Opinión

Recuerdos de la España casposa

Cada día que pasa me vienen más a la memoria mis recuerdos de la España casposa. Aquella de la fanfarria y la pandereta, de los pobres de solemnidad, de las mujeres cubiertas hasta arriba (¡no fuesen a vérseles las rodillas!), de los curas con sotana que imponían su orden en las procesiones de los pueblos a fuerza de empujones, o que no permitían a las mujeres entrar en la Iglesia con manga corta, de los guardias civiles en sus cuartelillos, que vigilaban cualquier movimiento de los vecinos o daban una paliza a alguien por haber bebido “más de la cuenta”, de las escuelas en las que los niños se santiguaban y cantaban el cara al sol antes de comenzar la clase, de los NODOS en los que se ensalzaban las virtudes del Caudillo y se nos informaba de los pantanos que se iban inaugurando, de la España de la “libertad”, que no era concebida sin “orden”, como nos decía Franco en sus “25 años”.

Nací hace 65 años y pronto me jubilaré. Y aunque, afortunadamente, no viví los años más duros del hambre y las miserias de la postguerra, sí viví los años en los que los pueblos se quedaban vacíos cuando sus vecinos se iban a trabajar a Alemania, Francia, Suiza…Muchos lo hicieron de forma irregular. A algunos los devolvieron a sus países. A otros les regularizaron la situación. Algo parecido a lo que ocurre ahora, pero sin tanto odio. Los alemanes, recuerdo, nos acogían con normalidad, y hasta con alegría. Éramos necesarios para su crecimiento económico. Evidentemente, los alemanes eran alemanes y los españoles éramos emigrantes. Pero se nos respetaba. Y se nos daban derechos. Se nos permitía sindicarnos y acceder a su avanzado sistema sanitario y educativo. Y a ningún alemán de nacimiento se le ocurría pensar que les estábamos quitando su trabajo.

No obstante, la represión de la dictadura, el exilio o la muerte de millones de personas de ideas avanzadas, hicieron del pueblo español una masa amorfa que se limitaba a trabajar, padecer miserias y callar. Pese a todo, las organizaciones sindicales y políticas comenzaron a aparecer y a hacerle frente al régimen franquista. Todo esto hizo que consiguiéramos la democracia en la década de los 70. Pero fue una democracia muy incompleta. Con una transición bastante precaria, desde el punto de vista de la ruptura con la dictadura. Quizás estas sean algunas de las causas del envalentonamiento de la extrema derecha en la actualidad.

Recuerdo que cuando entré a trabajar como funcionario del Instituto Nacional de Previsión, uno de mis primeros cometidos fue gestionar la entonces denominada “Ayuda a Subnormales”. Así es como se denominaba entonces. Fue en Málaga. El primer día que llegué a mi nuevo trabajo se me acercó el que parecía ser mi “jefe”, un señor algo mayor, regordete, con un bigote estilo franquista que no podía esconder, aunque muy simpático. Me explicó que en esa mesa y en ese armario estaba toda la documentación para poder seguir atendiendo a los “subnormales” de la provincia de Málaga. Le pregunté cómo se hacía eso. Su respuesta fue inmediata. No lo sé, me dijo. El que lo llevaba se ha ido trasladado, y aquí nadie sabe cómo se gestiona esto. Te tienes que buscar la vida y procurar que a finales de mes todos los “subnormales” de Málaga reciban sus 3.000 pesetas.

Antes de esto, también estuve en una Agencia de un pueblo de Granada. Allí pagábamos en caja los “puntos” por los niños, fundamentalmente a los “gitanos” que se hacinaban en cuevas. También pagábamos el subsidio de desempleo a los parados, que eran bastantes. En una ocasión atendí a una señora que no sabía leer ni escribir, como la mayoría de entonces, y que quería que le tramitáramos su pensión de viudedad ante la sede central. La reprimenda por parte del Director fue de órdago. Los funcionarios no estábamos, me dijo, para cumplimentar solicitudes de pensiones a los asegurados. Que se buscaran una gestoría y le pagaran, me dijo.

Todo esto ocurría en la década de los 70, con una democracia ya en ciernes. Y antes de esto, era bastante corriente que en los pueblos se hablara de los “cojos”, los “mancos”, los “locos” o los “tontos”, para referirse, con desprecio, a las personas con alguna discapacidad, o incluso para mofarse de ella. O a los “maricones”, como personas raras. También era corriente hablar de los “gitanos” como una raza despreciable de ladrones y gente sucia (¡mira mi niño, que parece un gitano con esa ropa…!), o de los “judíos” como gentes perversas y malvadas (¡eres más malo que los judíos!). Y las mujeres debían estar en sus casas, haciendo de comer y esperando a sus maridos.

Cuando el otro día escuchaba y veía en la televisión al “niñito” bien, Juan García Gallardo, letrado para más señas, y Vicepresidente de la Asamblea de Castilla y León, referirse a las leyes del aborto y la eutanasia como leyes de la “muerte” y afirmando que la izquierda “invita a los padres a triturar en el vientre de las madres a quienes tienen discapacidad”, y menospreciando a una procuradora socialista con discapacidad, a la que dijo que no iba a tratar “con condescendencia”, sino “como si fuera una persona como todas las demás…”, me acordaba de todo lo anterior. No contento con esto la emprendió con la prensa, al decir a los periodistas de la Sexta: “Son ustedes una vergüenza para España”. En un tono parecido, se expresan a diario sus compañeros de VOX en el parlamento nacional, como la tramposa Olona, diciendo que reside en donde no reside, o los del PP, como la presidenta Ayuso en la Asamblea de Madrid, ofendiendo a los representantes de la oposición. Se trata de alardear y poner en valor conceptos y estereotipos que parecían descartados en nuestro país. Es la vuelta de la derecha franquista de toda la vida.

El problema es que, cuanto más insultan y más mienten, más votos sacan. Sólo se me ocurre una explicación. Desafortunadamente, las izquierdas y las fuerzas democráticas de este país no hemos conseguido llevar a cabo una labor pedagógica suficiente como para que la gente normal acepte la diversidad, la igualdad o la solidaridad, como normas de conducta y como principios regulados y aprobados en las Constituciones y en los Tratados Internacionales.

Nos queda mucho trecho por recorrer, pero es el camino, aunque ya sabemos que, según el poeta, no hay camino, pues “el camino se hace al andar”.

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