El Ramadán se siente en las calles de San José-Hadú: en sus colores, sus aromas, sus sonidos y en sus vecinos, radiantes al caer el sol. El olor a dulces y harera se apodera de la barriada donde, al atardecer, las familias se reúnen para romper el ayuno.
Dátiles, almendras y pasas colman sus mesas, donde nunca falta productos elaborados de forma artesanal, como es la tradicional masa frita bañada en miel: las chubaquías. Una receta que se remonta en el tiempo y tiene por ingredientes harina, almendras, ajonjolí, anís, jengibre, sésamo, agua de azahar y, sobre todo, miel en abundancia. En la Cafetería Churrería Zamzam demuestran su modo de preparación: “Se cocina la masa, se le va dando la forma y se fríe para, finalmente, bañarlas en miel”.
El sfouf es otra de las delicias más representativas del Ramadán. Un polvo de harina tostada, almendras y miel que se asemeja “a un polvorón”, como lo comparó una clienta de la Cafetería Heladería Dina. “Es muy bueno para el organismo porque, al estar tantas horas sin comer, te fortalece porque los productos que lleva son un buen reconstituyente”, añadió.
El Ramadán es sinónimo de oración, recogimiento y caridad. Una época de purificación interna que también se proyecta hacia el exterior en la Pascua de la Culminación del Ayuno.
El musulmán suele estrenar indumentaria en el Eid Al Fitr, siempre siendo respetuoso con la tradición. Aunque seguir las tendencias de la moda no está reñido con la religión.
Kaftan, Chilabas y Kandoras en colores llamativos: azul eléctrico, color pistacho, beige o blanco pintarán los rezos colectivos al aire libre y en las mezquitas. Lino, seda salvaje, satén… Tejidos que evidencian que éste es un tiempo especial para la comunidad musulmana. Tanto hombres como mujeres, además de los niños, lucirán sus mejores galas ese día, que está previsto que ronde el 25 de junio. Como explicó Salima Mohamed, de La Sultana, “desde las babuchas hasta el pañuelo, solemos vestir todo nuevo”.
Un mes sagrado en el que el ayuno se convierte en la provisión para un largo viaje no solo en el plano espiritual, sino también en la percepción del mundo, porque el Ramadán despierta los sentidos. Una experiencia depuradora del organismo que también acerca al musulmán a comprender el sufrimiento de todas aquellas personas que atraviesan penurias alrededor del mundo.
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