En una conversación con José Chamizo, ex defensor del Pueblo Andaluz, me comentó que la sociedad desconocía la verdadera situación de miles de familias debido a la crisis. Él sabía de lo que hablaba, porque estaba a pie de calle ayudando a las personas que sufrían. La crisis empezaba a pegar fuerte y miles de andaluces y españoles sufrían en silencio los primeros golpes de la tragedia. En nuestra conversación me comentaba que familias que habían disfrutado de una buena situación económica no tenían ni para comer, pero eran incapaces de pedir ayuda por vergüenza. Ellos, cuando sabían de estas personas, iban a sus domicilios para socorrerlas y ayudarlas. Le comenté que estas personas sufrían doblemente la crisis, porque la sociedad excluye de forma cruel a los que fracasan y a los débiles, nos han educado para eso.
Se quejaba de la pobreza infantil en Andalucía por la crisis económica. No era una cuestión baladí lo que denunciaba, porque la padecían un 19% de los menores y, debido a la crisis, habían más peticiones de ayudas y menos recursos para repartir. Una situación que podía agravarse en el verano al cerrar los comedores escolares y pedía que no se cerrarán para que pudieran comer los niños. Estas y otras denuncias públicas le valió para que le buscarán relevo como Defensor del Pueblo Andaluz. Pepe Chamizo denunció lo que se sabía, pero estaba en la trastienda, no interesaba darle publicidad. La denuncia sirvió para abrir comedores sociales, compartir las responsabilidades y la vergüenza de lo que estaba sucediendo en un país desarrollado.
Ambas situaciones pueden parecer lo mismo, aunque son infinitamente diferentes. La primera la sufren familias de adultos que callan el sufrimiento y el aislamiento que padecen; la segunda se denuncia con mayor celeridad, porque los padres no soportan que sus hijos pasen hambre y los propios menores hacen partícipes a los profesores y estos a los centros escolares. El nexo en común de las dos situaciones es el aparcamiento que hace la sociedad y las instituciones de los que sufren, de los que nada tienen.
Esta semana hemos conocido la muerte de Rosa. Murió en su dormitorio al caer una vela en el colchón donde dormía, intentó huir, pero cayó al suelo y no pudo levantarse. Hasta ese momento Rosa no era nadie, aunque vivía o malvivía en un piso de alquiler en Reus. Sus vecinos no la conocían, sabían que una vieja ocupaba una vivienda, pero nada sabían de ella, nadie se interesaba por Rosa. La sociedad, las instituciones y los vecinos ya la habían enterrado. Rosa era, sin saberlo, una zombi en este nuevo mundo de las redes sociales y de la solidaridad televisiva, porque lo invisible no interesa.
Rosa tenía 81 años, estaba muerta y excluida socialmente, hasta que Gas Natural, una empresa que gana millones de euros en España decidió resucitarla para vergüenza de la eléctrica, de sus vecinos, del Ayuntamiento de Reus y de la Sociedad en general. Gas Natural no tuvo que decir la frase bíblica levántate y anda para resucitarla, sólo apretó un botón para dejarla sin luz, aislarla un poco más, cegándola, desconsolándola y abandonándola a su suerte. No tuvieron el tiempo, ni la humanidad de tocar en la puerta para saber quién y en qué condiciones se vivía en el hogar iban a dejar sin luz. Una gran empresa como Gas Natural no tiene empleados para conocer qué hay detrás del corte de energía.
Resucitada Rosa, Gas Natural acusa al Ayuntamiento de Reus de no informarlos de la vulnerabilidad de la fallecida. Rosa no estaba en la lista de personas vulnerables que le facilita el Ayuntamiento. La concejala de Servicios Sociales desconocía que la anciana tenía cortada la luz desde hace dos meses, aunque sabían de su delicada situación económica, porque le habían ayudado a pagar la luz y el agua en varias ocasiones debido a la precaria situación. Dos meses es mucho tiempo, pero los Servicios Sociales del Ayuntamiento no tuvieron un minuto para visitar a una anciana que no podía hacer frente al pago de la luz, el agua, ni el alquiler. No tuvieron tiempo de socorrer, que no ayudar, porque a los niños y ancianos no se les ayuda, se les socorre, al estar indefensos en una sociedad cada vez más deshumanizada, en la que se tiene mucho tiempo para las redes sociales y muy poco tiempo para las ancianas y los ancianos, las niñas y los niños, la gente que sufre, para los que no tienen ni para comer.
Rosa no es víctima de la pobreza energética, ni de la avaricia de Gas Natural, ni de la incompetencia de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Reus, ni de la despreocupación de los vecinos; ha sido una víctima más de una sociedad más preocupada en la producción que en las personas; una sociedad que nos enseña a no perdonar el fracaso; que no nos deja tiempo para dedicar a los demás, para pensar que el que escribe y el que me lee será víctima de este mundo y una sociedad que es capaz de resucitar y enterrar en un mismo día y en el mismo lugar a personas como Rosa.
¿Quién o quiénes mataron a Rosa?
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