Estoy seguro de que toda España, los españoles y buena parte del mundo, recordará aquella ridícula y tristemente célebre odisea corrida por quien el año 2017 fuera el “molto honorable President”, de la Generalidad de Cataluña, Carles Puigdemont. Y digo odisea “corrida”- creo que nunca mejor dicho – porque todos recordarán aquel pedazo de salto de gamo que tal personaje tendría que dar para fugarse “corriendo” en el maletero de un coche y cambiarse después, tan zurrado de canguelo, a un segundo vehículo, intentando confundir a la Policía para escapar a su detención.
Este hombre, que entró en política con la misma fuerza de un caballo, pensando en que sería él quien alcanzara la “gloria” y “heroicidad” de comerse el mundo consiguiendo la primicia informativa de ser el único que habría sido capaz de dar un golpe de Estado para separar unilateralmente Cataluña de España, pues resulta que luego terminó como si fuera un jumento zancajoso cansado de que el mundo terminara comiéndoselo a él a base de tanto medrar por el pesebre de Waterloo, en Bélgica. Y es que España, pues resulta que es una nación completamente independiente y soberana, un Estado sujeto de Derecho Internacional, nada más y nada menos que desde hace ya la friolera de 1600 años, desde que a comienzos del siglo IV los visigodos lo habían declarado su territorio como reino nacional español, con capital, primero en Mérida (Badajoz) y después en Toledo.
Y es que, uno, que nunca fue político, pues a veces hasta llega a pensar que la política, por más que los textos de Derecho Político enseñen que es “el arte de lo posible”, luego, más bien resulta ser “el arte de lo imposible”, cuando uno descubre que casi todo en ella resulta ser mentira, engaño y un iluso sueño muy difícil de alcanzar, por obra y gracia de la irresponsable actitud de determinados políticos. La prueba de ello se tiene en que, en el caso de la intentona golpista surgida en Cataluña respecto de España en 2017, ningún otro país del mundo le apoyó ni se adhirió a su inexistente causa. La proclamación de aquella independencia por Puigdemont sólo duró 44 segundos. Y esa fue ya la quinta vez que Cataluña lleva en tres siglos intentando fallidamente separarse de España. Y este último intento, después, el Tribunal Constitucional suspendió lo declarado nulo de pleno derecho el 31 de octubre de 2017 y dictó su inconstitucionalidad el 8 de noviembre del mismo año, declarando solemnemente que esa pretendida independencia vulneraba los artículos 23 de la Constitución española y el 29.1 del Estatuto de Autonomía catalán.
¿Y, para qué dio tan torpe golpe de estado, Puidemont?. Pues, lamentablemente para España, para los españoles y para el propio insurrecto, nuestro país estuvo por momentos seriamente amenazado de secesión segregada, mediante declaración unilateral de la independencia proclamada. Y digo “por momentos”, porque en realidad la asonada duró sólo 44 segundos, pero es que, a los solos siete segundos de haberla proclamado, el mismo insurrecto la suspendió, porque, claro, la declaración fue el mismo Puigdemont el que tuvo que suspenderla, al darse cuenta que su alocada asonada tuvo lugar el día 27 de octubre de 2017, cuando sólo cuatro días después el golpista estaría obligado a pagar millones de sueldos y remuneraciones a funcionarios e instituciones estatales, autonómicos y locales; de forma que, aun en el supuesto tan improbable de que el golpe hubiese triunfado, ¿de dónde iba el golpista a sacar los millones necesarios para pagarles?. Pero es que, además, desde el punto de vista jurídico, el golpe rápidamente fue declarado ilegal e inconstitucional por los Tribunales Constitucional, Supremo y Superior de Justicia de Cataluña, que fueron, sucesivamente declarando la nulidad radical de pleno derecho de semejante pretensión deducida, con la subsiguiente depuración de las posibles responsabilidades penales en las que por ello incurrió, más su posterior fuga.
