El pasado 31 de julio nos dejó Pepe Sillero, después padecer esa cruel enfermedad que a tantas personas se ha llevado en estos últimos años. Llevaba una semana en su domicilio rodeado de sus más íntimos, sintiendo de cerca el cariño de todos ellos, que creo que en esos momentos, en los que estaba completamente adormecido, pasarían por su mente una serie de recuerdos en su argot financiero que se podría denominar balance de su vida personal y profesional.
Pepe siempre fue una persona que tenía un gran afán de superación, un gran dinamismo, y quería llegar siempre el primero a la línea de meta, no por demostrarse algo a sí mismo, sino para ser ejemplo hacia los que le rodeaban, y sentir únicamente como premio su calor.
Recordaría aquel famoso viaje andando al Rincón (Marruecos) acompañado del ya fallecido Pepe Ferrero; recordaría aquellas madrugadas en las que juntos estábamos pendientes de la huelga general y la silicona que podrían echar en las cerraduras de las oficinas; aquellos viajes con el primer equipo de la ciudad a El Ferrol, Burgos, Alicante, Girona, etcétera…. En esos momentos posiblemente este genio, esa actividad poderosa tuya, se iría aplacando y te darías cuenta que lo que tú siempre reclamabas que como máquina se había convertido en vagón.
Te fuiste sin hacer ruido, sin un mal gesto, de puntillas, como si no quisieras interferir en el comienzo de la fiestas patronales en honor a la Virgen de África a la que tanto querías, y como ejemplo de tu actitud mostrada en la vida, de seguir siendo hasta en esos duros momentos un ejemplo hacia los demás.
Naciste en 1933, tuviste una infancia difícil, esa infancia de la posguerra que afectó a tantos españoles. En 1949, a los 16 años, ingresaste en tu Caja de Ahorros de Ceuta, ahí desarrollaste un abanico de actividades en las cuales destacó por encima de todas la faceta comercial y humana; desde mi modesto entender has sido el número 1 como captador de pasivo en nuestra ciudad. Fuiste director de oficinas en Paseo de Revellín, barriada de San José y por último Plaza de la Constitución. En esa época, año 1960, yo con 19 años entré a formar parte de esa gran familia, la Caja de Ahorros de Ceuta, y tú desde el primer momento me acogiste con los brazos abiertos y me protegiste como a un recién nacido. Esos primeros momentos de mi andadura profesional no los olvidaré nunca.
En la década de los 80, al producirse un cambio de director, ocasionó a su vez un cambio en tu actividad profesional, dejando tu actividad de director de oficina y ocupándote de la jefatura de préstamos y créditos y posteriormente encargado de clientes especiales.
A finales de los 80 se llevo a cabo la absorción –no fusión– por parte de Caja Madrid. Supieron apreciar tus cualidades y tu méritos, y te volvieron a ubicar como director de oficina, algo más que merecido y posibilitó poder seguir desarrollando tu actividad en Ceuta. Intentaron que adquirieses, como todos, la cultura de la entidad absorbente, pero Pepe ¿que cultura te podían intentar inculcar a ti que tenías la más preciada, que era la universidad de la calle?
Te convertiste en la pieza angular del proyecto en Ceuta, y el director de zona, nuestro común amigo ya fallecido, Miguel Ángel Jiménez, te tenía en una especial estima y consideración. En 1997 se produjo el acontecimiento que tú nunca quisiste que llegase: se acercaba tu jubilación. Tú te encontrabas con fuerzas, con ilusión, y veías injusta esa situación, pero esas reglas deberían de pasar a un segundo término cuando se tienen las ganas, experiencia y energías necesarias para continuar la labor emprendida y transmitir a los nuevos ese empuje que hoy en día por desgracia escasea. Tu despedida con la cena en el parador La Muralla fue ejemplar, hubo un aluvión de felicitaciones de todas las oficinas, sobre todo andaluzas, inclusive la oficina de la calle Barquillo de Madrid, donde querían inculcarte su cultura. Tuve el honor de estar en la mesa presidencial acompañándote junto a tus hijos y al director de zona, finalizando con unas palabras que pronuncié ensalzando tu personalidad y como hombre de caja.
A raíz de tu jubilación, toda esa vitalidad que siempre te han caracterizado, las concentraste en tus aficiones favoritas: andar, nadar, jugar al dominó –aunque nunca fuiste un lince– y sobre todo cultivarte la afición más noble, el cariño que le tenías a tus nietos.
Pepe, cuando a la vuelta de unos años nos volvamos a encontrar deseo que me recibas con los brazos abiertos, como la primera vez que nos vimos en Caja Ceuta.
Adiós, compañero. Adiós, amigo. Adiós, hermano.