Memoria de la acción consular de España en Marruecos desde la independencia a 1980 es un libro que cubre el importante período de los primeros 25 años del post Protectorado español, cuando nuestra colectividad en ese país se redujo a la décima parte. También se analiza el estado de nuestras instituciones, desde las sanitarias hasta las educativas, pasando por las militares, las expropiaciones de fincas rústicas, las negociaciones sobre los bienes públicos de España o nuestros consulados. Incluso aborda el tema de los españoles en el Sáhara, ya que su autor, Ángel Ballesteros, fue el primer y único diplomático que se ocupó sobe el terreno de los que allí quedaron. Libro, pues, original y muy completo, donde narra distintas circunstancias de primera mano y que por su evidente interés edita el Instituto de Estudios Ceutíes.
En efecto, Angel Ballesteros ha cumplido todas las categorías de la carrera diplomática, desde secretario de embajada a embajador, pasando por consejero, cónsul general y ministro plenipotenciario. También ha sido vicepresidente del Consejo Superior de Asuntos Exteriores, primer director de Cooperación con África, Asia y Oceanía, vocal asesor para Asia Continental, consejero cultural en Egipto. Conferenciante y escritor, ha publicado números libros entre los que destacan el Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla o Los contenciosos de la política exterior de España, este último traducido también al inglés y ambos editados también por el Instituto de Estudios Ceutíes
La verdad es que España no puede presumir de descolonizaciones ordenadas y el ejemplo de Marruecos lo demuestra. La tradicional falta de colaboración con Francia, de lo cual tenemos parte de culpa, hizo que la zona adjudicada a este país obtuviera antes la independencia, con lo que el territorio de la llamada zona española se vio, de la noche a la mañana, en una difícil situación.
Y resulta preciso destacar la inseguridad que los españoles residentes en el Protectorado sintieron en aquellos momentos. Por eso muchos, en ocasiones abandonando casas, empresas y fincas, fueron replegándose hacia España, casi siempre pasando por Ceuta o Melilla; otros, sin embargo, decidieron quedarse y esperar acontecimientos. Y uno, entre dichos acontecimientos, fue la marroquización de las empresas, una especie de nacionalización encubierta, que junto a la llegada masiva al norte de ciudadanos de zonas meridionales destinados a dirigir la Administración usando, además, un idioma como el francés, no empleado en territorios norteños, aceleró la retirada española, como se verá en la publicación de Ángel Ballesteros.
Los citados antecedentes quedaron olvidados y, desde Larache a Tánger y desde Tetuán al Rif, los marroquíes francófonos ocuparon los puestos clave y los españoles se sintieron marginados en un territorio que había cambiado radicalmente. Y también por ello continuó esa diáspora que tan bien narra y cuantifica Ángel Ballesteros en su trabajo.
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