¿Y qué consecuencias de ellos se derivaron y cuáles son los objetivos que los facciosos consiguieron?. Pues las consecuencias más inmediatas, fueron, que más de 8-000 empresas de las más emblemáticas y productivas, cambiaron inmediatamente de domicilio fuera de Cataluña, que todavía sigue siendo raro el mes que no se sigan dando más sociedades de baja de domicilio en Cataluña, hasta el punto de que, una vez pacificada la región catalana por el Estado de derecho, el nuevo gobierno autonómico surgido de las urnas se vio obligado a aprobar cuantiosos incentivos de estímulo para que volvieran a reinstalarse las empresas en territorio catalán, habiendo sido desoído tal llamamiento, de manera que sólo una o varias regresaron a Cataluña, prefiriendo prácticamente todas las demás optar por la mayor seguridad jurídica que les infunde el estar domiciliadas fuera de la región.
Las consecuencias, no han podido ser más negativas para Cataluña y para toda España. Tal situación ha supuesto la ruina económica del tejido empresarial catalán, la caída vertical de la mayoría de las inversiones, no sólo internacionales, sino, también, las nacionales e igualmente las regionales. Desde entonces, económicamente, la región catalana no levanta cabeza. Aquello que antes del golpe todo en ella había sido desarrollo y la locomotora productiva que más tiraba de España, pues terminó necesitando del impulso, fomento y apoyo de las demás regiones y del Estado. El paro se ha ido incrementando; se ha ido perdiendo la confianza en la zona de España que antes más prometía y producía, junto con la consiguiente caída de la demanda en bienes y servicios. Ya, nada es igual a los potentes flujos de capitales que anteriormente circulaban por la región que, a mi modo de ver, el incremento de recursos económicos y el aumento de la producción necesariamente volverán a recuperarse allí, habida cuenta de la potente infraestructura que Cataluña posee de cara a un futuro bastante más prometedor, pero la situación todavía costará tiempo para reactivarse.
En suma, que la principal conclusión que sobre aquel pretendido golpe de estado se puede obtener, es que el mismo fue muy negativo, la ruina para Cataluña y para toda España. Y, a mi modo de ver, lo más aconsejable es que, al menos durante cierto período de tiempo, se sea extremadamente prudente y sensato; no empezar a juguetear de nuevo con los nacionalismos, el separatismo y la secesión de España la región catalana. No es cierto lo que de vez en cuando suelen decir los independentistas catalanes, en el sentido de que Cataluña ya estuvo constituida en un estado independiente y soberano hace unos mil años, que eso es totalmente falso, toda una falacia que ni los mismos catalanes independentistas se creen. Lo único que hay rigurosamente cierto es que jamás en toda la historia de España Cataluña fue antes independiente, ni soberana, ni nación, ni estado, porque siempre perteneció a la Nación española de forma indiscutiblemente e indubitada; sin pasar de haber sido, tanto orgánicamente como institucionalmente, nada más que un simple condado con varios señoríos en el Medievo.
Pues, desde aquel contundente y categórico fracaso de Puigdemont, el hombre ha andado fugado de España por casi toda Europa dando bandazos, presumiendo de lo que nunca fue, pretendiendo hacer ver que si las “embajadas” de Cataluña en el exterior, que si la “casa de la república catalana” en Waterloo, jugueteando como el ratón y el gato con la Justicia, habiendo ido en múltiples ocasiones por los demás Estados europeos hablando mal de España, imputándole que si es un Estado antidemocrático, que si persigue a los españoles que están fuera, que si los oprime, que si no se respetan en ella los derechos humanos, que si se persigue políticamente a quienes no piensan como el Régimen, que si no se les deja votar en libertad, etcétera. De forma que ha andado por ahí ambulante y casi olvidado en su condición de fugado de la Justicia y casi olvidado del pueblo español y del resto del mundo.
