Ceuta (y Melilla) se han estancado. En todos los sentidos. Un somero repaso a lo acontecido en la última década ratifica este diagnóstico de manera indubitada. Se podría alegar, a modo de justificación, que los efectos de la crisis han alcanzado a todos y Ceuta no iba a ser una excepción. Pero esto es una falacia (una mentira con apariencia de verdad), porque si bien es cierto que la crisis ha impactado en nuestra Ciudad como en todos los lugares, no es menos cierto que el retroceso aquí se ha producido en todos y cada uno de los órdenes sociales y políticos, incluyendo aquellos que carecían de dimensión económica.
El PP se ha erigido en el perfecto guardián de la asimetría diabólica. Un ardiente y activo defensor de un modelo de Ciudad perverso, en el que se combinan sin pudor modos de vida lustrosos y privilegiados, con la miseria y la necesidad extrema más obscenas. La consolidación (y aceptación) de esta forma de entender Ceuta ha traído como consecuencia más perniciosa la renuncia absoluta a cualquier movimiento reivindicativo. Una facción por exceso (la comodidad diluye la combatividad), y otra por defecto (el hambre diluye la combatividad), han reducido a cenizas (o nostalgia, según los casos) nuestro instinto de rebeldía ante las clamorosas injusticias con las que nos vemos condenados a convivir.
El Establishment (también conocido como casta) asignó al PP el papel de “tapón” de la movilización popular para reconducirla y someterla al permanente tamiz de la “cuestión de estado” en el que todo queda diluido. El enorme impacto popular de la acción militar en el conflicto de “Perejil” ofició como bautismo (acaso definitivo) de este rol histórico que, sustentado en sucesivas mayorías absolutas, ha funcionado a la perfección. El PP ha disfrutado de esta atalaya preeminente durante los últimos quince años. Muchos ceutíes (de buena condición) han sido seducidos, o se han dejado engañar, en aras a las prebendas directas o indirectas que proporcionaba vivir en los aledaños del poder, cuando no directamente en su núcleo duro. El paso del tiempo (desidia), la férrea disciplina de los medios de comunicación (manipulación), el control de todas las instituciones (impotencia) y la incapacidad de articular una alternativa (un localismo muy debilitado y un PSOE plenamente identificado con el PP en lo esencial), han ido configurando el escenario de claudicación ciudadana en el que nos encontramos.
La incógnita existencial a la que se enfrenta Ceuta es saber si esta situación es irreversible. Dicho de otro modo, ¿seremos capaces de “quitar el tapón”? No podemos negar la dificultad de esta operación. Un cuerpo social que se muestra incapaz de ahormarse en torno a evidencias tan espeluznantes como los índices de paro, pobreza, fracaso escolar e infravivienda, exhibe un grado de insensibilidad muy próximo a la “muerte”. Y sin embargo, paradójicamente, es la única solución para esta Ciudad.
Ceuta necesita despertar de su prolongado letargo, asumir la extrema precariedad de su situación, y organizarse para luchar. Ya ha quedado suficientemente demostrado que los problemas son muchos y los enemigos se multiplican, mientras que los aliados escasean. Hay que asumir compromisos en primera persona. Ceutíes y melillenses (sin siglas), unidos y encabezando una nueva era política. Desempolvemos aquella hermosa y olvidada divisa: “para ser iguales”.
El fin del bipartidismo, ahora en un formato diferente, abre una oportunidad. Todos los partidos (cada uno por un motivo distinto) están obligados a reformular sus posiciones. Es el momento oportuno de resituarnos en el mapa político español exigiendo lo que por derecho nos corresponde. Para ello es importante desprendernos de intereses particulares y de prejuicios, desplazar cada cosa a su ámbito natural de discrepancia, y poner a Ceuta en el centro de nuestros corazones.
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