Siempre he sido de los que dicen que es bueno tener memoria, que se trata de algo que nos aporta perspectiva de quiénes somos, de dónde venimos, y también nos ayuda a tener una idea más clara de hacia dónde queremos ir. Acordarse de las cosas buenas para tenerlas en cuenta y también de las malas para aprender de ellas es parte de lo que una sociedad madura debe hacer cada final de año y comienzo del nuevo.
El cine se divide por cursos anuales, como tantas cosas en nuestra vida, y para hacer una reflexión de lo que tenemos bien nos sirve echar la vista atrás hacia lo que tuvimos no hace tanto; aunque dos décadas parezcan una eternidad, el tiempo galopa, para unos más que para otros, pero galopa…
Hace nada más y nada menos que veinte años, justo en el redondo año 2000, se estrenaron una cantidad de películas notabilísima que darían que hablar lo suficiente como para que todavía puedan ser noticia que comentar. Cuando andábamos reponiéndonos del susto de la falsa alarma de que con el inicio de milenio los artilugios informáticos iban a traicionarnos y poco menos que el mundo iba a explotar, Russell Crowe parecía un inmortal que iba a comerse el mundo con su Gladiator, de Ridley Scott. Ahora Crowe parece por su talla XXL que se comió el mundo literalmente, pero hay que recordar que el actor neozelandés tiene ya 55 añitos y que los inexorables efectos secundarios de edad no perdonan; el caso es que el actor estaba por aquél entonces en la cresta de su ola y triunfó ganando el Oscar (para desdicha de Javier Bardem competencia directa para el premio), por su Máximo Décimo Meridio protagonista de un Gladiator que se alzó también con el de Mejor Película de un total de cinco estatuillas y 12 nominaciones.
Estrenada también en el 2000 fue Memento, la adictiva excentricidad temporal de un Christopher Nolan que el futuro se convertiría en uno de los más prestigiosos directores del panorama, y que contaba en su elenco con Guy Pearce y Carrie-Anne Moss. Toda una exhibición de guion y, sobre todo, montaje…
De la misma añada, que diría un enólogo, son Requiem por un sueño, de Darren Aronofsky, y Snatch: cerdos y diamantes, esta última con un Brad Pitt haciendo de ininteligible gitano, trabajo que quedó como uno de los mejores de su carrera. Ambos títulos rompedores y visionarios, dicho veinte años después en plena crisis de ideas, algo de lo que llevamos tiempo quejándonos en el mundo del séptimo arte cada año menos artístico y más espectáculo…
Benicio del Toro, Michael Douglas, Catherine Zeta-Jones… parte del prestigioso elenco de Steven Soderberg para su estupendo Traffic.
Mención aparte merece el estreno de X-Men (Bryan Singer), la película de superhéroes que abrió la veda y comenzó la locura por el género que aún hoy va a más…
Y ya centrándonos en cine no estadounidense, del 2000 es igualmente la joya de Gran Bretaña Billy Elliot (Quiero bailar), toda una campanada de originalidad y buena onda que hemos visto transformada la enormemente exitosa obra de teatro en la Gran Vía madrileña.
De entre otros interesantes títulos, rescataremos también del cine hispanoamericano la mejicana Amores perros (Alejandro González Iñárritu dando primeras señales de lo que vendría después) y la argentina Nueve reinas (Fabián Bielinsky, contando con Ricardo Darín para un papel tan atípico como interesante).
Sublime Tigre y dragón (Ang Lee), con 10 nominaciones al oscar y ganadora del mismo a la Mejor Película Extranjera, o Deseando amar, de Wong Kar-Wai, cierran el círculo de un año 2000 esplendoroso en lo cinematográfico que debería hacérnoslo mirar…
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