Categorías: Opinión

Recargar las pilas en Extremadura

H  oy me permito la licencia de escribir sobre Extremadura y Mirandilla, mi pueblo. Y es que, la tierra que nos vio nacer, el solar querido donde la apacible virtud meció de niños nuestra cuna, ese es uno de los vínculos que más unen y que mayores sentimientos despierta en las personas, junto con los lazos de sangre y cariño de la propia familia.

Por eso, a la mayoría de los humanos nos sucede que hay varias cosas que nadie nos las puede tocar para mancillarlas: nuestra tierra, nuestra familia y nuestra honra. Nuestro pueblo, porque fue el primero que nos dio cobijo y sustento, el que desde niño nos fue dando configuración y arraigo a través del entorno, a la corta edad en la que tanto se graban las vivencias tenidas. En mi caso concreto, hace pocos días que regresé de Extremadura. Y con mi estancia allí por lo menos un mes cada vez que voy, siempre recargo las pilas hasta la visita siguiente.
  En mi tierra extremeña, y más concretamente en Mirandilla, me recreo, me regocijo y disfruto repleto de paz, tranquilidad y sosiego, y cada vez que la visito hasta me renace con más fuerza el espíritu extremeño. Estando allí, siento como si se me ensanchara el corazón y se me alegrara el alma; porque, como decía el poeta extremeño, Juan Meléndez Valdés: “De mi vida, vi salir la aurora en los campos extremeños”. Otro insigne extremeño de Don Benito, Donoso Cortés, también decía: “Me debo y me entrego a la tierra, entre los míos. Hago pasar y repasar aquí, como sombras queridas, los días de mi infancia, y así me vuelvo niño para ser feliz”. A mí, fuera de Extremadura, me ocurre algo parecido a como gustaba de presumir el escritor extremeño Pedro de Lorenzo: “Fuera de Extremadura, yo soy un extremeño, que no quiero ser nada, si para serlo, tuviera que no ser extremeño”.
   En Mirandilla, me reencuentro con la más pura naturaleza, respirando aire puro y limpio, alejado del mundanal ruido y de la polución atmosférica, recordando con nostalgia los años de mi infancia entre su gente sencilla y buena. Los encinares extremeños son la expresión genuina de la biodiversidad extremeña, el gran pulmón ecológico y medioambiental que la naturaleza representa para Extremadura. En ese ambiente allí vivido se siente quietud, armonía y vida sana y natural. El poeta de Mérida Jesús Delgado Valhondo, decía que como mejor se inspiraba en sus versos era sobre el tronco de una encina recostado. Y otro ilustre extremeño, Luis Álvarez Lencero, presenta así una de sus estampas extremeñas: “Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas”. El poeta madrileño Leopoldo Panero, se jactaba de que su vida hubiera madurado bajo la sombra y los silencios de las encinas. Y el castellano-extremeño, Gabriel y Galán, cantó así en verso a Extremadura: “Busca en Extremadura soledades/ serenas melancolías/ profundas tranquilidades/ perennes monotonías/ y castizas realidades”.
 Cuánto me he recreado durante un mes, paseando con mi buen amigo Cándido Andrade Villaverde de Mirandilla a Carrascalejo y viceversa, hablando mucho de Ceuta, porque sirvió en Regulares en 1958, cuando también yo llegué a ella, y es gran admirador de la ciudad. Andamos los dos en medio de ese entorno natural que forman las dehesas extremeñas, donde se disfruta del fresco de las mañanas, andando por cerros, valles y cañadas, entre matorrales, juncos, tomillos y retamas, viendo pacer el ganado entre los pastos de las dehesas y senaras. Y por llanuras, eriales, regatos y posíos, se percibe el verde de la hierba de la nueva otoñada y de la exuberante vegetación que predomina en la querida tierra extremeña, en medio de la tranquilidad, quietud y paz que se vive en la soledad del campo, sus  profundos silencios y tiempo en calma, que sólo se rompen con el trino armonioso de los pajarillos, que ponen en el ambiente esas notas melodiosas de alegría, riqueza y colorido que elevan el espíritu y relajan los sentidos. Por los campos extremeños se ve pacer el ganado, oyéndose el mugido de las vacas, el balido de las ovejas, el sonar de sus cencerros, el relinche de los caballos o el ladrido de los perros. Todas esas cosas son brotes de vida que salen de la  propia tierra extremeña.
Y luego están los ricos sabores de los productos extremeños de la típica matanza, como el jamón pata negra de bellota, el lomo y el chorizo ibéricos, la “patatera” (carne magra rellena de patata), el “mondongo” (morcilla de sangre del cerdo con cebolla) y la “cachuela” (hígado molido para impregnar las tostadas). Me han invitado a varias comidas de amigos, casi siempre celebradas en El Carrascalejo, pueblo limítrofe con Mirandilla, (ambos localidades ubicados en la Ruta de la Plata), degustándola en una nave de su Alcalde, José Antillano Palencia, que lleva casi 30 años seguidos gobernando la Corporación local con un grupo de independientes con el que siempre obtiene la mayoría absoluta, y de la que también forman parte los tenientes de Alcalde Miguel Granjo Molina y Manuel Vargas Antillano.
