Con el alma en vilo. Los sobresaltos son tan continuos que ya empezamos a acostumbrarnos a este modo de vida. Como si de expertos funámbulos se tratara, caminamos por el alambre del estupor evitando una caída acaso definitiva. Los disparos ya suenan como un eco lejano. Cotidianeidad. Las noticias sobre actos vandálicos o delictivos sólo provocan resignación. La ciudadanía, atónita, busca respuestas que no encuentra. Las instituciones se limitan a emitir mensajes huecos, bordeando el ridículo, que la opinión recibe con sorna e incredulidad. No se puede entender tanta irresponsabilidad.
La última convulsión se ha producido en la frontera. El caos perfecto. Sin la menor explicación a la ciudadanía, obviando por completo el derecho a la información que constituye la piedra angular de un estado democrático, la frontera y su entorno se han convertido en una diabólica ratonera que atrapa personas sin orden ni concierto. Nadie es capaz de comprender a qué se debe esta repentina perversión. Es imposible identificar una finalidad racional para tamaño despropósito. Lo único que ha trascendido es que la responsabilidad se reparte entre las administraciones de los dos países implicados. Sobre la parte que corresponde al Gobierno de España, no queda mucho por decir. La incompetencia de la Delegación del Gobierno ya está suficientemente acreditada. Siguen confundiendo firmeza con prepotencia; autoridad con autoritarismo; valentía con imprudencia; inteligencia con intestinos y orden con insensibilidad. Muy poco se puede esperar de quienes, infantilmente entusiasmados con el poder que controlan, se comportan de manera prepotente, visceral, imprudente, autoritaria e insensible. Por más que se les ha advertido de lo errático y peligroso que es esta forma de gestionar una institución clave en el funcionamiento de la Ciudad como la Delegación del Gobierno, no ha habido ni un atisbo de reconsideración. Sólo queda esperar que los releven. Y que cuando esto suceda, no sea demasiado tarde.
Lo que si promueve una reflexión, inevitable, es la actitud del Gobierno de Marruecos. La indefinida y caprichosa política de frontera introduce un elemento de incertidumbre que arruina todo el entramado que se esboza en el Plan Estratégico para Ceuta. Los recientes sucesos de la frontera ponen claramente de manifiesto que las relaciones de España y Marruecos, en relación con Ceuta, han cambiado muy poco en lo fundamental. Se nos había hecho creer que existía una relación de confianza mutua perdurable que permitía albergar, con rigor, una esperanza de estabilidad sobre la que planificar un futuro a medio plazo. Nada más lejos de la realidad. No se puede hablar con seriedad de implementar un modelo económico solvente, fundamentado en las sinergias del desarrollo de Marruecos, si las decisiones estratégicas se despachan entre cargos de tercer nivel reunidos a hurtadillas en tabernas o cafetines; y están sometidas a los vaivenes más variopintos y pintorescos. Esto puede servir para sobrevivir, pero en ningún caso para consolidar algo tan complejo como un tejido productivo. A ningún empresario se le puede pedir que invierta en estas condiciones. Esta obviedad nos conduce a una conclusión. Si se pretende avanzar en el modelo económico diseñado, es preciso regular convenientemente el espacio transfronterizo. España y Marruecos deben suscribir un convenio, con fuerza jurídica suficiente, en el que queden plasmados con meridiana claridad los derechos y obligaciones de todos los individuos y agentes económicos y sociales de ambos lados de la frontera, desde la perspectiva de la cooperación mutua. A esto se opone el PP radicalmente. No lo ve posible. Piensa que Marruecos no aceptará este acuerdo bajo ningún concepto porque conllevaría un reconocimiento implícito de la soberanía española sobre Ceuta.
Llegamos al nudo gordiano de esta trascendental cuestión. Los ceutíes deberíamos exigir al Gobierno español que ejerza la presión necesaria para urdir un nuevo marco de relaciones con Marruecos en el que se respeten los intereses de Ceuta. Porque, en caso contrario, quedaremos a merced del tiempo y como una pieza más en el tablero diplomático de Mohamed VI. Sin embargo, callamos, agachamos la cabeza, y aceptamos la política del PP (compartida con el PSOE) de mantener un estatus que no irrite a Marruecos, a pesar de ser plenamente conscientes de que esta posición supone la eutanasia para Ceuta. Y esto nos lleva a una reflexión final. El PP de Juan Vivas, con su aplastante hegemonía, ha impuesto su criterio, según el cual, los intereses de Ceuta se defienden en voz baja, con discreción, pidiendo perdón, mendigando y dando pena. Los resultados están a la vista. Somos un hazmerreir. Hay otro modo de reclamar nuestro lugar en la historia. El único que alumbra el éxito. La movilización sostenida de nuestro pueblo, unido, en defensa de su dignidad colectiva. Alzando la voz con orgullo y valentía. Haciendo de la lucha y el compromiso de todos un arma cargada de futuro. ¡Basta ya de lloriquear mientras nos humillan!
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