Opinión

El rebasamiento de los límites urbanos de Ceuta

Hace algunos años leímos una de las obras clásicas de la ecología urbana: “los límites de la ciudad” de Murray Bookchin. El interés por esta obra provenía de la inquietud que sentíamos en nuestro colectivo, que aún nos preocupa, y por las múltiples consecuencias sociales y medioambientales que se derivan de la elevada densidad de población que tiene Ceuta. Este aspecto conseguimos, hace años, que se sumara a la retahíla de factores que nuestros máximos responsables políticos esgrimían para explicar la endémica crisis socioeconómica que sufrimos en nuestra ciudad desde hace varias décadas. A la tradicional falta de recursos naturales, a nuestra extra-peninsularidad o al hecho fronterizo, empezó a citarse la alta densidad de población como un elemento a tener en cuenta a la hora de abordar el futuro de Ceuta. Sin embargo, y como todos sabemos, una cosa son los discursos políticos y otras las acciones del gobierno. Una cosa es decir que tenemos la densidad de población más alta de España y otra tomar medidas para evitarla, reducirla o minimizar sus efectos en la calidad de vida de los ceutíes y en la conservación de los bienes culturales y naturales de Ceuta. Lo cierto es que el argumento de la sobrepoblación hace años que desapareció de los discursos del Presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta. Como recuerda M. Bookchin, las limitaciones físicas son las más evidentes de las ciudades actuales. A nadie en nuestra ciudad se le pasa por alto que Ceuta es un territorio muy reducido, sin posibilidad de expansión al estar rodeada de mar y al ser fronteriza con un país manifiestamente hostil. A no ser que busquemos soluciones, como la proyectada en el Principado de Mónaco, consistente en ganar más de dos hectáreas al mar, una iniciativa que ha sido descartada por su desorbitado coste económico y por su inasumible impacto ambiental, aunque haya algunos que defiendan esta descabellada idea en la actualidad. Dada esta imposibilidad de crecimiento territorial la única respuesta lógica es gestionar nuestros recursos con mesura e inteligencia. Mientras que no lo hagamos nuestra ciudad continuará por la peligrosa senda de la desintegración administrativa e institucional, siendo incapaz de proporcionar los servicios mínimos para la habitabilidad humana, la seguridad personal y la movilidad urbana. Siguiendo la idea de Mumford que define a las ciudades actuales como la “anti-ciudad”, M. Bookchin concluye que la “expansión sin límite es un límite en sí mismo, un proceso auto-devorador en el que el contenido es sacrificado por la forma y la realidad por la apariencia”. Esta idea encaja a la perfección con la realidad, o más bien, siguiendo el argumento de M.Bookchin, a la realidad virtual creada desde las administraciones públicas. En Ceuta nos hemos convertido en maestros de la apariencia: la ciudad se degrada en su urbanismo, pero el centro de la Ciudad se galana con luces, flores y esculturas; el colapso del tráfico es evidente y la solución es construir más aparcamientos y nuevos viales; el núcleo urbano se masifica y como respuesta seguimos densificándolo, sin dotarlo de más espacios libres y verdes; la realidad social se complica ante la falta de perspectiva de empleo, mientras las desigualdades de renta siguen marcando una ruptura en el seno de la sociedad ceutí de imprevisibles consecuencias. En estos tiempos de crisis económica conviene recordar la relación que estableció M. Bookchin entre el vigente sistema económico capitalista y la degradación de las ciudades. Tal y como subrayó este pensador, “importa poco si la ciudad es fea, si degrada a sus habitantes, si resulta estética, espiritual o físicamente tolerable. Lo que cuenta es que las operaciones económicas se desarrollen en una escala y con una eficacia capaces de satisfacer el único criterio burgués de supervivencia: el crecimiento económico”. Pensamos que resulta urgente iniciar una reflexión general a todos los ceutíes sobre los límites del crecimiento urbano de nuestra ciudad, pues como apuntaba hace más de treinta años M.Bookchin, “el mundo natural plantea su propio límite ecológico decisivo: un límite del que quizá nadie se apercibirá hasta que el daño sea irreparable y la recuperación de una ecología equilibrada imposible”. La superación de este límite constituye la causa principal de buena parte de sus problemas sociales, económicos