Pero mira por donde las últimas elecciones generales salidas de las urnas arrojaron los 137 escaños para el partido más votado y 121 diputados para el que, normalmente y en buena lógica, le correspondería estar en la oposición, pero que, luego, aquella célebre alianza “franquistein” con grupos nacionalistas e independentistas, minoritarios de la más variada heterogeneidad (ETA, Herribatasuna, Euskalherría, Bildu, Junts per Catalunya, Compromis, etc), pues consiguieron aliarse con la formación de los 121 diputados, arrebatando así la mayoría natural nacida de las propias urnas, resultando ser claves para alcanzar la gobernabilidad de la actual legislatura los 7 escaños conseguidos por Junts per Catalunya del fugado Puigdemont. De forma que el prófugo del maletero, pues, luego, sea el que parece que viene gobernando España desde su escondite en el extranjero, con el que, a mi modo de ver, se ha vuelto a incurrir en la indignidad moral de pretender rehabilitarlo políticamente, cuando tanto mal ha hecho a España.
Y esto último es lo que no se alcanza a comprender, que un prófugo huido de la Justicia y que tanto mal ha causado a su propio país, que quiéralo o no, pero también él es español, como también lo son todos los catalanes, pues, luego, siga teniendo tanto poder desde el extranjero como para que pueda influir en la imposición de una amnistía presuntamente inconstitucional que sólo favorece a la persona huida, pensada e ideada por ella misma y para favorecer a una sola persona, cual es él mismo, así como que se promoviera y fomentara la condonación de la pena a los condenados por los graves hechos de la intentona golpista del “procés”. Es decir, que de alguna forma estén gobernando España los propios independentistas que han hecho todo lo posible para romper la propia España, y que no se cansan de ir por la vida jactándose de que lo “volverán a hacer”. Ese es un hecho gravísimo e inaudito que nunca se ha dado en ningún otro país europeo democrático, nada más que en España.
A veces, algunos altos políticos se creen que van a reeditar la Constitución a su personal imagen y semejanza para ver si pasan a reescribir la historia más gloriosa de España aseverando que si nuestra Nación es un Estado plurinacional, que si es una nación de naciones, que si es un estado federal, que si había que construir en ella un muro infranqueable que la dividiera para poder separar para siempre l pueblo en dos partes, a los buenos de los malos. Y todo eso no es más que otra falacia aun mayor cometida por algunos políticos que deberían ser y comportarse con mayor responsabilidad y sensatez, que sería la forma más digna y responsable y de comportarse.
Ahí está, si no, el artículo 2º de la Constitución Española que, solemnemente proclama, desde la cúspide de la pirámide que representa la jerarquía de nuestras normas jurídicas, que: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ella”.
Y es cierto que las Constituciones no son permanentes, sino dinámicas, para poder adaptarse a las circunstancias cambiantes del medio ambiente donde se desenvuelven. La nuestra hasta dispone cómo la misma puede cambiarse, porque, lógica y razonablemente, la misma es mutable, al igual que también lo es la vida de las personas y de los Estados. Pero nunca, jamás, lo puede ser mediante un golpe de estado dado por la fuerza de las armas, que es lo que en caso de Puigdemont pretendió, ornando la toma del aeropuerto de Barcelona y de subirse a los vehículos de los Cuerpos de Seguridad del Estado, repateándolos e utilizando la fuerza y la violencia contra los mismos. ¿Acaso esa era la forma con la que el ínsito Puigdemont pretendía glorificarse?.
Pues que, empiece por someterse a la Justicia de la que se declaró prófugo e insurrecto. Más cualquier autoridad legítima que pretendiera entrevistarse con él, incluso si es en el extranjero como hasta se ha anunciado, que sea para detenerlo o, si por hallarse en país extranjero necesita solicitar su extradición, que lo haga ya, que así sería como quien, de esa forma procediera, prestaría un buen servicio a la Justicia y a España y, además, así cumpliría con el compromiso de traerlo a España, que algún día incluso contrajo con los españoles.
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