Opinión

In memoriam de Rafael Carroquino | En contra del olvido

A Rafael Carroquino Cañas, compañero y amigo.

…Y se adentra en lo oscuro nuestra herida memoria…

Felipe Benítez Reyes

Rafa acudía a nosotros en vacaciones, cuando regresaba a Ceuta desde Ronda, donde estudiaba el bachiller superior. Desde lejos, lo veíamos venir con aquella sonrisa inconfundible, dueño siempre de una alegría juvenil extraordinaria en la geografía sepia de los años 60. Sus pasos firmes, su corpulencia lozana, sus manos grandes y seguras, su pelo lacio y rubio, con aquel flequillo desenfadado que le cubría la frente... Todo aquello le prestaba una apostura especial, a la que se añadían sus respetuosos modales y simpatía. En Ceuta, su alegría aumentaba; ver a los amigos, reunirse con ellos, con nosotros, compañeros de bachiller, aunque en lugares diferentes. Por fin logró cursar en Ceuta el preuniversitario de entonces en el INEM, único instituto de la ciudad. Siempre fue un buen estudiante, y se mostraba con una madurez superior al resto, encorsetados en el permanente y acostumbrado estado de adolescencia de los jóvenes estudiantes en aquel entonces; las misas, el coro de las iglesias, los corrillos en el entorno de la plaza de África, las guitarras, las canciones de Carlos Bernal, la celestial voz de Susi, los inocentes guateques en la sala grande de los Alféreces Provisionales, los baños en las playas de aguas frías y transparentes de la Ribera, el Chorrillo, el Tarajal, Benítez o Benzú. Este mar azul inconfundible que no nos abandonó nunca y permaneció para siempre en la memoria. Tal vez el paso de Rafa por las residencias militares de Santoña, donde inició el bachiller, y posteriormente, de Ronda, le sirvieron para curtir la adolescencia y primera juventud en la fría disciplina de aquellos centros de la época. Pero esa austeridad no le restó calidez ni capacidad afectiva en su trato habitual con los demás, con los compañeros y amigos; por el contrario, siempre se mostraba pletórico de cariño y afecto hacia todos nosotros; solía echarnos los brazos al saludarnos toda vez que nos encontrábamos, con la holgura generosa del que quiere mostrar su aprecio. El día que nos invitó a merendar en su casa de Paseo de Colón, 15, con el permiso y presencia de sus padres, observamos a un Rafa hogareño, abierto y sencillo, orgulloso de ofrecer a sus amigos una tarde en familia. Marisa, su madre, se mostró encantadora – ella lo fue siempre -, y su padre, un alto cargo militar, nos saludó encantado de conversar con esos adolescentes que aún éramos, ilustrándonos sobre mil y una batallas, que nosotros recibíamos con el respeto obediente acostumbrado. Cada vez que paso por ese hermoso edificio militar del Paseo de Colón, me viene el recuerdo de aquella tarde en familia con Rafa Carroquino, con su madre y con su padre, aquel señor simpático, abierto y dicharachero. Una casa con memoria de nuestra juventud, y también con memoria histórica.


La caseta militar del Tarajal, en la misma frontera, nos reunía en ocasiones en los veranos. Momentos de charla, de baños, a los que se incorporaba Javier, hermano de Rafa, además de amigo; tenía con él una especial complicidad, y lo fue integrando en el grupo como uno más. También sentía una especial fascinación por su hermano mayor, Pedro, al que nunca conocimos, y del que decía haber tomado su propio camino en una insurgente rebeldía en aquellos tiempos de Plaza militar. De alguna manera, todos llegamos a admirar la valentía de este hermano suyo.

La caseta militar del Tarajal, en la misma frontera, nos reunía en ocasiones en los veranos

En una ocasión, y cursando el preuniversitario, decidió visitarnos en Granada aprovechando unos días festivos. Marita y yo lo acompañamos a pasear por aquella Granada de los 70, a la que prácticamente acabábamos de llegar en nuestro primer año en la Universidad, y en el que empezábamos a descubrir esta hermosa ciudad. Rafa se mostraba feliz mientras caminábamos por el Paseo de los Tristes, paseábamos por el Albaicín, o admirábamos el bosque de la Alhambra en aquellos entrañables días del otoño granadino.

Sus estudios de medicina en Sevilla, y la mayoría de nosotros en Granada, nos fueron distanciando y caminar por sendas diferentes. Los años 70 al 75 fueron difíciles y complejos en las universidades en las que aún éramos simples estudiantes. Poco más tarde, y en los prolegómenos de la democracia, hacia finales de los 70, con nuestros estudios finalizados, cada uno se ancló en la vida laboral según sus especialidades. Y nos fuimos estableciendo en instituciones y ciudades diferentes desde las que se fue debilitando la intensa vinculación de amistad y fraternidad de aquel grupo de los 60 y 70 en Ceuta. Aun así, y en ese tiempo de lejanía que se iniciaba, Rafa nos llamó una tarde para invitarnos a una especie de fiesta en la caseta de la Playa Benítez. Quería, además, presentarnos a un joven que hacía el servicio militar en la Comandancia de Marina, y que servía allí como camarero. Se trataba de un muchacho estudiante de la Escuela de Arte Dramático en Madrid, y que decía llamarse Manu. Fue una velada extraordinaria; aquel guapo joven no dejó un solo momento de hablar con unos y con otros, dichoso de poder conversar de teatro, de cine, etc., mientras se permitía mostrarnos algunos ejercicios dramáticos, piruetas, imitaciones, etc., etc. Fueron muchas las tardes que Rafa nos invitó a la Playa Benítez para disfrutar de él y de Manu, que no cesó un momento de divertirnos con sus buenas artes dramáticas. Más tarde supimos que aquel joven que tanto nos divertía, se había convertido en el famoso actor Imanol Arias.


El tiempo, siempre implacable, nos separó a todos de forma definitiva. Supimos que Rafa se había establecido como médico militar en Melilla, habiendo cursado previamente, ya casado y padre de familia, los estudios de Estomatología en la Universidad de Granada durante dos años. En ese tiempo yo impartía clases en la misma Universidad, pero nunca coincidimos.

Hace días me llegó la noticia del fallecimiento de Rafa el lunes 25 de octubre en Córdoba. Una dolorosa herida ha despertado recuerdos dormidos. Pensar en su despedida resulta difícil, aunque no lo viéramos en muchos años, pero la memoria es pertinaz y el desgarro duele en la despedida Aún cuesta creerlo. El 24 de noviembre él cumplía años, yo el 4 de diciembre. La misma quinta, el 53. Ambos éramos “sagitario”, y sonreíamos cuando alguna creyente de la astrología al uso, nos hacía notar las afinidades astrales de unos y otros. Un juego que nos hacía reír.

Los títulos de Rafa, sus premios, su labor solidaria, su éxito profesional y familiar, han ido acorde con su personalidad y con el recuerdo amigo y fraterno que muchos de nosotros seguimos conservando. Nuestras condolencias a toda su familia.

Hasta siempre, compañero.

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