El término MENA se ha machacado, se ha contaminado tanto con informaciones falsas, que resulta prácticamente imposible utilizar esas siglas para hablar de algo en positivo. Hablar de MENA supone aludir a historias criminalizadas, preñadas de falsos conceptos y tejidas en un momento social propicio para que calen hondo en la ciudadanía. Quien nada contracorriente tiene el reto perdido.
Así, el empecinamiento por atribuir a los menores el cobro de una ‘paguita’ por ser extranjeros o convertirlos en protagonistas de ‘manadas’ y radicalismos por obra y gracia del discurso gratuito de Vox, extiende una forma de pensar parida desde un sofá de un hogar incapaz de plantearse los orígenes de esa inmigración infantil que ha llevado a que en Ceuta haya más de 320 menores acogidos en el centro de La Esperanza y decenas de ellos en las calles. Y son decenas porque nadie sabe realmente el número exacto. De hecho en la última intervención llevada a cabo por la Guardia Civil en el puerto, sin preaviso al área de Menores para que estuviera preparada, buena parte de los supuestos adolescentes entregados eran nuevos, es decir, nunca antes habían sido filiados ni tenían hechas las pruebas de determinación de edad que vinieran a confirmar sus años.
Esto pasa en Ceuta, pero en las proximidades de las fronteras tanto con nuestra ciudad como con Melilla la situación es aún peor. Menores que intentan colarse en los bajos de los vehículos para cruzar los pasos fronterizos, menores entregados al submundo de las drogas y explotados. Menores de cuyas muertes poco o nada se sabe. Menores que escapan hacia el norte de Marruecos porque buscan la entrada por unas fronteras permeables que ahora Interior quiere reconvertir en inteligentes.
La fractura social que anida en el vecino país opone las mayores riquezas con las pobrezas más extremas. Y en medio de ellas asoman historias de niños, de niños de la calle que malviven expuestos a múltiples abusos o se ven obligados a practicar los peores trabajos desde muy pequeños.
Dice Interior que Marruecos quiere traerse a sus menores que están en las calles de España. Lo dice en discursos políticos fruto de cumbres mediáticas que chocan con la realidad mantenida en el vecino de país y traducida en imágenes de niños que duermen a la intemperie, que rebuscan en basuras, que huyen obligados de hogares en donde no encuentran alternativas y en donde la palabra subsistencia se pierde o, sencillamente, nunca ha existido.
¿Por qué vienen? Se preguntan desde este lado de la frontera. Quizá habría que recapitular, regresar en el camino y aventurarse a conocer una realidad que prácticamente supone un aliciente para escapar de la calle y encontrar en el puerto de Ceuta un trampolín para escapar a la Península de una vez por todas.
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