Categorías: Opinión

Reflexiones de un viajero

Málaga, martes. Con las primeras luces del día me acerco a su moderna estación ferroviaria, ‘María Zambrano’, arca de plata del AVE y de un magnífico centro comercial. Después de adquirir unos billetes para Sevilla, me asomo, por las cristaleras, a los andenes en los que descansan varios convoyes. El frío es intenso, al menos para quienes por estos pagos no estamos acostumbrados a soportar tan bajas temperaturas. Me llama la atención la presencia, en ese momento, de una única persona sentada en la zona de espera de dichos andenes. Vestido con una chilaba azul y un turbante negro cubriendo su cabeza como si de un tuareg se tratara, parece dormir.
Pasadas un par de horas, regreso a los andenes para tomar mi tren. Sorprendentemente el hombre sigue en el mismo lugar y en idéntica posición de descanso. Al pasar junto a él, observo que le falta un antebrazo y parece ciego. Minutos después lo veo acompañado ya de otro viajero, musulmán también. El pobre anciano no habla español, por lo que ha sido providencial la presencia de su correligionario para dar alerta de su situación. Parece ser que tras llegar en un tren, aguarda la venida de unos familiares que no aparecen. Por fin, uno de los vigilantes de seguridad lo conduce al interior de la estación para realizar las gestiones humanitarias pertinentes y resolver su problema.
¿Cómo pudo darse tal situación?, me pregunto tras acomodarme en mi vagón. No encuentro respuesta. Menos si se tratara de un padre al que reclamaran sus hijos, acogiéndose al derecho de la reagrupación familiar. Otro trampolín más, dicho sea de paso, para la afluencia de inmigrantes a nuestro país. Que no son pocos y cuyo flujo no cesa, aún en estos momentos tan delicados para nuestra economía.
Sin trabajo, sin medios materiales para subsistir, ¿qué podemos hacer por ellos?, prosigo en mis interrogantes tras haber visto pernoctar en los alrededores de la estación y en los soportales de la vecina terminal de autobuses a varios africanos.
Son ya tantos, que el recurso para muchos de la venta ambulante de todo tipo de abalorios es una actividad poco menos que imposible. Los acabo de ver ofreciendo pañuelos a los automovilistas en los semáforos de Sevilla, a peregrinar en un interminable desfile por los bares y terrazas buscando clientes, o al truco, en fin, a la desesperada, para conseguir unas monedas.
- Toma señora, te lo regalo.
- No, no quiero nada.
- Pero es  que  es de regalo, llévatelo, por favor. [Insiste en dos ocasiones más]
- Bueno pues muchas, gracias. Adiós.
- ¿Y no me das nada para comer? Tengo hambre, nada trabajo.
La escena la vivimos en la sevillanísima calle Sierpes, repetición de otra similar con la que nos habíamos encontrado en la capital malacitana. Ante situaciones cada vez más difíciles para el colectivo, aflora el ingenio.
¿Dónde están ahora aquellos de ‘papeles para todos’? Cuánta demagogia e hipocresía se ha dado y se sigue dando ante un fenómeno que, en el actual momento de recesión, y con las circunstancias de auténtica pobreza que sacude a tantas familias complica aún más la situación que vive el país.
Callejeando por Sevilla o por Málaga no puedes por menos que llevarte las manos a la cabeza observando la cantidad de indigentes, nacionales y extranjeros, que pueblan las mismas. Es como revivir imágenes olvidadas de posguerra.
Dramático resulta también observar como echan el cierre tiendas en esas dos capitales, algunas, incluso, con muchos años de existencia y prestigio, al tiempo que te encuentras escaparates con anuncios de liquidaciones por inminentes ceses de la actividad, mientras las tiendas que permanecen abiertas las encuentras vacías.
¿Dónde estará también ahora, ante tan desolador panorama, aquel presidente de los ‘brotes verdes’ o alguno de sus ministros ocultando una realidad que paulatinamente iba palpándose en la calle o en tantas familias, víctimas de una situación de pobreza en las que ni por asomo llegaron a imaginar?
Claro que no todos los negocios son catastróficos. Observen si no, cuando viajen por la Península, como proliferan, cada vez más, los establecimientos de compra de oro. Para esos siempre hay clientela. Dramático, sí.

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