El desmoronamiento del régimen de Bashar al Asad (1965-59 años) ha dejado un remanso de poder en la República Árabe Siria. Los círculos rebeldes que han pugnado por el control desde que despuntara la guerra civil (15/III/2011), han de emprender a corto plazo una transición enrevesada y formar gobierno.
Y es que hasta no hace mucho, el propósito de desbaratar un régimen bárbaro que llevaba en la palestra desde hace medio siglo, no ha cesado en su empeño. Pero sus ideologías y pretensiones políticas, al igual que los defensores internacionales, son hostiles en sus tendencias. Por lo que una vez derribado al Asad, esta etapa quebradiza se vislumbra bastante escabrosa.
De manera, que a criterio de algunos analistas, lo acontecido recientemente en Siria se halla claramente entrelazado con las repercusiones del 7/X/2023 y en paralelo, con la incursión israelita de Gaza (21/X/2023) que arrastraría a un restablecimiento de la región, comprendida Siria.
Como es sabido el conflicto bélico en Siria en ningún tiempo se había enderezado. El acuerdo de Astaná entre Turquía, Rusia e Irán, las tres naciones involucradas sobre la mesa, congregó a actores con propósitos diferentes, a pesar de un lazo fugaz concerniente a la batalla contra el Estado Islámico. En este contexto la aparición de fuerzas militares acorraló la demarcación con los rebeldes concentrados en Idlib bajo el paraguas turco, entre ellos, el grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS), o séase, el régimen respaldado por Rusia e Irán y, por otro, al norte, los ejércitos kurdos.
Este escenario se prolongó hasta la fecha antes mencionada: 7/X/2023. Más tarde, detonó un conflicto indirecto entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel, acentuado con la irrupción hebrea de la República Libanesa. Por aquel entonces, Irán se vio forzado a repatriar del norte de Siria a una cantidad inmensa de tropas de élite de Hezbolá, descargando de tropas ese territorio y encaminándolas a Líbano para combatir contra Israel.
Asimismo, desde el comienzo de la guerra de Ucrania (24/II/2022) y el desmantelamiento del Grupo Wagner (23/VIII/2023), los rusos han desalojado el frente sirio. Así, las fuerzas del HTS se atinaron ante una coyuntura, o tal vez, un socavón. La organización llevaba meses disponiéndose y advirtiendo cómo el balanceo de poder se terciaba a su merced. Más bien, estaría refiriéndome a un patrón característico de salto en el equilibrio de poder, que otorga a los grupos islamistas que se mueven como pez en el agua a lanzarse hacia el activismo.
Lo cierto es que en apenas un tiempo relativamente exiguo, lo que encarnaba el sostén a Irán ha quedado vedado. Mientras Hamás ha sido amputado, Hezbolá copiosamente demolido en Líbano y el régimen sirio de los al Asad ha muerto. En otras palabras: el eje que partía de Teherán a Beirut se ha suplantado por una fisura con Siria en su foco.
Este enrarecimiento, sólo satisfecho inicuamente por el HTS y sus contribuciones financieras, desentierra el laberinto inmemorial de Siria con anterioridad a la toma y destitución por el partido Baaz Árabe Socialista (13-18/XI/1963). En aquellos interludios este país se topaba en el meollo de Medio Oriente sometido a un rosario de golpes de Estado, incapaz a corrientes panislámicas y panárabes, supeditado a los albedríos contrapuestos de los bloques oriental y occidental y, por tanto, contrastado por una oscilación enquistada. Posteriormente y como derivación de este desequilibrio, durante la primera etapa de la Guerra Fría (1946-1953) Siria acabó convirtiéndose en un entorno en el que bien se rehacían, o recomponían otras variables geopolíticas.
Bajo el implacable mandato de los al Asad, Siria quedó saturada con el lastre de su irregularidad interna allende de sus límites fronterizos, ejerciendo una labor incuestionable en la guerra civil libanesa (13-IV-1975/13-X-1990). De lo que se desprende que el punto y final de al Asad, representa la consumación del crédito de Irán sobre el estado, pero también, la extirpación del candado geopolítico sobre la región.
