Continuando con la segunda parte del artículo del lunes pasado sobre Radio Euzkadi, el ingeniero José Joaquín de Azurza, alma de Radio Euzkadi en España y Venezuela, había redactado el 5-10-1962 el plan para trasladar la emisora desde Francia a Venezuela, así como la instalación del transmisor en un lugar clandestino de la selva venezolana. Finalizo el relato del autor del plan del traslado a Caracas y su instalación en El Paraiso:
“…Las transmisiones se harían desde las afueras de Caracas, donde no despertarían la sospecha de las misiones diplomáticas y pasarían desapercibidas. La máxima discreción estaría asegurada por el hecho de que la estación y las emisiones serían instaladas por un grupo muy reducido de personas afectas a la causa separatista, trabajando sin conexión alguna con organizaciones constituidas en el país, sin incluir jamás ningún indicio en las emisiones que permita identificar al lugar y cobijo de la transmisión; y, por el contrario, se procuraría desorientar al enemigo con una campaña paralela acerca del origen supuesto de las emisiones. Para permitir desorientar las posibles interferencias y la búsqueda de las transmisiones éstas variarían periódicamente de longitud de onda y serán de corta duración.
Para eso hacía falta un hombre de empuje y autoridad como el bergarés Jokin Inza, quien era capaz de reunir alrededor suyo todo un equipo humano variopinto e iniciar la aventura, sin que se enterara nadie. Hacía falta además la entrega y obsesión por la noticia de un donostiarra como Alberto Elosegui, redactor jefe de la revista “Momento” que había trabajado con Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza y algunos republicanos exiliados, cuyo trabajo le permitiría la movilidad suficiente para hacer los guiones de los programas cargando sobre sí la dirección de una emisora clandestina, con emisión diaria, sin sospechas.
Y hacía falta un equipo humano motivado, capaz y entregado. Y para eso estaba el “diplomático bombero” Xabier Leizaola, el amigo de los dirigentes del partido Acción Democrática Iñaki Zubizarreta, el buen locutor Iñaki Aretxabaleta, el encargado de los pagos Felix Aranguren, y un equipo humano que llevara la cinta al lugar desde donde funcionaba la emisora a unos 60 kilómetros de Caracas y donde un original personaje llamado Ixaka Atutxa, viviera como un Robinson Crusoe del Trópico. Desde allí, todos los días, durante doce años, Radio Euzkadi transmitiría en onda corta tres veces al día, durante media hora. El único contacto semanal que tenía Atutxa con el mundo civilizado era el sábado cuando desde Caracas, grupos de tres y cuatro nacionalistas, le llevaban la cinta del fin de semana, comían allí, bebían cerveza y hablaban de mujeres. Terminada la partida, con los emisores “Pedro y Pablo”,rompía el éter y le decía al franquismo que se enfrentaba a él a través de las hondas hertzianas.
Había nacido la Txalupa, bautizada así para despistar. Así como se le había puesto a la “Pirenaica” este nombre para dar la sensación de cercanía a España, la “Txalupa” daba la sensación de movilidad y de cercanía a Euzkadi. A la cinta le llamaban el “Talo”, al lugar desde donde se transmitía “Macuto” y donde se grababa: “Edificio Paraíso”. Nombres que quedan para la historia de las emisiones clandestinas durante tantos años. El equipo estaba formado por: Guillermo Ramos, Jon Mikel Olabarrieta, Kepa Lekue, José Elizalde, Juan Ortiz, Jon Gomez, Maite Leizaola, Aita Patxi Albizu, Julene Urcelay, Peru Ajuria, Manuel de Irujo, Pello Irujo, Arantza Amezaga, Azkon, Kepa Arrizabalaga, Julen Abando, Usua II, Manuel Carabias, Tomás Andonegui, Jose Ignacio Zuazo, Mirentxu Solabarrieta, Garbiñe Urresti, Andoni Olabarri, Felix Berriozabal, Julian Atxurra, Paulin Urresti, Bingen Amezaga, Jose Ignacio Zuazo, Joseba Iturralde, Juan M. López Eizaguirre, Iñaki Landa, Ricardo Líbano, Joseba Arriaga, Antonio Mandiluce, J. M. Zugarramurdi, Maite Garitaonaindia, Txomin Viscarret, Julian Amezcua, Iñaki Erkoreka, Domeka Etxearte, Paul Aguirre, Aita Boni, Luis Ibarra.