y medioambientales y sanitarias. Tal y como expresó Edward T. Hall en su conocida obra “La dimensión oculta”, todos los animales tienen necesidad de un espacio mínimo, sin el cual no pueden sobrevivir: es lo que denominó el “espacio crítico” de cada organismo. Cuando la población aumenta tanto que ya no hay espacio crítico disponible, aparece una “situación crítica”. Este tipo de situaciones se resuelven de modo natural por el método más sencillo: la supresión de algunos individuos. Ciertos estudios, como los de P. Errigton (1957) revelaron que las ratas almizcleras comparten con el hombre la propensión a volverse salvajes en condiciones de hacinamiento estresante. Y demostró además que cuando la densidad de población pasa de cierto límite disminuye la natalidad en las ratas almizcleras. Los etólogos, durante mucho tiempo, se resistían a declarar abiertamente que los resultados de sus trabajos tuvieran una aplicación directa al hombre, a pesar de que sabían a ciencia cierta que los animales hacinados y estresados sufren ataques cardiacos, problemas circulatorios y una menor resistencia a las enfermedades. Estas resistencias han sido poco a poco anuladas ante la rotundidad de las evidencias científicas que han demostrado que tanto animales como los hombres (ya que no dejamos de ser un tipo particular de animal) responden ante el exceso de población con el mismo tipo de enfermedades: alta presión sanguínea, enfermedades del aparato circulatorio y enfermedades del corazón, aunque en su alimentación entren pocas grasas. Ian L.McHarg, dedicó el último capítulo de su libro “Proyectar con la naturaleza” (Ed.Gustavo Gili, 2000), a la salud y la enfermedad en la ciudad. Partiendo del argumento de Scott Williamson que sostenía la unidad de la salud física, social y mental, y su relación con ambientes sociales y físicos específicos, realizó un estudio experimental en la ciudad de Filadelfia para esclarecer la correlación existente entre enfermedad y ambiente. Para ello recopiló diversas estadísticas sobre las tres categorías de salud aludidas (física, social y mental), así como una serie de datos referentes a la situación económica, el origen étnico de la población, la calidad de la vivienda, la contaminación atmosférica y la densidad. Toda esta información se representó en mapas para mostrar las zonas de salud relativa y enfermedad. El resultado más evidente fue que el centro de la ciudad, el de mayor densidad de población y el más deprimido desde el punto de vista socioeconómico, era también el centro de la enfermedad. En esta misma obra se hace alusión a los experimentos con ratas que llevaron a cabo el doctor Calhoun y el doctor Jack Christian. Este último llegó “a la conclusión de que a medida que la densidad aumenta, también aumentan las presiones sociales que se manifiestan en enfermedades de estrés”. Asimismo, comprobó “que todo ello afecta no sólo a la capacidad reproductora (ACTH y las hormonas andrógenas inhiben a las ganadotrófinas), sino que también provocan enfermedades cardiacas y renales”. Por su parte, el doctor Calhoun se centró más en los cambios del comportamiento social relacionados con los incrementos en la densidad. Lo importante es que ambos investigadores estaban convencidos de que “los efectos que habían observado en las sociedades animales son aplicables al hombre, como queda confirmado por la semejanza de las enfermedades sufridas por los animales de los experimentos y por los hombres en ambientes urbanos”. La conclusión a la que llegó Ian McHarg es que existe una estrecha relación entre densificación, la presión social y la enfermedad. Según su criterio, compartido con G.Scott Williamson, “la salud individual va unida a la familiar y a la comunitaria”, siendo la enfermedad física, mental y social manifestaciones unitarias. La prueba más evidente la tenemos en nuestra propia ciudad, donde una desorbitada densidad de población y una acuciante presión social se manifiestan en forma de unas tasas de incidencias de ciertas enfermedades (tuberculosis, hepatitis, diabetes, etc…) muy por encima de las medias nacionales. La erradicación o disminución de este tipo de enfermedades deberían ser una prioridad tanto de la administración estatal como de la autonómica, a las que les instamos a abrir su visión del problema para abarcar la dimensión ecológica y medioambiental de la enfermedad y la salud.

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