En cierta manera, Siria vuelve a encontrarse a sí misma como en tiempos retrospectivos: en el cogollo neurálgico de la remodelación geopolítica en marcha en Medio Oriente, con el resquicio punzante de una Guerra Fría entre Estados Unidos y la República Popular China. Luego cabría interpelarse, si este supuesto paréntesis sirio puede alumbrar una nueva estabilidad.
Para una mejor incrustación de las piezas de este puzle, es indispensable descomponer sucintamente el calado del HTS en el devenir del yihadismo, con Ahmed Hussein al-Shar’a (1982-42 años) como protagonista, más conocido por su nombre de guerra, como Abu Mohammad al-Yulani.
Dicho esto, contrapuntean dos bifurcaciones de la yihad y a partir de éstas se despliegan múltiples variantes. Primero, la yihad global de Al-Qaeda, distinguida comúnmente como el embrión y la que conquistaría visibilidad a los ojos del mundo con sus fuentes en la Oficina de Servicios de Peshawar, capital de la provincia de Jaiber Pastunjuá, en Pakistán, fundada por Abdullah Yusuf Azzam (1941-1989) y con Osama Bin Laden (1957-2011) como principal financiador, recaudando fondos y movilizando muyahidines para la guerra contra los soviéticos en Afganistán (7-X-2001/30-VIII-2021).
Desde el inicio del año 1996, Al-Qaeda inoculó la percepción de una yihad global llevada a término por una organización ambulante pero perfectamente experimentada, al objeto de enfrentarse a las potencias occidentales. Mayormente a Estados Unidos, amplificando los atentados contra los intereses norteamericanos y fundamentalmente en Oriente Medio.
“Desmenuzado los recovecos de Siria con al Asad junto a su familia huido a Rusia y en los que según el representante del Kremlin, se le ofreció asilo por criterios de carácter humanitario, ¿podrán armar este tablero imprevisible una o varias fuerzas regionales, o por defecto la incertidumbre dirimida compondrá un orden territorial caprichoso?”
De este modo, al arremeter contra la primera potencia mundial, presumían atenuar el predominio americano y expulsar a los regímenes enfrentados a los yihadistas. Además, esta yihad global discurrida por Ayman az Zawahirí (1951-2022) y capitaneada por Bin Laden y Al-Qaeda, se debilitó en el año 2000 cediendo su testigo a una segunda ramificación, el Estado Islámico que posee su génesis en la yihad en Irak, oficialmente República de Iraq, mandada por Abu Musab al Zarqaui (1966-2006), el Estado Islámico de Irak y con el Grupo Islámico Armado (GIA) de Argelia.
Más adelante el pensamiento de esta yihad se organizó en las postrimerías de la década de los ochenta por Abu Muhammad Al-Maqdisi (1959-65 años), igualmente en Peshawar. Y en contraste con Al-Qaeda, este yihadismo está enraizado en una circunscripción y escuda un ideal milenarista, aguardando anticipar la mecánica apocalíptica.
Conjuntamente, este tipo de ideología identificada por la maquinación del terrorismo en nombre de una pretendida yihad, comporta una depuración presta y extremada de las circunscripciones, mediante el entendimiento minucioso de la sharía. Lo que lleva a un sinfín de matanzas e inmolaciones, no sólo contra los regímenes vigentes, sino también contra quienes no se articulan a ellos.
Este es el marco observado en la República Argelina Democrática y Popular durante la guerra civil con el GIA, al igual que sucede en Irak con las aniquilaciones de chiíes y suníes y con el Estado Islámico, que por encararse de manera generalizada terminó desatando luchas internas y autodestruyéndose. Si bien, suele eludirse la circunstancia de que el Estado Islámico fue pulverizado por fuerzas externas, pero también se precipitó producto de su hechura vehemente de purga interna en un amplio margen de sujetos. Aunque sobrevinieron rupturas con otros grupos como Jabhat Al-Nusra, denominado en ocasiones como Al-Qaeda en Siria y el Levante y que a posteriori se transformó en el HTS, a partir de 2019 los guerrilleros del Estado Islámico comenzaron a liquidarse entre sí, con ajustes de cuentas.
