Atrás quedaron ya las carnestolendas, si bien el telón no se cierra. El carnaval festivo se concatena con el político. Con elecciones europeas en puertas, las locales a un año vista y las generales al siguiente, el panorama es el que es. Asistimos a un carnaval mediático del que cada vez pasa más la ciudadanía, harta ya de determinas puestas en escena de los partidos que conducen al hastío.
Tiempo habrá de analizarlo.
Con la entrega de premios de esta semana, nuestro Carnaval 2014 nos dijo adiós. Una celebración con sus luces, sus sombras, sus matices y sus reflexiones a las que este columnista pretende asomarse ahora. Es innegable que el concurso de agrupaciones está llamado a ser la locomotora que tire después de la participación ciudadana y genere el deseado ambiente. Afortunadamente nuestras comparsas y chirigotas ahí siguen y con un buen nivel artístico. Lo que no quita el que me acuerde de tiempos posiblemente mejores y de determinadas figuras estelares a las que, de momento, no llego a adivinar sucesores de su talla. Llegarán, por supuesto. Entusiasmo, trabajo y entrega no faltan. Me asalta la consideración anterior cada vez que escucho grabaciones de momentos y actuaciones difíciles de olvidar. A lo mejor soy subjetivo dejándome llevar por listones muy altos y difíciles de superar. Que no se me entienda mal. Ciertamente nuestras agrupaciones van ganando en afinación, música, seriedad y en la exigencia de sus directores, como también me ha parecido ver este año un mayor nivel en comparsas que en chirigotas.
El Auditorio ha venido a marcar un antes y un después del concurso. Las posibilidades de su escenario, la iluminación y sus impresionantes cualidades acústicas para la perfecta sonoridad de voces e instrumentos son impresionantes. Como la propia puntualidad, el rigor y el orden que preside la celebración en este teatro. Atrás quedó el entrar y salir de la sala cuando a cada cual le venía en gana, especialmente si había acabado su actuación favorita o no era del agrado la que estaba en el escenario como sucedía en el ‘Siete Colinas’.
Es curioso que, después de tanto clamar por un teatro durante un cuarto de siglo, surjan ahora determinadas voces añorando el antiguo salón. Me resisto a creer cuanto ha llegado a mis oídos. Supongo que no será el sentir de la mayoría. Es más, dudo que pueda llegar a materializarse cualquier propuesta de retornar al marco del primitivo Instituto. Se puede comprender que haya quienes echen de menos aquel peculiar ambientillo y la convivencia que se respiraba entre las agrupaciones y seguidores entre bastidores en lo que fuera la capilla del centro, las idas y venidas del bar, los bocadillos de turno o los chascarrillos y anécdotas de los pasillos. Todo ello es impensable en este Auditorio por el propio bien del certamen y de la seriedad exigible en un recinto de sus características. Por más que algunos grupos no se hayan sentido cómodos en el nuevo coliseo, el certamen carnavalesco bien merece tan digno marco para bien de los espectadores y quienes multitudinariamente lo siguen por televisión.
Espectacular el desfile callejero del pasado domingo. Vamos ya muy cerca de aquellos inolvidables años 80 cuando, multitudinariamente, Ceuta se lanzaba disfrazada hacia aquella colosal caravana multicolor cuya cabeza se llegaba a juntar con la cola el día de las carrozas. Qué ingenio el de este último desfile, qué ganas de divertirse y de participar, bien individualmente o en los cada vez más numerosos grupos, máxime en momentos tan difíciles como los que vivimos. Todo un éxito, vaya.
Pero nuestro Carnaval tiene una asignatura pendiente, el de calle. Los inolvidables bailes del cuartel del Rebellín eran la clave para que, a lo largo de la semana, se poblara ésta de máscaras, arriba y abajo, con la afluencia de quienes entraban o salían de dicho recinto. Algo así como en aquellos años veinte y treinta de los que se cuenta de cómo Cádiz llegó a tener celos de nuestras carnestolendas. Esa calle a la que deberían retornar también las agrupaciones con concentraciones carnavalescas en cualquier plaza o en la propia del Auditorio a lo largo de la semana. Que todo no quede circunscrito a locales cerrados como bares o pubs, vaya.
Logramos el viejo sueño del teatro, sí, pero a costa de sacrificar el viejo cuartel sobre cuyo solar se edificó la millonaria obra de Siza. Con muchísimo menos tiempo y dinero habríamos recuperado el vecino ‘Cervantes’ con todo el lujo y confort posibles, además de salvar y remodelar el histórico cuartel, un recinto privilegiado para tantas manifestaciones como la que nos ocupa y que tanto echamos de menos. Un error más de nuestros políticos. Y así nos va.
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