En el quinto día de alarma, Ceuta se presenta como una ciudad convertida en zona de tránsito solo y exclusivamente para los trabajadores, los que tienen que desplazarse a sus puestos estando debidamente acreditados para ello. Hay menos personas y más controles. Controles que ejercen todas las fuerzas de seguridad coordinadas por el Ministerio de Interior: las dos Policías y la Guardia Civil. A todos los conductores se les pide la exhibición de sus permisos de trabajo y a los que han acudido a comprar, el ticket de comprobación. Las multas y sanciones son la respuesta a los que no cumplen con las normas.
Por las calles únicamente se aprecia la salida obligada de las mascotas. Hay escenas curiosas: mayor presencia de palomas y pavanas que de personas. Las tornas dan la vuelta en una ciudad convertida en fantasma por la dictadura de la cuarentena. A pesar de ello siguen emitiéndose quejas sobre todo desde algunas barriadas en donde se producen concentraciones, reclaman mayor presencia policial.
Los militares también apoyan, aunque familiares se han quejado de que no todos tienen protección. Faltan mascarillas y guantes, aunque escasean en toda la ciudad. Ni los propios agentes obligados a hacer valer las normas disponen de los medios básicos para protegerse.
Y en la calle asoman las desgracias de aquellos que no tienen casa, que viven en la calle y que siguen de la misma forma, durmiendo en portales. Sus estampas son conocidas por todos, y ahora en pleno cumplimiento de la pandemia se hacen incluso más visibles para todos. Incongruentemente no se recoge a estas personas y se les tiene en algún lugar apartados de los riesgos. Son las quiebras de un sistema que, se supone, debe funcionar pero no lo hace.
Y así se vive en Ceuta, en su quinto día de confinamiento. En su quinto día de adaptación obligada a las normas que se están difundiendo. Ya hay cinco casos positivos de coronavirus, dos de ellos de militares y todos de personas desplazadas de la Península.
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