Retrocediendo en el tiempo, en 2003, al-Yulani contaba con diecinueve años y se incorporó al Estado Islámico de Irak, el segundo eslabón de la yihad antes aludido. Tras ser recluido y mantener contactos con cabecillas del grupo terrorista paramilitar insurgente, en 2011 se le trasladó a Siria. Sostenía que el fiasco del Estado Islámico de Irak era consecuencia de su convicción apocalíptica y excesiva antipatía hacia los grupos que se le adhirieron.
Su trazado residió en aferrar la yihad en Siria, aun estando al corriente de la complejidad social imperante: allí coincidieron diversas comunidades religiosas étnicas. Al-Yulani entiende que para que la yihad prospere, la pugna contra al Asad, raíz principal de los levantamientos, ha de erigirse en primordial y definir territorialmente la yihad. Tras forjar Jabhat Al-Nusra (23/I/2012), antiguamente llamado Frente Al-Nusra y denominado en ocasiones como Al-Qaeda en Siria y el Levante, la rama local de Al-Qaeda se asoció con los grupos rebeldes, originando una disciplina empecinada a la sublevación siria.
Jabhat Al-Nusra brilló por su eficacia militar, seduciendo a seguidores desencantados por la carencia de estructura y la depravación del Ejército Sirio Libre, también denominado Movimiento de Oficiales Libres y otros grupos yihadistas. De hecho, en opinión de diversos analistas, muchos combatientes que deseaban integrarse al pronunciamiento contra al Asad, se quejaban del caos existente en la milicia.
El modus operandi de Jabhat Al-Nusra que en seguida se convirtió en HTS, se sustentaba en un armazón militar musculoso y una disciplina estricta, tanteando los obstáculos sociopolíticos locales para influir en el arraigo a Siria. Obviamente, explotando este empuje se les aunaron grupos sirios y extranjeros. Básicamente, iraquíes que en su día enviaron a al-Yulani a Siria y yihadistas foráneos que comenzaron a confluir a partir de 2012. A la postre, estos militantes contemplaron en Siria la viabilidad de una nueva yihad en un grado superlativo y se toparon con la atribución de al-Yulani, partidario de una yihad nacional, similar a las locales de la década de los noventa.
Pero la visión nacional de al-Yulani colisionó con la recalada en Siria de yihadistas de varias procedencias, incluido el continente europeo, que estaban imbuidos de que era ineludible asistir a los sirios en su batalla particular como parte de una guerra global. Igualmente estaban instigados por los iraquíes, consignados por Abu Bakr al-Baghdadi (1971-2019), que pretendía sacar tajada del desconcierto habido para establecer un califato. Amén, que Al-Yulani se oponía a este último enfoque.
Dentro de este entramado y en los primeros intervalos de 2013 saltó por los aires el conflicto entre Jabhat Al-Nusra, que mediaba por una yihad siria y quienes sobre todo, iraquíes, espoleaban la instauración urgente de un Estado Islámico. Esta turbulencia conocida como fitna, término de origen árabe que puede traducirse como división y guerra civil en el seno del islam, acabó en acometidas fratricidas entre los secuaces de cada movimiento.
La tesis radicaba en la honestidad de al-Yulani: ¿era insobornable a Baghdadi o a Zawahirí, el paladín de Al-Qaeda global? El primero no daba el brazo a torcer que al-Yulani prometió su acatamiento sin más y que juntos habrían de componer las piezas del Estado Islámico en Irak y el Levante; mientras que al-Yulani defendía que su fidelidad era a Zawahirí. Aunque mientras se encontraba en Irak prometió cumplimiento a Baghdadi como lugarteniente de Zawahirí en Irak. Ahora en Siria, al-Yulani se creía igual a Baghdadi, uno en Siria y otro en Irak.
Estas divergencias destapan a todas luces dos impresiones distintas de la yihad. Primero, la correspondiente al Estado Islámico con Baghdadi que anhelaba un califato universal y, segundo, la noción más acusada de al-Yulani, ambicionando acomodar la yihad al paisaje sirio. Finalmente todo se consumó en una escisión, cuando los incondicionales del Estado Islámico dejaron Alepo para ensancharse en sentido este, ocupando Raqqa, Deir ez-Zor y seguidamente Mosul y proclamando el 29/VI/2014 la plasmación del Estado Islámico en Irak y Siria: la consecución de su raciocinio milenarista.