Las suculentas y opíparas comidas casi siempre son guisadas y aliñadas por Andrés Rodríguez Molina, paisano mío de Mirandilla, que siempre recibe las mayores felicitaciones y parabienes de los comensales por la exquisitez y el buen punto que sabe darle a cuantos platos cocina. La última a la que hace sólo unos días asistí fue de carne guisada de jabalí cazado en El Carrascalejo por los cazadores del coto social que asociados con los de Mirandilla; bien aderezada con otros productos de la tierra, entre los que destacan las ricas aceitunas “machadas” de Mirandilla. Nos reunimos unas 30 personas de ambos pueblos, que desde siempre confraternizan haciendo gala de su excelente amistad y plena armonía.
 Todo ello, claro está, bien regado con el típico vino de “pitarra”, que allí es el de propia cosecha, fermentado en tinajas y conos de barro que le impregnan agradables aromas y ricos sabores. Se produce artesanalmente, con alta graduación alcohólica y elaborado en los propios lagares. El vino de pitarra es símbolo de amistad en Extremadura, que mutuamente se ofrece y comparte en grupo los amigos. No tiene ningún componente químico, ni colorantes, ni conservantes. Dice una jota extremeña: “De la uva sale el vino/ de la aceituna el aceite/ y de mi corazón sale, ¡ay!/ cariño para quererte”. Y es que, el vino bebido con moderación incluso tiene propiedades curativas, fomenta la amistad y alegra los corazones. Tiene el vino bastantes connotaciones religiosas. La Biblia, Génesis 8, 4, lo atribuye a Noé. El salmo 104, 15 dice: “El vino alegra el corazón al hombre”. Y la Iglesia lo bendice y consagra, haciéndolo representar la sangre de Cristo.    El vino suele ser tema preferido de prestigiosos poetas y escritores. Cervantes, refiere: “Tan alto volaba el vino, que ponía las alas en las nubes, aunque él no se atrevía a dejarlo mucho tiempo en ellas para que no se le aguara”. Quevedo, que: “Mejor es morir en el vino, que vivir en el agua”. Sancho Panza, quizá con una copa demás, balbucea: “Hermosísimo licor/ quién dirá de tu parentela/ a mi padre llaman parra/ y por apellido cepa/ y luego me hice arar/ nací en sarmiento/ y cuando me maduré/ me vinieron a cortar/ Me metieron en un cesto/ y me llevaron al lagar/ allí me pisaron las tripas/ y el caldo me hicieron echar/ Me metieron en la cuba/ y me taparon con tierra/ y cuando “criao” estuve/ me vinieron a probar/ Y salí tan buen danzante/ y con tanta ligereza/ que a todo el que me beba/ le hago hincar la cabeza”. Y en El Quijote, dice: “Bebo cuando tengo ganas/ y cuando no la tengo/ y cuando me lo regalan/ por no parecer un mal criado/ que a un brindis de un amigo/ ¿qué corazón es tan de mármol que no haga la razón?” (“Hacer la razón”, era beber). Tirso de Molina, dice en el Burlador de Sevilla y Convidado de piedra”: “Poco beben por allá/ yo beberé por los dos/ Brindis de piedra, ¡por Dios!/ menos temor tengo ya”.  
    Y el poeta de Ceuta López Anglada, en su soneto “La Bodega”, lo rima así: “Bajé contigo, amor, a la bodega/ y me acerqué al tonel que allí dormía/ por ver si era verdad que en él crecía/ la flor del vino, diminuta y ciega/ Y para poder ver lo que trasiega/ el vino al corazón pensé que unía/ para jugar tu boca con la mía/ porque el amor no sabe/ a lo que juega/ Uniendo así en tus labios, vino y mieles/ le demos a la flor de los toneles/ como vaso tu labio femenino/ Y todos fue tan dulce y abundante/ que nunca la bodega vio otro amante/ ebrio de tanto amor y tanto vino”. Aristóteles se preguntaba por qué el vino mezclado con agua emborrachaba más que el puro vino de solera.  Y Goethe decía, que: “La vida es demasiado corta, para beber malos vinos”.
Me regaló este años una garrafita del buen vino de pitarra mi amigo Pedro María Sánchez Esteban que, con sus hermanos Plácido y Cándido, fueron hasta hace poco tiempo propietarios de numerosas viñas en Mirandilla, produciendo excelentes caldos, guardándome el último que les quedaba. Fino detalle, que mucho le agradezco. Todavía trabajan en su explotación familiar, tras haber cumplido 95, 93 y 90 años, llevando extensas tierras agrícolas y una dehesa ganadera. Si en España todos trabajáramos como ellos, seguro que no había crisis económica. Deberían en justicia concederles a los tres hermanos la Medalla de Oro al Trabajo.
             Y, como siempre, mi mujer Mª Dolores y yo volvimos a reunirnos con nuestros amigos Ángel Valadés y su esposa Manuela. Él, prestigioso periodista y gran comunicador tanto en prensa como en radio y televisión, al que en otra ocasión dediqué un artículo en El Faro, porque desde que acudía al “Alfonso Murube” a radiar partidos siempre que Ceuta jugaba con equipos extremeños, siente especial cariño y admiración por la ciudad. Esta vez, se unieron a nosotros Miguel Donoso Valiente y su esposa Paquita Cidoncha, ambos paisanos de Mirandilla.
Miguel  es Teniente de Aviación, y fue tres veces consecutivas Campeón del Mundo del trofeo militar de 100 kms campo a través. Un día  me comentó el General Jorge Viñé Blanco, que en 2008 fue 2º Jefe de la Comandancia de Ceuta, que él fue también ganador tres veces, pero como Subcampeón, resaltando los grandes méritos y sacrificios que debió hacer mi paisano Donoso para conseguir la marca superior; por cuya gesta deportiva fue varias veces condecorado tanto en España como en el extranjero, siendo recibido por el Rey Juan Carlos. También le fue concedida la 1ª Medalla de Mirandilla. Con la  2ª, de las dos únicas concedidas, me cabe el honor de haber sido también distinguido por mi pueblo.

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