Cuando se publique este artículo estaremos en pleno proceso electoral en nuestro país. Va a ser una jornada intensa. Se llevarán a cabo a la vez las elecciones europeas, las autonómicas, sólo en los lugares en los que no han sido adelantadas, y las locales. Serán las últimas en bastante tiempo, pues el triunfo de la izquierda en las últimas elecciones generales, con toda probabilidad, facilitará la estabilidad institucional en unos años.
Casi todo está dicho. Digo casi, porque siempre se piensa en aquello que ha faltado. Como si en ello fueran los resultados finales. También, porque las redes sociales seguirán emitiendo noticias sin descanso, muchas de ellas falsas, para orientar el voto de los indecisos. En ello son especialistas los que carecen de ética. La extrema derecha racista y xenófoba, que pretende conquistar Europa, para destruirla desde las instituciones. Las grandes potencias a uno y otro lado del Atlántico les interesa sobre manera.
Cuando decidí participar activamente en estas elecciones, lo justifiqué explicando las dos razones que me empujaban a ello. Por un lado, entendía que el planeta estaba en una emergencia medioambiental grave. No hay tiempo que perder. Tampoco hay un planeta B. Es necesario adoptar medidas drásticas ya, para evitar una catástrofe. Para ello es necesario que tengamos gobiernos fuertes y concienciados. Por otro lado, advertía de la crisis moral y de valores en la que estaba la humanidad. No hay otra explicación a la ola de extremismo y de insolidaridad que nos aqueja por doquier. No es admisible que se difunda la idea de que los enemigos sean los más débiles. Es urgente combatir esta lacra con mucha fortaleza. Sobre todo, con la fuerza de las ideas. La frivolidad que nos invade no nos lleva más que al enfrentamiento estéril y peligroso.
Sin embargo, la participación en las elecciones locales, las más cercanas y en las que más se arriesga el prestigio personal, te hacen reflexionar profundamente y te sacan todos tus miedos y temores de lo más profundo de tu ser. Te llevan a un terrible desasosiego y te hacen sentir una preocupante inseguridad. El problema es que, en este caso, en el resultado electoral, no solo está la aceptación o el rechazo a una idea, a un programa, o a una agrupación. Sobre todo, está la aceptación o el rechazo a una persona. El problema será cómo asimilar la nueva situación, si el cambio es muy acusado.
Algo parecido sucede cuando el médico, de pronto, le diagnostica una enfermedad incurable a alguien y le da un tiempo escaso para resolver sus problemas más importantes antes de abandonar este mundo. Lo explicaba perfectamente Steve Jobs, fundador de Apple, en su memorable discurso en la universidad de Stanford. Contaba a los estudiantes que se graduaban la inquietud en la que vivió todo un día, pensando que estaba próximo su final. Hasta que un nuevo análisis cambió el diagnóstico, permaneció con el desasosiego de no saber cómo contaría a sus hijos en pocos meses lo que le hubiera contado en los siguientes 10 años. Aunque la muerte es el destino que todos compartimos, nadie quiere morir, incluso los que creen en el más allá y piensan que irán al cielo, les explicaba. La diferencia entre la certeza de un final próximo, o uno no tan próximo, te cambia totalmente tu percepción del mundo. En estas situaciones, salvo que estés muy preparado mentalmente, la ayuda psicológica de algún profesional es necesaria.
Conforme se acerca el día de las elecciones, la inquietud y la incertidumbre aumenta. Nunca había tenido una sensación similar. En el caso de mi pequeño municipio la cuestión se complica por dos razones. Una, por ser una localidad de pocos habitantes, en la que todos nos conocemos. Otra, por la cantidad de años que llevan gobernando los mismos. Pese a ello, el actual alcalde, se lo ha tomado como una cuestión personal. Como una especie de plebiscito a su forma de gobernar, que se ciñe a los patrones clásicos del cacique local, paternalista y atento a las necesidades de los que le adulan, pero vengativo y despiadado con los que no le siguen la corriente. Y el grupo de concejales comparsa que le apoyan, como una cuestión de supervivencia. De un total de seis concejales de su grupo, cinco, incluyendo al alcalde, perciben un salario del Ayuntamiento. Una carga insoportable, que nos ha llevado a ostentar el vergonzoso récord de ser el municipio de la provincia de Granada que más caro le cuesta al ciudadano mantener a sus políticos. Por esto se han empleado a fondo, no dudando en utilizar el juego sucio y la mentira.
Qué pasará el día 26 por la noche es una incógnita. Ni los más viejos y experimentados del lugar son capaces de aventurar nada. Aunque yo suelo ser optimista, en el momento de escribir este artículo me asaltan todas las dudas y temores de los que hablaba antes. Es una sensación similar a la he tenido en algunas ocasiones, minutos antes de entrar a algún examen importante, cuando pensaba que se me había olvidado todo lo estudiado. En el presente caso, la pesadilla que te acompaña es que suceda que nadie, absolutamente nadie, confíe en ti. Si así ocurriera, el problema sería cómo reaccionar. Cómo mirarías a los vecinos al día siguiente. O cómo te mirarían ellos a ti.
El ser humano no está preparado para ser repudiado por la sociedad. Somos animales racionales que necesitamos del contacto con los demás y del reconocimiento por su parte de lo que hacemos. Nos gusta que nos adulen. Somos vanidosos. Y aunque, según Cooley, la “vanidad bien alimentada es benévola, una vanidad hambrienta es déspota”, para Nietzsche, “la vanidad es el temor de parecer original; denota por lo tanto una falta de orgullo, pero no necesariamente una falta de originalidad”.
De cualquier forma, me alivia pensar que, pase lo que pase, por efecto de las leyes físicas de la gravedad, la peor parte siempre se la llevará el que cae de su artificial pedestal. El que nada tiene, a poco que consiga, se sentirá extraordinariamente recompensado.
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