habría que estudiar otras alternativas.

Desde aquí lanzamos el guante a los partidos políticos que concurren a las próximas elecciones municipales que incluyan en sus programas el compromiso de dotar a Ceuta de un Museo Histórico y Arqueológico y, ya puestos, que se comprometan ante los ciudadanos a velar por la conservación y restauración de nuestro patrimonio cultural tan necesitado de cuidado y atención por parte de nuestras autoridades. Parece que el compromiso del actual gobierno de redactar y aprobar un plan general de bienes culturales se ha disipado como una niebla veraniega. Y hablando de planes, por lo menos el próximo gobierno, sea del color que sea, tendría que cumplir con su obligación de redactar los planes especiales de protección de los conjuntos históricos declarados en el territorio ceutí.

Por lo visto no han encontrado un hueco en su agenda para cumplir con este mandato legal en los últimos veinticinco años. Sin salirnos del inabarcable universo de los planes incumplidos, y saltando al campo del medio natural, ya va siendo hora también de que la Consejería de Medio Ambiente apruebe de una vez los Planes de Ordenación y Gestión de los espacios naturales ceutíes incluidos en la Red Natura 2000 de la Unión Europea.

Como ya escribimos hace unos meses, la pauta general en la historia de Ceuta es la improvisación, el desorden y la falta de planificación. Todo está manga por hombro y la anarquía domina amplios espacios del territorio ceutí. La impunidad ante las ocupaciones ilegales de terreno y las construcciones fuera de ordenamiento son marca de la casa, como si fuera un asunto menor. Toda la atención se centra, valga la redundancia, en el centro de la ciudad. Mientras tanto, paso a paso, la mancha urbana legal o ilegal se extiende por ambos extremos de la península de Ceuta comiéndole terreno a los dos pulmones de Ceuta: el Monte Hacho y el de García Aldave. Ambos se encuentran en mal estado de conservación y gravemente afectados por los recurrentes incendios forestales de los últimos años. El tradicional “evergreen” ceutí ha ido dando paso al negro con el que se tiznan nuestros bosques cuando el fuego los recorre impulsado por el viento y provocado por la insensata mano humana.

Como no podemos cambiar desde Ceuta la totalidad de nuestro mundo, conviene que nos centremos en trabajar en pro de las mejoras que requiere nuestra ciudad

La respuesta de las autoridades debería ser inmediata ante estos hechos, pero los proyectos de reforestación nunca llegan. Cada día se hace más evidente que no es un problema de falta de recursos financieros, sino de voluntad política. La Unión Europea, a través de los programas operativos o aquellos más extraordinarios como el Next Generation, tiene como eje principal el impulso de las políticas ambientales, sobre todo las que pueden servir para dar una respuesta eficaz ante el patente cambio global. Sin embargo, una y otra vez, se fuerza el marco de acciones prioritarias para encajar los proyectos de alto contenido en cemento y hormigón, ya sea con la ampliación del puerto deportivo o la construcción de un nuevo hotel en el lugar que hoy ocupa el Poblado Marinero, por no hablar del descabellado proyecto de una escuela de pilotos. Queda claro que menos en medio ambiente están dispuestos en apostar por cualquier tipo de acción que sirva para contentar a las empresas constructoras.

Los partidos políticos tienen la posibilidad en las próximas semanas de demostrar si de verdad les importa el futuro de esta tierra en el sentido literal del término. El objetivo principal del gobierno local debería ser la preservación y cuidado de nuestro patrimonio natural y cultural, algo que supera en importancia a nuestras efímeras vidas. Nuestra salud física y psíquica, así como nuestra calidad de vida, y la propia vida de otros seres vivos, todos con la misma dignidad que la nuestra, depende del estado que presenta nuestro entorno natural y urbano. Nuestra identidad como pueblo está encarnada en nuestros paisajes, en nuestros restos arqueológicos y la información que nos aportan para reconstruir las páginas perdidas del pasado, en nuestros conjuntos históricos y en nuestros bosques emergidos y sumergidos.

El deterioro de nuestros bienes naturales y culturales borra el recuerdo de lo que hemos sido y reduce las posibilidades de futuro para las próximas generaciones de ceutíes. Muchos lugares quisieran contar con nuestros ricos y variados recursos patrimoniales, con un clima tan benigno y unos paisajes espectaculares, capaces de alegrar hasta el corazón de un inmortal, como escribió Homero. Si nuestros políticos tuvieran la suficiente altura de miras mimarían este patrimonio y harían de él la principal fuente de riqueza, no sólo económica, sino también espiritual y cultural, tal y como supieron aprovechar en otros periodos de nuestra historia.

Ahora los partidos políticos tienen la oportunidad de contradecir nuestras palabras y presentar unos programas electorales orientados a la conservación del patrimonio, su aprovechamiento como yacimiento de empleo y su utilidad para la conformación de una identidad colectiva integradora que reconozca la aportación de todas las civilizaciones que han convivido y conviven en esta tierra. La educación debe estar dirigida, en primera instancia, a abrirles los ojos a nuestros niños y jóvenes para que contemplen y sepan apreciar la belleza que les rodea, además de educarlos para hacer de ellos ciudadanos bondadosos, amantes de la verdad y creativos. Ellos están llamados a mantener vivo el motor sinergético de una ciudad que dirija su esfuerzo a que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de vivir una vida digna de ser vivida en un entorno cuidado y ordenado.

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