Por ende, los adeptos de al-Yulani, máximamente, sirios, que contra viento y marea continuaron en Alepo, fueron perdiendo fuelle de cara al régimen aliado de Irán y Rusia, apartándose a la provincia de Idlib. A partir de aquí, al-Yulani captó los motivos de su frustración: la interposición rusa, el contrafuerte iraní y el aspecto repelente del Estado Islámico, sobre todo, la cadena de atentados terroristas en el viejo continente y el descabezamiento de un norteamericano que nuevamente involucraron a la gestión estadounidense en Siria.
Las atrocidades del Estado Islámico avivaron que la Comunidad Internacional dejara de abogar por la perturbación siria, lo que allanó el camino para que al Asad se sostuviera en el poder. Además admitía que las operaciones del Estado Islámico habían dejado a los rusos normalizar su refuerzo a al Asad.
Pronto, al-Yulani se distanció de Al-Qaeda y se introdujo en una causa de ordenación, constituyendo coaliciones con grupos rebeldes locales, cardinalmente bajo la proyección turca. Acto seguido implantó un orden político-religioso sólido en Idlib y convencido que para avalar un futuro prolongado, habría de asentar un modo de vida con Turquía, que a su vez, le brindaba protección indirecta.
Llegados a este punto, la premisa radical de al-Yulani se convirtió en cristalizar la yihad en Siria. De ahí, que virase sus reglas de juego, aunque alimentando un designio manifiestamente salafista. Para ser más preciso en lo fundamentado, en la provincia de Idlib rehízo su movimiento y dispuso un alegato político que pesase en la balanza internacional, en un período que a juicio de los investigadores se ha conceptuado como ‘marea baja’.
Actualmente, al-Yulani parece interpretar que los occidentales no aspiran a enredarse en otros conflictos y están por la labor de dar solvencia a lo que en definitiva les alivie. Para ello se ha valido pertinentemente de la comunicación, posiblemente instruyéndose en metodologías mediáticas en la República de Turquía.
La evolución de al-Yulani proporcionando otra imagen de cara a la galería, ha ayudado a ver que ahora es una persona distinta, aunque prosigue siendo salafista. Desde esta posición da la sensación de inspirarse en los talibanes de Afganistán, quienes nada más encaramarse en lo más alto del poder declararon su ruptura con la determinación de la yihad global y combatían contra grupos terroristas en su región. A este tenor, al-Yulani pone en aplicación un yihadismo pragmático que ha prosperado en lo más sirio creíble y hace ofrecimientos a los estados de Europa.
De cualquier modo, su recorrido es la de un sirio curtido localmente que trasluce las dificultades de la nación y su historia presente. Podría decirse que al-Yulani es el resultado del desenvolvimiento yihadista sirio en su situación subjetiva. La fórmula, dada su fulminante reputación, podría atraer a otros grupos como aconteció con los talibanes, también referidos como el talibán o régimen talibán. Un movimiento político-religioso y organización militar islamista deobandi en Afganistán.
Es fundamental comprender que al-Yulani no es un hombre moderado, sino que encierra preferencias por lo práctico o útil e intuye las mermas sobre el terreno. Los yihadistas no son únicamente celosos milenaristas, son competentes para adecuarse a los inconvenientes y amplificar habilidades a largo plazo.
La oratoria de al-Yulani en la Mezquita de los Omeyas o Gran Mezquita de Damasco, en este aspecto es notable. En comparación con Baghdadi que nombró el califato en la Mezquita de al-Nuri de Mosul, al-Yulani prefirió no asumir un talante con visos incendiarios. Al contrario, su arenga versó con el “comienzo de la justicia” y “un gran día para la Umma”. Palabras que trataban intrínsecamente de aunar teorías en conflicto y con fuerte simbolismo islámico que cautivase a la multitud. Digamos que en ambos esbozos retóricos hay quiénes lo divisan como un moderado que sortea la incitación; y por otro, los que abrazan el alcance islamista de su comunicación, habiendo alcanzado la mayor aspiración de los yihadistas en Siria: la Mezquita de los Omeyas.