Unos llevaban el Talo, otros eran locutores, un pequeño grupo se ocupaba de la parte técnica, la mayoría iba a las reuniones de los lunes y casi todos eran unos magníficos bebedores de cerveza con Ixaka Atutxa en Macuto. El “Talo” (la cinta grabada) era llevada diariamente a Macuto (Santa Lucía) por un pastelero de Algorta llamado Juantxu Ortiz. Cuando éste lo dejó, entró a trabajar un andino llamado Miguel Briceño. Fiel como una roca, vivía sin casarse por la Iglesia con una buena señora que le había dado una partida de hijos. Y así durante doce años, hasta el 1-05-1977 cuando aquel gran juguete (…) enmudeció para siempre, dejando al Grupo de EGI de Venezuela con el sabor agridulce del deber cumplido, pero sin una incidencia diaria sobre lo que ocurría en Euzkadi a 7.000 kilómetros de distancia.
De Pablo Romero a Ignacio Romero (continúa el relato del autor)
El secreto del éxito de una empresa de esta envergadura, costosa y arriesgada, fue la discreción. Cada uno sabía lo que tenía que hacer y lo hacía sin esperar nada a cambio, porque además era lo que podía organizar el nacionalismo democrático con eficacia y sintiéndose partícipe de una empresa que tenía incidencia en el interior de Euzkadi. ETA daba sus primeros pasos, el Gobierno Vasco continuaba en el exilio, y Franco seguía persiguiendo al nacionalismo. Por aquel entonces, yo (“Pablo Romero”) era presidente de Euzko Gaztedi, la organización juvenil del propio Centro y vivía la política del exilio vasco con la intensidad propia de una colectividad nacida al calor del primer exilio y donde bullían las confrontaciones entre el PNV, ANV, algunos republicanos, el incipiente exilio de ETA, la vieja guardia, los acomodados, el Gobierno Vasco en el exilio, la Delegación del Gobierno, los que iban al Centro como a un Club Social, la chavalería, la ikastola, la hora dominical por Radio Tropical, el seguimiento del juicio de Burgos y la política vasca en general.
Un domingo, Iñaki Zubizarreta llamó y preguntó qué hacía aparte de meter ruido en Euzko Gaztedi. Le dije que estudiaba Economía en la Universidad Católica. Me sugirió la posibilidad de trabajar en una organización clandestina, habida cuenta que su responsable debía viajar al exterior. Se trataba de Alberto Elósegui, alma de la emisora y de las publicaciones clandestinas de la Resistencia Vasca, como Gudari, quien se iba a Londres con su familia. Su nombre de clandestinidad era “Pablo Romero”. Aquello me pareció fascinante y al poco le dije que sí, con gran horror de mi familia a quien no pude explicarles de qué se trataba.
Y así fue como en el año 1969 me metí de lleno en seguir día a día la actividad política vasca. Venía a Euzkadi en Navidades, contactaba con el PNV del Interior, hablaba con nuestros corresponsales, departía con Ajuriaguerra, Rezola, Leizaola y Retolaza entre otros y “pinchaba” a quien se me pusiera a tiro para enriquecer la programación radial en los estertores del franquismo. Y así, las “Cartas dirigidas a Pablo Romero” pasaron a ser escritas a nombre de “Ignacio Romero”. Cuando visité a Joseba Rezola en su casa de Donibane Lohitzun me dijo que con ese nombre pensaba era yo un “latin lover” con bigote y guitarra, y no un imberbe chavalito.
El emplazamiento de la clandestina Radio Euzkadi, era toda una curiosidad para los amantes de la radiofonía, que nosotros tratábamos de despistar poniendo el buzón de correo en la sede del Gobierno Vasco en París y utilizando una tarjeta QSL (acuse de recibo) donde podía verse una antena inmensa ante una montaña nevada. Un oyente del Estado de Illinois (EE.UU) oyó la familiar melodía que hacíamos gracias a un xilófono con las ocho notas primeras del Himno Vasco “Gora ta Gora”, así como la identificación en euskera, castellano, inglés y francés de la Voz de la Resistencia Vasca.
