Opinión

Reencuentro con la naturaleza

Ceuta, 2 de mayo de 2020. Después de siete semanas de confinamiento por la pandemia del COVID-19 hoy se nos ha permitido salir a practicar deporte o pasear. Anoche estuve calculando el radio de la circunferencia de un kilómetro en la que me puedo mover tomando como centro mi casa.

En el mismo límite oriental del círculo oriental del círculo entraba el lugar al que tenía previsto venir una vez que empezara la desescalada. Esto sitio es la cala del amor, en la que se localiza la mina de cardenillo.

Al salir de casa he apreciado el olor a hierbas y flores intensificado por el rocío de la noche. Una noche que ya empezaba a retirarse para dejar de protagonista al sol. Testigo de la parte oscura del nuevo día brilla Venus y a su lado Júpiter. Mientras que las luces de estos astros se apagaban una ancha franja amarilla y naranja se apoyaba sobre la línea del horizonte dibujada por un mar en perfecta calma.

Se notaba más movimiento de lo habitual en esta mañana sabatina. Una pareja de chicos jóvenes se asomaban por la Rocha y tomaban fotografías con sus móviles. Un poco más adelante, un grupo de chicos se concretaban al lado del kiosco situado junto a la parada de autobuses del Sarchal. Yo he seguido mi camino hasta llegar a mi destino. Se nota que hace tiempo que nadie baja por aquí. El camino está prácticamente cerrado por la vegetación.

Siguiendo la zingueante escalera he alcanzado el promontorio donde he colocado el trípode y la cámara fotográfica. En ese momento un par de chicos recorrían los acantilados. Les he escuchado decir que nunca habían visto nada tan bonito como lo que estamos presenciando en estos minutos antes de la salida del sol.

Las imágenes que he podido captar son espectaculares. Tras la bruma el sol ha ido emergiendo del mar trazando un haz de luz que ha pintado de dorado las rocas de los acantilados. A los pocos minutos, la lanza solar me ha alcanzado y ha atravesado mi corazón. No ha sido dolor lo que he sentido, sino la alegría de estar y sentirme vivo.

Según pasan los minutos, el calor del sol se hace más intenso. No sopla ni una brizna de viento que atenúe una temperatura más propia del verano que de primavera. Aun así me llega con nitidez el olor a mar. También percibo el sonido que provocan las caricias que las aguas hacen a las rocas. Demuestran una gran delicadeza. Me transmite una gran tranquilidad y sosiego. El mar es un bálsamo imprescindible para superar estos tiempos de zozobra. Esta cualidad del mar hay que extenderla a toda la naturaleza. Puede que estas semanas de reclusión hayan servido para que la gente apreciar cosas tan sencillas como respirar aire fresco, contemplar los paisajes, escuchar los sonidos de la naturaleza o sentir los primeros rayos del sol en tu cuerpo. El nuevo tiempo que inauguramos parece pensado para las personas que disfrutamos de estas fugas a  la naturaleza, como la que estoy llevando a cabo hoy. En el estrecho círculo y en el breve tiempo que se me ha concedido entra todo lo que necesito: aire, mar y unos sublimes paisajes.

Voy recuperando la sensación de incluir en mí la totalidad de la tierra y el cosmos. Estoy sentado en un punto concreto de nuestro planeta, pero al observar el círculo del horizonte tomo plena conciencia de que la tierra flota sobre una infinita oscuridad rota por unas horas gracias a la luz y el calor del sol. La tierra es un oasis pleno de vida en la inmensidad del firmamento. Desconocemos si en la infinitud del cosmos había algo similar en su belleza a la tierra. Poco me importa esta posibilidad, lo que me atañe es aprovechar la oportunidad de percibir la belleza, vivir experiencias gratificantes y desarrollar mi capacidad de expresar mis sentimientos, emociones y pensamientos mediante el don de la escritura.

Como escribió C.G.Jung en su misterioso “Libro Rojo”, nos equivocamos si pensamos que nuestras más altas capacidades y dones nos pertenecen. Su origen suprapersonal y se nos ha concedido para que hagamos un buen uso de ellos y compartamos sus frutos con los demás. Yo no escribo otra cosa que lo que dicta la naturaleza. Adoro el silencio y la soledad, pues gracias a ellos escucho con nitidez la voz de mi alma. Lo que en este instante siento es agradecimiento: doy las gracias a la vida por todo lo que me ha dado y por ser un manantial inagotable de amor, sabiduría y creatividad. Desde las diminutas flores de las siemprevivas del Estrecho que tengo delante, hasta las rocas esculpidas por el mar y el viendo, todo me resulta de una extraordinaria belleza.

La mirada se me va detrás de los verdes fondos del mar y veo con los ojos de la imaginación tantos secretos como los que guarda el cielo azul. Necesitamos escapar a la naturaleza para tomar perspectiva sobre nuestra existencia. A lo lejos observo con nitidez Ceuta y la costa mediterránea marroquí entre Findeq y Cabo Negro. No contemplo fronteras, sino unos asentamientos habitados por personas con las mismas inquietudes y  anhelos. Todos buscamos vivir una vida digna, plena y feliz, pero no a todos se les concede. Podemos pensar que es cosa del destino, cuando la verdad la razón estriba en la injusticia social.

Espero que la crisis que estamos sufriendo nos haga tomar conciencia de la identidad común de la humanidad y la necesidad de cuidar entre todos de la tierra. Como dijo Goethe, hay que hacer “lo  que se pueda, y debemos hacerlo allí donde estamos, y sin palabrerías”. Aunque sabemos “cuán poco es lo que se podemos hacer, es mejor que se haga”. Siguiendo esta idea, antes de irme he recogido este corcho que había quedado entre las rocas para depositarla en uno de los contenedores de basura de la barriada del Sarchal.

 

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