Por lo demás, la alocución de al-Yulani no es a lo sumo nacionalista. En ningún instante insinúa abiertamente a Siria. Y a contrapelo apunta a “la comunidad de creyentes” y nombra a su grupo Hayat Tahrir al-Sham, que al pie de la letra significa “Organización para la Liberación del Levante”, instalando una superioridad religiosa en Idlib, con la sharía como ley y jueces religiosos. Este prototipo no se ajusta en la argumentación de un Islam administrativo, amparado frecuentemente por los insurrectos de 2011 que se lanzan en una vertiente nacional multiétnica.
“La posibilidad que ofrece el deshielo del entresijo sirio podría bordar la reaparición de las artimañas geopolíticas en Medio Oriente. Este nivel de intensidad no ha de observarse desde un plano estrictamente nacional”
Al-Yulani interviene dentro de una introspección panislamista, cimentada en una versión rigorista de la sharía. Al igual que se encuentra expuesto a la imposición de grupos aliados que demandan incrustar una dirección esencialmente salafista. Aunque procure dar con la tecla de un presumible equilibrio, esto no denota ni mucho menos el rumbo hacia un sistema democrático en Siria.
Recuérdese al respecto, que Al-Yulani era mirado con ambivalencia entre los yihadistas: para algunos era considerado como un líder reflexivo, mientras que otros lo advertían como un renegado. Verdaderamente la propaganda muestra a los integrantes de Al-Nusra como vacilantes que renunciaron al proyecto del Estado Islámico, favoreciendo de este modo su descalabro categórico. El Estado Islámico y sus aliados rechazan a Al-Yulani tanto como a los talibanes.
En consecuencia, con la desaparición del régimen de al Asad es preciso dar un paso atrás en la realidad geopolítica y el tejido socioeconómico del territorio, para dar algo de luminiscencia a sus coordenadas resultantes. Toda vez, que desde el inicio del conflicto bélico en Siria, se constata una línea de flotación iraní que enlaza Teherán a Beirut y transitando por Bagdad y Damasco. Este dispositivo destinado a encarrilar la movilidad espacial ha configurado una parte elemental de la geopolítica territorial. Pero la efectividad de esta línea ha solapado otra. Me refiero a la que metafóricamente se denomina línea de la incapacidad: Idlib, Deir ez Zor, Trípoli, Raqqa y Mosul.
Esta región es uno de los focos del sunismo tradicional de Medio Oriente y sus pobladores permanecen una desposesión e inseguridad, fruto de décadas de inacabable crisis. Principalmente, desde la intrusión norteamericana de Irak (20-III-2003/1-V-2003) y la guerra de Siria. Las hostilidades extremas, más los bombardeos del régimen y el acoso y derribo del Estado Islámico han dispuesto que el futuro de Siria sea irresoluto. Sin soslayar, que millones de ciudadanos conviven en una pobreza material y psicológica semejante a la que sufren los habitantes palestinos en Gaza.
Con lo cual, todas las condiciones son conducentes al surgimiento de grupos terroristas.
Evidentemente, HTS, es el complemento de este caldo de cultivo en la que queda la incógnita si estará en condiciones de encaminar el menester de estructuración política y económica en un contorno sometido militarmente y ocupado por grupos armados con agendas insidiosas, sin prescindir la asistencia del Estado de Qatar y Turquía. Si HTS no logra aparejar este vacío, los vaivenes de fluctuación aumentarán.
La posibilidad que ofrece el deshielo del entresijo sirio podría bordar la reaparición de las artimañas geopolíticas en Medio Oriente. Este nivel de intensidad no ha de observarse desde un plano estrictamente nacional. La crisis siria forma parte de un modelo transnacional que engloba Irak, Líbano y las superficies palestinas. El marco estado-nación es cada vez más objetado y mandan las afinidades integradas por el conflicto, lo que entorpece el engranaje de una organización política consistente.
Finalmente, desmenuzado los recovecos de Siria con al Asad junto a su familia huido a Rusia y en los que según el representante del Kremlin, se le ofreció asilo por criterios de carácter humanitario, ¿podrán armar este tablero imprevisible una o varias fuerzas regionales, o por defecto la incertidumbre dirimida compondrá un orden territorial caprichoso? En este momento las dinámicas del poder están instigadas por inercias no estatales que redelinean el contrapeso e incluso comprometen a los estados más próximos a ceñirse a otros escenarios inexplorados.
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