En enero de 1966, se empleó la frecuencia de 11290 Kc/s. Pero a mediados de año se cambió a la banda de 19 metros. La emisora (…) estaba en el centro emisor, cerca de un pueblo llamado Santa Lucía (Venezuela), se le conocía a Ixaka Atutxa como “el hombre de los espejos”. Y fueron varias las veces que en doce años apareció la policía. Aquello era muy raro. Inmediatamente, se tocaba a la autoridad competente, que seguía permitiendo aquello sin permiso oficial alguno. Seguramente sería esto lo que disuaría al gobierno español, a través de su embajada, para no hacer la consiguiente protesta oficial. Tras el juicio de Burgos las relaciones diplomáticas empeoraron y como Venezuela aplicaba la frialdad de la diplomacia, la cuestión no llegó a mayores.
En marzo de 1971, una revista especializada, “Electronic Ilustrated”, escribió un reportaje que decía: “En realidad Radio Euzkadi transmite desde un lugar secreto en Venezuela, cerca de Caracas. Experimentos de búsqueda de dirección de las ondas llevadas a cabo por un organismo europeo y por un experto americano de New Hampshire, localizaron originalmente el emplazamiento a lo largo de la costa norte de América del Sur”. Asimismo, en una oportunidad nos colocamos, por esos azares del éter, en la misma sintonía de onda que La Voz de América perturbando la transmisión de aquel gigante que no entendía cómo aquella pulga osara hacer semejante cosa. Aquel día se encendieron todas las alarmas. La llamada de la Embajada Americana fue perentoria.
Pero el caso más extraño fue cuando un buen día, al recoger los periódicos, leí con espanto la siguiente noticia: “LONDRES, 23-05-1974- La millonaria heredera norteamericana Patricia Hearst y los sobrevivientes de la razzia policial contra el “Ejército Simbiótico de Liberación” en California, habrían huido a Europa, según una emisora pirata captada por un radioaficionado de Cornwell, al sur de Inglaterra. La “Radio Escudo” o “La Voz de la Nación Vasca”, como se identificó la emisora, fue escuchada por el ingeniero David Arthur en su laboratorio, y en ella se anunciaba que la propia Patricia Hearst hablaría más tarde en su micrófonos”.
Nos pasamos toda la semana comentando que era un camelo y que nosotros no teníamos que ver con el Ejército Simbiótico de Liberación ni con el secuestro de la rica millonaria, seguido en la época con enorme interés. Nunca supimos si aquel radioaficionado se inventó la noticia por pura notoriedad, por hacer una faena o si detrás había alguna rara implicación para que nos cerraran la emisora. El caso es que, pasado el susto, seguimos con nuestros programas, como si nada hubiera ocurrido.
Otro de los momentos de peligro fue cuando se produjo en Caracas un importante terremoto y nosotros, a pesar del caos reinante, transmitimos como si nada. Asimismo en una mala mañana, en virtud de una caja de papeles que teníamos junto a la puerta y en el que había un bote de cola de carpintero muy inflamable y con un cigarrillo, se nos quemó el local. Yo estaba dentro y el fuego avanzaba. Pasé a otra habitación y el humo comenzaba a marearme. Me asomé a la ventana del baño y vi cómo al lado había una obra en construcción. Los obreros me acercaron lo más posible una de esas grúas de brazo largo. Dudé si echarme desde el tercer piso.
De haberlo hecho, hoy estaría en una silla de ruedas o en el cementerio, pero di un salto, que hoy todavía me pregunto cómo lo hice, y aparecí en el largo brazo caminando a gatas por él y sin un zapato. Cuando llegué abajo llamé a Inza. Pensé que ahí acababa todo. Pues no. Del edificio Sierra, en la Avenida El Libertador, pasamos al edificio Pacairigua a unas oficinas que nos prestó el constructor Julián Atxurra, y, al día siguiente, estábamos transmitiendo como si nada hubiera ocurrido. Hay que decir que aquel cambio no vino nada mal. El edificio Sierra tenía una pésima reputación y ver por allí entrar frecuentemente a Jelkides devotos de San Ignacio, era desde luego, algo chocante”.
Hace años que ETA depuso las armas y, tras haber dejado de asesinar, el País Vasco y España recuperaron la paz. Pero, no nos engañemos, el separatismo de Euzkadi continúa latente y amenazante al igual que el catalán.