El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Ceuta (CETI) ha comenzado el Ramadán bajo una atmósfera enrarecida por las aglomeraciones que infringen las medidas de distanciamiento social decretadas por las autoridades sanitarias. Peleas, un intento de arrebatarse la vida y el malestar de algunos porque su pase a la Península parece que no llega nunca, demuestran según los residentes que se han puesto en contacto con este periódico, que el nerviosismo se agrava en el centro del Jaral.
El último incidente en esta escalada de tensión data de esta mismo lunes por la tarde cuando, según el testimonio de sus compañeros, un marroquí ha querido quitarse la vida porque su hijo ha sido traslado a un centro de menores y, en estado de alarma, está lejos de él. Tras una discusión sobre su paradero y el laissez passer, la angustia lo llevó a cometer tal acto, según han informado sus allegados a este periódico. Aunque ha salido ileso, relatan que se ha provocado bastante daño y ha requerido ser atendido sanitariamente.
Desde que comenzó el Ramadán, el malestar en el interior del centro de acogida suma ya cuatro peleas. No solo entre los residentes, sino también de unos subsaharianos contra un guardia de seguridad, aseguran, en un altercado ocurrido el domingo. Los afectados se declaran deprimidos por la situación, por lo que describen como “falta de organización y control”, por la aglomeración, porque o no les llega “la comida” o no la quieren. “Los alimentos vienen sin cocinar o bien fríos, las colas son interminables y se pasa la hora de romper el ayuno” hasta el punto de que comen “pasadas dos horas”, según sus testimonios.
Uno de los acogidos en el CETI, quien asegura que está medicado por los nervios, se personó este domingo en la Enfermería para recoger su medicación, según narran sus compañeros. Sin embargo, trasladó a sus compatriotas, “empezó una discusión que acabó con él saliendo de la consulta y lesionándose”.
Un hombre mayor, conocido en el centro del Jaral, propuso que, como no puede comer los productos que sirven a los residentes, él tiene algún dinero en Western Union con el que costear la comida que le gusta. Cuando fue a plantearlo, aseguran las personas en contacto con este diario, no se lo aceptaron.
“Cuando nos quejamos por la comida o cualquier cosa nos dicen que por qué no nos volvemos a nuestro país, que para qué venimos entonces”, recriminan los extranjeros. “No nos dejan recargar el móvil ni comprar comida” de fuera, añaden antes de calificar estos comentarios de "racistas".
Los marroquíes se sienten “discriminados” en el centro del Jaral. Hablan de falta de control, de seguridad sanitaria por el estado de alarma, de incumplimiento del distanciamiento social para evitar la propagación de enfermedades. “Se les está yendo de las manos a las administraciones con su indiferencia, dejadez y falta de atención. Ni escuchan a los usuarios ni recibimos una atención pertinente. Tampoco se aplican los protocolos ni los derechos humanos, todo lo contrario, se vulnera sistemáticamente”, denuncian públicamente quienes se consideran perjudicados por el trato dispensado.
Una discriminación, la que denuncian marroquíes residentes en el CETI, que también atribuye a la Dirección porque, indican, se escuda en los convenios internacionales o bilaterales para decirles que “no saldrán de aquí” y no encontrar solución a su problema. Una actitud que, sostienen, no tiene con los subsaharianos.
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